Desde el 2006 se viene desarrollando en la capital paranaense el evento “Paiol literario”, en el Teatro Paiol (de ahí el nombre) donde se invita a un escritor brasilero para conversar sobre literatura. Es abierto al público, con entrada gratuita. Está moderado por el periodista y escritor Luís Henrique Pellanda –quien lanzó en el 2009 el libro de cuentos “O macaco ornamental” (“El mono ornamental”)-, quien luego publicará, a doble página, dicha tertulia, en el periódico de literatura “Rascunho” (“Bosquejo”) que es publicado mensualmente y lanzado al mercado de forma gratuita.
De a pocos fui traduciendo la conversa que mantuvo con el escritor carioca Alberto Mussa (autor de “El enigma de Qaf”, Premio Casa de las Américas 2005), en el mes de junio del presente año, y publicado en la edición de julio.
Fui tan de a pocos con la traducción que ya pasaron tres escritores más por este evento. Esto se debería imitar, en Lima por ejemplo, y podría ser en la Casa de la Literatura, quizá; sería una buena manera de acercar a los escritores y sus obras al gran público. Este evento aquí en Curitiba, Brasil, es auspiciado por el “Fundo Municipal da Cultura”, de la “Fundação Cultural de Curitiba”.
Por encontrar muy interesante la edición hecha en base al diálogo, lo dejo aquí, en español.
Diversión
No creo que alguien compre un libro de literatura con una finalidad específica. Las personas pueden obtener, de cualquier experiencia de vida, algo que nos sea útil, inclusive el placer de simplemente relajarse, descansar, aprovechar, conmoverse, reír. De cierta forma, eso también es una aplicación que se presta a alguna cosa. Cuando me refería a la inutilidad de la literatura (en una entrevista anterior) me referí específicamente sobre aquellos que dicen que tienes que leer para volverte una mejor persona, que sólo quien lee, o sólo quien lee literatura, es capaz de discutir, o de tener un pensamiento elevado, o de desenvolver una capacidad crítica en relación al mundo. En muchas otras cosas puedes obtener esa misma capacitación. La literatura debe ser tratada principalmente como diversión. Hay una excesiva colocación de la figura del escritor como “alguien” que está en cierto altar porque, en la literatura, existe un esfuerzo intelectual muy grande. Hasta puede haber, pero existe también un esfuerzo intelectual para erguir toda esta construcción, aquí (refiriéndose al Teatro Paiol). Todo lo que el hombre realiza exige inteligencia, esfuerzo, capacidad, talento. Creo que, a veces, esa colocación especial sobre “la importancia de la literatura” aleja un poco al lector que quiere, pura y simplemente, tener un momento de placer: abrir un libro, leer una historia, sonreír, entristecer, pensar.
La gracia de Kafka
En cada libro, en su fundamento, en su característica, va a despertar en el lector un efecto diferente, y un mismo libro puede despertar en lectores diferentes, sensaciones diferentes. Yo, por ejemplo, encuentro en “El proceso” de Kafka, un libro divertidísimo. Encuentro en él un escritor divertidísimo. Lo curioso es que hice la prueba de entregar un ejemplar de aquel libro a mi hijo, cuando él tenía quince años, y él también lo encontró muy divertido, pero ya oí personas diciendo que ese es un libro que nos aterroriza, porque destruye nuestras bases. No tomo las cosas muy en serio. Soy una persona seria generalmente, pero no doy esa grandeza excesiva a las cosas. Creo que las cosas son simples.
Camões memorizado
Mi padre y mi abuelo paterno tenían muchos libros en casa. Mi papá era juez embargador, pero siempre gustó mucho de la literatura. Él poseía una colección inmensa de libros de derecho y filosofía, libros que yo no tenía muchas ganas de leer, pero que, eventualmente leía. Mi papá también tenía muchos libros de literatura, y de literatura clásica. Mucha poesía: comencé como lector de poesía. Hubo una época en que me sabía trechos completos de “Os lusiadas” (“Las lusiadas”,1) de memoria; también sonetos de Camões, de Castro Alves, de Gonçalves Dias, todo esto a los diez u once años.
Garaje lleno
Los libros, en general, estaban desparramados por nuestra casa. Como soy algo mayor que mi segundo hermano –tenemos seis años de diferencia-, fui el primero en salir del cuarto común. Mi casa tenía dos pisos, toda la familia dormía arriba y yo abajo. Aquel cuarto mío era también donde mi papá almacenaba libros. Allí recuerdo de algunas colecciones muy interesantes: sobre mitología, por ejemplo, y esa proximidad tal vez influenció mi gusto, o las propias características de mi escrita. En mi casa sólo no había libros en la sala de visitas. Teníamos un garaje cerrado, donde, por lo menos, entraba un carro, pero, en aquel garaje, siempre hubo libros, nunca dejamos un carro ahí dentro. Estacionábamos el auto en la calle, y el garaje era un lugar destinado a los libros. Para mí, la convivencia con la lectura, fue tan natural como jugar con la pelota en la calle. Mi mamá gustaba de libros policiales: de Agatha Christie, que también yo leía. Por eso, siempre leí. No era un hábito, era un placer.
De la miopía al libro
Muy tarde decidí hacerme unos exámenes de vista: tengo diez grados de miopía, y la oftalmóloga preguntó desde cuando había comenzado a usar anteojos. Comencé relativamente tarde, cuando ya tenía cuatro grados. Ella me dijo: “Usted debió ser un niño que gustaba de leer, de quedarse en casa, y que gustaba de objetos pequeños.” Sorprendido le respondí: “Es verdad, ¿cómo pudo usted saber?”, ella respondiéndome: “Es que usted debe ser miope desde los siete u ocho años y, para un miope, es peor ver las cosas en profundidad.” Nunca fui un buen jugador de futbol, y por eso, acabé escribiendo. Pero nunca había escuchado un análisis así, diciendo que la miopía te lleva al libro, a un objeto que puedas ver en un tamaño mayor.
Mi biblioteca
Ingresé a la facultad con 23 años; era mi segundo intento. En aquel período, comencé efectivamente a montar una biblioteca que tuviese mi perfil. ¿Y cuál era ese perfil? Yo estaba interesado en conocer literatura y mucho sobre historia y antropología; mitología principalmente, pero, como difícilmente se encuentran colecciones de mitología, tienes que comprar libros de antropología. Siempre coleccioné libros en esas tres áreas, aunque más en literatura, por causa de afinidad. Tenía la obsesión de tener libros de todos los lugares del mundo. Estaba decidido por conocer escritores de Corea, de Tailandia, de Afganistán, y tuve la suerte, por una serie de circunstancias, de conocer la literatura africana. Fue entonces que pude juntar muchos libros de esa específica literatura y, en una época de mi vida pensé en ser profesor de literatura africana en la UFRJ (Universidad Federal do Rio de Janeiro), cuando los profesores comentaban que ese departamento sería abierto por allá. Sin embargo, la vida me llevó por otros rumbos, y terminé no ingresando en la universidad; nunca fui profesor.
Toda la literatura del mundo
Por aquella época no había internet, no había nada; tenías que ir a las librerías. En el centro de Rio (de Janeiro) hay una importadora, la Librería Leonardo da Vinci, donde yo siempre iba. Allí consultaba los catálogos, escogía los títulos, y mandaba comprar los libros. A veces, por causa de variaciones en la tasa de la moneda aquello se tornaba un serio problema, tenía que haber todo un esquema planeado previamente. Si un libro se demoraba mucho en llegar el dólar podría subir de precio y, después, no tendría cómo pagarlo. Mi intención era tenerlo todo. Tener un conocimiento de toda la literatura del mundo, o por lo menos un poco de cada una; tener un libro de cada lugar, de cada escritor importante de cada país. Fue así que mi biblioteca fue creciendo.
Exactas
Yo era un mal alumno, siempre lo fui. Durante el segundo grado fue cuando descubrí que tenía cierta habilidad para la matemática, eso cerca del examen de admisión. Nunca fui un alumno brillante. Tuve que llevar recuperación en portugués, en redacción. Y de repente, descubrí la matemática, en el justo momento de escoger una carrera. Jamás seguiría la carrera de mi padre, tenía un rechazo total por todo aquello. También eran épocas de la dictadura militar, el final de ella. Tuve una formación muy conservadora. A pesar de haber vivido experiencias que me mostraran otros universos, mi educación fue bastante severa. Fue entonces que opté por lo que estaba de moda en aquel tiempo: una carrera en el área de ciencias exactas.
Cerebral
No me gustaba nada práctico. No me gustaba la física, porque era una cosa real. Ingeniería, ni pensar. Entré en matemática, pero acabé no identificándome con aquello, sólo me gustaba la matemática abstracta. Desistí de la carrera en sí y fui a intentar estudios de música. Cuatro años después regresé a la universidad, más maduro, y decidí que quería estudiar literatura, pero esas cosas siempre marcan. Mi literatura es una literatura artificial, muy cerebral. No es que ella tenga un nivel de aplicación o de complejidad mayor que otras, no es eso, pero no escribo sobre mis experiencias de vida. No consigo verme escribiendo sobre mi infancia, que fue muy rica, tanto en cosas malas como en cosas positivas. Pasé por experiencias que pocas personas con mi origen conocen. Viví en una favela, llegué a vivir en el morro casi un año, cuando tenía 18, con una mujer de 27. Frecuenté escuelas de samba, y hasta hoy las frecuento. Tocaba atabaque (instrumento de percusión hecho de madera y cuero de res, usado en ceremonias religiosas o profanas) en sitios de umbanda (religión afro-brasileña que mezcla enseñanzas del espiritismo de Alan Kardec, del catolicismo, y de sectas que llegaron junto con los esclavos africanos). Fui capoeirista, enseñando capoeira de calle para mi hermano, que hoy es profesor de educación física. Una capoeira de calle que no tenía alongamiento previo, no tenía fortalecimiento alguno en un gimnasio, nada de eso: era capoeira pura. No puedo escribir sobre eso, no puedo plasmar en mis libros mis experiencias personales. Por eso busco escribir a partir de un problema cualquiera, es mi proceso de creación. Encuentro algún problema literario, alguna historia que leí, alguna novela que me inspira y digo: “Pucha(2), yo podría darle a eso un trato x”. También tengo que planificar el libro entero. No comienzo un libro sin saber exactamente qué decir; siempre quiero decir alguna cosa, y sé cómo voy a finalizarlo. Claro que durante el proceso de escribir, puedo cambiar alguna cosa, pero, antes de comenzar a escribir, invierto mucho tiempo planificando, hago dibujos…, dependiendo del lugar donde la historia va a desarrollarse, hago un mapita, localizo aquello, pienso en los capítulos. Si comienzo a escribir y noto que estoy dejando cada sección del libro con tres páginas, aquello se tornará una regla inquebrantable para mí, impidiéndome luego, hacer una sección con cinco páginas, por ejemplo, para no quebrar el ritmo, el paralelismo.
Diversidad literaria
Trabajo la cuestión de la ficción muy racionalmente. Gusto de transformar una historia en otra. De coger una historia y decir: "Puedo transformar esto en otra cosa." Me gusta cambiar la reacción del personaje x, por ejemplo, e imaginar lo que aquello puede inducirme a pensar. La construcción de “El movimiento pendular” está basada en ese principio. Son historias de adulterio. Es todo un juego, no tiene nada de formal, y realmente es un juego de carácter lógico. ¿Cuál es la idea? Coger una historia que pueda ser considerada la primera historia de adulterio de la humanidad, y mostrar que todas las historias de adulterio que sucedieron después de aquella son transformaciones de la primera. Si en la primera historia, el marido llegó y mató a la esposa, en otra, él la cogió de nuevo, o decidió matar a la amante. Ahí puedes crear todo un juego lógico de transformación de una historia en otra. Esto es muy interesante porque llegas a descubrir historias muy diferentes, que no son naturales, pero son literarias, y la literatura desborda y mucho a la realidad; ella tiene el poder de sobrepasarla. Puedes concebir mundos totalmente diferentes, principalmente si se llega a utilizar el elemento fantástico, que es una cosa que la literatura brasileña no tiene costumbre de hacer. La literatura brasileña tiene el vicio del realismo. No es que esté contra esto. Admiro una serie de libros realistas, pero, en un conjunto literario donde observas que todos trabajan con el mismo principio, eso se torna en un problema. Hoy, la gente habla mucho sobre el ecosistema, en preservar la naturaleza y, para mantener la vida en el planeta hablamos de diversidad biológica, pero, en lo cultural las personas no piensan así. Ellas tienden a formar padrones, seguir un mismo estilo ya trazado, un mismo principio, escuelas de literatura, una generación literaria; encuentro a todas esas cosas empobrecedoras. ¿Qué es una generación? Esta no se define apenas por su fecha de nacimiento, y sí por una comunión de procesos e intereses. Eso está mal. Lo ideal es que cada escritor tenga un proceso diferente, y que podamos ofrecer al público una diversidad literaria, cultural. Yo procuro hacer eso. Me gusta explorar temas que siento no están muy presentes en la literatura brasileña, entonces, siempre parto de un estímulo intelectual externo a mí y a mi vida.
Cosa peligrosa
Durante el período de la facultad nunca pensé en ser escritor. Mi objetivo era justamente ser profesor. (…) En esa época, yo trabajaba en el diccionario del profesor Houaiss (3), yo escribía la letra D. Fui especialista en letra D. ¿Y qué sucedió? Llegó el Plan Collor (4) y los patrocinadores retiraron su dinero del diccionario. Hubo una interrupción en el trabajo, y yo quedé desempleado. En esa época tenía un hijo de un año, y la madre de él, mi ex-mujer, trabajaba en el mismo lugar; quedamos desempleados al mismo tiempo. Tuve que ingeniarme otras cosas para hacer. Mi madre me ayudó bastante también. Acabé tomando otro rumbo, alejándome completamente del ambiente académico. Sin embargo, unos cinco años después, todo aquello terminó haciéndome una inmensa falta: la convivencia con amigos, las tertulias sobre libros, sobre literatura, sobre escritores. Hasta ese entonces nunca había intentado escribir en prosa, siempre había intentado escribir poesía. Intenté hacer un cuento, y acabé gustando de aquello. Insistí, envié un libro terminado para Antônio Houaiss, y tuve suerte, él gustó del libro, pero me dijo: “Estás haciendo una cosa muy peligrosa. Estás yendo en dirección contraria a todo lo que hasta hoy existe. ¿Estás seguro de querer publicar este libro?” Él tenía miedo de que mi libro fuese criticado porque no formaba parte de su tiempo. Le respondí: “Lo que escribí fue eso.” Houaiss hizo una presentación para el libro y pude publicarlo. Fue así que entré en la literatura con “Elegbara”, en 1997. El libro no tuvo ninguna repercusión. Fue una edición pagada a editora Revan, después fue publicado de nuevo por la editora Record.
Bioy, lindo y racional
Cuando comencé yo no conocía a Borges. Lo curioso es que las personas asocian y mucho mis libros a él. Había leído ya “La invención de Morel” de Bioy Casares, y me dije: “Caramba, si yo quisiera escribir algún día, si yo tuviera que escribir y consigo hacerlo, tengo que escribir ese tipo de literatura.” Es un libro lindo, pero construido muy racionalmente. Es una literatura muy racional. Cuando comencé a leer a Bioy me apasioné y, naturalmente, llegué a Borges, aunque en esos momentos ya había escrito “Elegbara” casi en su totalidad.
El portugués que conozco
Yo era un académico, me preparé para ejercer el profesorado. Escribía ensayos de literatura, textos teóricos, crítica. Comencé haciendo ficción, aunque creo que mi ficción trajo consigo un poco de esa forma de expresarme. Recuerdo también algo muy interesante: en mi época, en la facultad de letras, para que te conviertas en un escritor tenías que realizar alguna cosa parecida con Guimarães Rosa. Si no lograbas subvertir el lenguaje, no podrías ser considerado un artista de la palabra. Tenías que crear un universo, un lenguaje diferente, y yo no tenía la menor pretensión de hacerlo. Mi portugués era el portugués culto, universitario. Sé escribir solamente así, no sé hacer otra cosa, pero había esa presión. En las oficinas de literatura eras prácticamente obligado a intentar crear un lenguaje diferente. Cito a Guimarães Rosa porque era él la mayor referencia. Perdí el encanto con todo aquello porque veía que la historia en sí perdía valor, era como si ella no importase; cada uno tenía que crear su lenguaje; no comulgo con eso. Hasta puedes llegar a crear un lenguaje, pero Guimarães Rosa, en algunos libros, se equivocó y mucho. Quedó al final más lenguaje y menos historia. No me agradan sus últimos libros, pero hay un punto de equilibrio en que él tenga una creación de un vocabulario de imágenes metafóricas fascinantes, y tiene también la base, la historia que está contando. Sin esa buena historia no hay literatura para mí. Con una ficción hecha sólo de palabras, cualquier otra cosa en que el fundamento sea tan sólo un lenguaje diferente, sin una buena historia por detrás, simplemente no me llego a identificar. Reconozco que aquella época era extraña, había la semiótica. La teoría literaria tenía cosas así, todo era el signo, la significancia. Teníamos demasiada teoría, teoría de la recepción. Estudiabas unas cosas muy complicadas. De cierta manera eso me desanimó un poco de estudiar literatura teóricamente, aunque yo venía de aquella formación. Cuando descubrí a Bioy fue todo una abertura, una liberación. Pude resolver mi forma de escribir, y no podría ser de manera diferente: Bioy me liberó de ese peso de tener que crear un lenguaje. Voy a escribir en el portugués que conozco, el portugués que aprendí.
Autorreferente
En la actualidad vivimos un momento en que la gran mayoría de los escritores busca representar una realidad social. Creo que ese estudio (refiriéndose al estudio de la profesora Regina Dalcastagnè, de la UnB -Universidad de Brasilia-, sobre el perfil de los personajes de las novelas brasileras contemporáneas, en su mayoría, blancos y de clase media) desvela muchas cosas interesantes. Primero, las personas comienzan a escribir desde muy joven hoy en día. Los autores publican desde los 20 años. Eso no quiere decir nada, puedes escribir un libro maravilloso a esa edad, pero será un libro basado en su experiencia personal, porque con esa edad no tiene una carga de lectura que le permita un conocimiento más amplio de la literatura. Para mí, la literatura es una institución, ella tiene una historia. No basta tener tan sólo la inspiración. Puedes tener talento, pero necesitas tener el fundamento. Uno sólo aprende a escribir leyendo. ¿Puedes acertar con un libro? Sí, pero será un caso muy raro. Tú podrías acertar con un libro basado en experiencias personales, en una historia de tu vida, en algo que conociste. Al hacer eso estás utilizando tu referencia, pero, para escribir una novela fuera de tu tiempo, o en un país que no es el tuyo, necesitas estudiar. Si eres curitibano (5) y vas a crear una novela ambientada en la Curitiba del 2010, entonces conoces todo. No necesitas preocuparte con la ropa de los personajes, ya que es la ropa del cotidiano. Conoces los buses, los tipos de autos, las bebidas, las comidas, el hábito de las personas. Estás haciendo un libro que es la traducción de tu tiempo, porque este tiempo es tu auto-referente. El realismo es autorreferente desde el siglo XIX. Este ya habla de sí mismo, y de los problemas de su tiempo. Las personas están en su tiempo, preocupadas con lo que sucede en él, y representan ese tiempo. Eso es una estadística. ¿Cuál es el perfil del escritor brasileño? Blanco, universitario, periodista, profesor de literatura, residente en un gran centro, en la capital de su estado. ¿Y el escritor brasileño de hoy? Es difícil huir de eso, estadísticamente. La literatura es referente por autodefinición.
Eso cansa
Muchas veces escucho esta frase: “El escritor refleja su tiempo.” Yo no reflejo mi tiempo, ni tengo la menor intención de hacerlo. Por el contrario, la literatura me da la oportunidad de viajar por experiencias que nunca voy a tener: el siglo XIX, el siglo XVIII, la prehistoria, la edad media, otros países, mundos imaginarios, situaciones que en la vida real no existen, leyes físicas no vigentes. La literatura posibilita un viaje a un universo en que no vivimos. Es el gran momento de vivir una experiencia que no está dentro de nuestro cotidiano. Claro que hay buenos libros autorreferentes del tiempo contemporáneo, pero, cuando una literatura entera tiene ese proyecto, y eso ha sucedido en Brasil, el resultado es ese ahí. Me cansa. Disfruto justamente de aquella diversidad, de experimentar cosas nuevas. Si puedo imaginar el siglo XIX, ¿por qué no hacerlo? Es una experiencia única. Nosotros no vamos a vivir nunca en el siglo XIX, ¡estamos en el XXI!, pero en la literatura podemos hacerlo. No sólo leyendo los autores que escribieron sobre ese tiempo, también lo conseguimos viajando en la ficción. Esa es la grandeza de la literatura: la posibilidad de vivir la experiencia de otra persona, cavilar como otra persona, sentir como otra persona. Sentir viviendo ese otro tiempo, otro momento de la historia de la humanidad. Ganarás una sensación de humanidad mayor. Tendrás una experiencia mayor sobre el hombre en su sentido más amplio. No sobre el hombre localizado históricamente en una experiencia específica, sino del hombre en general. La literatura es una de las pocas disciplinas, una de las pocas actividades en que puedes desenvolver eso de la forma más libre posible.
Macunaíma y el racismo
Nunca me gustó Macunaíma. En la época en que lo leí, joven, era un libro que agredía, y todavía agrede la religión que yo practicaba. Yo tocaba el atabaque en sitios de umbanda; mi padre era adepto a filosofías alternativas, no tenía una religión específica. Mi madre y mis tías frecuentaban algunos sitios de umbanda. Eras así: iban a esos lugares para ver cómo estaba tal o cual situación, y luego regresaban a la iglesia. Yo llegué más hondo; me quedé allá y tuve una experiencia más intensa en ese ambiente. La descripción que Mário de Andrade hace de ese ambiente en su obra la encuentro profundamente pre-conceptuosa. Es tan agresiva que cuando se tiene una vinculación emocional con aquel fenómeno te llegas a sentir agredido. Independientemente de eso, analicemos todos los estereotipos que existían en el país antes de Macunaíma y del modernismo en general. ¿Cuál es el principal estereotipo de los indígenas en el Brasil? El indio es ocioso –esto desde la literatura colonial-, es sensual, es ligado al sexo sin límites, no tiene respeto por nada, es traicionero. Antes del modernismo ser ocioso era un valor negativo, ser sexualmente libre era negativo, no era bueno ser traicionero y no tener palabra. Con el negro sucede lo mismo. ¿Qué era el negro? Sucio, feo, supersticioso, olía mal, era violento, violador. Esos personajes los encontramos en todas nuestras novelas, desde la literatura colonial. Están en todas las cartas y sermones de padres. Cuando llegamos al modernismo, esos estereotipos se mantienen. La diferencia es que estas características pasaron a verse con tolerancia. ¿Y qué es Macunaíma? Él también es ocioso, libidinoso, sin carácter, traicionero. El negro del libro también es feo, asqueroso, despierta repugnancia. Son los mismos estereotipos, sólo que en vez de usar las mismas palabras agresivas que se usaban en el pasado, se pasó a usar un lenguaje más blando, más cordial. Se disminuyó la intensidad, pero se mantiene el mismo fundamento. Ese es un gran problema de la literatura, no de la brasileña en general, pero sí de una gran cantidad de libros y de grandes autores.
Montero Lobato inservible
En el 99,9% de las novelas brasileñas, sólo se llama de negro a quien es negro. A quien no se le asigna un color se le presume blanco. ¿Por qué? Porque se escribe pensando como blanco y, lo que es más grave, se escribe para un público blanco. Las personas que hicieron la literatura brasileña del siglo XX no imaginaron que su obra podría ser leída por negros. No imaginaron que los negros irían a la escuela algún día, que serían universitarios, que serían intelectuales. Hace un tiempo escribí un artículo sobre Montero Lobato que me causó un tremendo problema, porque dije ahí que su obra era completamente inservible, a pesar de ser genial. Tengo un gran amigo de raza negra, y su hija, de la misma raza, estudia en una escuela donde escogieron leer a Montero Lobato. Allí ella leyó que la negra es bembuda y burra. El personaje de la tía Anastácia es caracterizado así. En aquel artículo me respondieron que aquello era un absurdo, porque, para comprender un libro yo tenía que contextualizarlo históricamente. Ahí me detengo y pregunto: ¿Vas a pedir contextualizar históricamente un libro a una niña de raza negra de siete años, que estudia en una escuela de padrón alto, donde todos sus compañeros son blancos? ¿Vas a escoger un libro que dice que la negra es burra, fea y apestosa –que es como Emília se refiere de la tía Anastácia-, y vas a querer contextualizar eso históricamente? Ese libro es inservible para ser usado en un salón de clases. Ese libro refuerza esos estereotipos. Ese es un problema que trae nuestro racismo. Escoja los grandes autores: José Lins do Rego, Graciliano Ramos, Guimarães Rosa, los mejores, verán en ellos ese procedimiento. Son los personajes fulano o sultano, pero, en el momento en que el negro aparece, es “el negro”. El negro fulano. Poco a poco se olvida el nombre del personaje, pasando este a ser tan solo “el negro”, o “el mulato”. No es posible. Tenemos que encontrar otra forma de tratar esto.
Cosa de blancos
En mis libros nunca digo que un personaje es negro, el lector tendrá que descubrir. Daré indicaciones. Si digo que él es un esclavo, y estoy refiriéndome al período de la esclavitud, el lector podrá deducir eso fácilmente. En el libro que estoy escribiendo ahora tengo esa dificultad, pues no está ambientado en aquel período de la esclavitud. Está ambientado entre 1910 y 1920. Es un ejercicio interesantísimo poder mostrar al lector que un personaje es de raza negra sin necesidad de decirlo. Es un desafío, y es difícil. Antiguamente, en lingüística, eso era llamado de “elemento marcado”. El elemento marcado era aquel que “tenías que mencionar”. Cuando no mencionabas nada, se presumía otra cosa. Entonces, la literatura, se presume como una cosa de blancos. Escritores blancos y lectores blancos. Cuando aparece un elemento negro, este tiene que ser marcado.
El pueblo brasilero
Nuestros orígenes son indígenas, y esto es científicamente comprobado. Antes de esto, ya existía una comprobación histórica. Si ustedes leen los textos coloniales del siglo XVI verán que todos se refieren a los problemas de la Inquisición, al tolerar los casamientos, uniones que no eran formales, ni santificadas por la iglesia, entre los portugueses y las indias de las aldeas, de las aldeas controladas por padres jesuitas. Los propios documentos históricos refieren que del primer millón de brasileros –en un cálculo que hizo Darcy Ribeiro en el libro “O povo brasileiro”-, ciertamente el 90% eran oriundos de aquel primer contacto, pues no habían mujeres blancas. Eran poquísimas. Fue entonces que la populación brasilera creció en la base del relacionamiento, no necesariamente amoroso, entre portugueses e indígenas.
La lengua general
El Marqués de Pombal (6) prohibió el uso del tupi (7) en Brasil. Domingos Jorge Velho (8), quien destruyó Palmares, no hablaba portugués. Hablaba la “língua geral” (idioma de los bandeirantes) (8). La toponimia de Brasil muestra eso. Hay nombres tupi por todo el Brasil: ríos, lagos, cascadas, ciudades. En lugares donde los indígenas tupi nunca vivieron. Eso sucedía porque quien bautizaba aquellos lugares eran los “bandeirantes”, que no hablaban portugués. En la actualidad, las personas en general no reconocen esto. Ellas dicen: “Que Brasil es un país mestizo, es verdad, pero yo no lo soy: mi madre era portuguesa o italiana, y yo tengo un pasaporte de la comunidad europea”. Cosas de ese tipo están de moda hoy en día. Las personas no reconocen una cosa obvia y científicamente demostrada: el aspecto físico no dice nada de ti después de dos, tres, cuatro generaciones. Yo me hice un examen de ADN, y descubrí que tengo antepasados indígenas, y no tengo cara de indio, a pesar de gustar y andar sin camisa, pero tengo comprobado que, en mi genoma, algún gen viene de un linaje indígena. Y es así con prácticamente todos los brasileños, excepto claro de aquellos cuyos padres son inmigrantes recientes.
¿Qué es tupi?
Las personas no tienen interés en conocer la historia brasileña. Vean la literatura de los Estados Unidos, por ejemplo, que es el país modelo para casi todo en la actualidad. Hay todo tipos de libro: los contemporáneos, los históricos, los fantásticos, los policiales, y, cuando vemos el tratamiento que los escritores le dan a la historia norteamericana vemos que ellos tienen conocimiento. Hay géneros fascinantes. El “lejano oeste” por ejemplo, es un género maravilloso creado allá. Y los autores de ese género, y principalmente los grandes escritores que lo abordaron, tienen un profundo conocimiento de aquella historia. Cuando hablan de indios, hablan con conocimiento de causa. Conocen sus rituales, saben distinguir sus grupos. Nosotros no tenemos ni noción de qué tipo de indios viven en el Brasil. Mencionamos la palabra “tupi”, pero ¿qué es tupi? ¿A qué se refiere? ¿Cuál es la diferencia entre el tupi y el tapuia? ¿Y cuál con el ianomâmi? Y es ahí que vemos cosas absurdas. Personas colocando la palabra tupi en boca de indígenas que no lo hablan. En Brasil son habladas casi 200 lenguas indígenas. Falta una identificación del brasileño con su propia historia, la historia de su país. Reconocer que, en verdad, nuestra historia no comienza en 1500, esta ya viene de antes. En Francia, antes de la llegada de los romanos, se tenía a los galeses; en Portugal tenían los íberos. Fernando Pessoa en “Mensagem” (“Mensaje”), habla del héroe antiguo, anterior a los romanos. Él no creía que Portugal comenzó con la invasión romana. Este sentimiento en Brasil no existe, y existe en cualquier lugar del mundo, solamente aquí no existe.
Grandes momentos
Algo que me causó un enorme impacto, y que me llevó a escribir “O enigma de Qaf” (“El enigma de Qaf”), fue la lectura de la poesía árabe pre-islámica. Siempre leí mucha poesía. Hasta hoy la leo, quizá menos que antes, pero nunca la abandoné; fue mi formación. Pero de esa poesía árabe, yo no tenía ninguna noción. A pesar de tener antepasados libaneses, nunca aprendí árabe en casa. Crecí como un brasilero común. Muy tarde, leí una traducción de esos poemas, y vi que aquella era una poesía tribal. Normalmente, en Egipto o en China, por ejemplo, el tratamiento de la poesía era siempre el de la ciudad, y de personas que vivieron en un mundo civilizado, donde había un estado, leyes, crimen y justicia, pero aquel era el único caso de poesía antigua y clásica de una sociedad de pastores nómades que no tenían leyes. Existía un código de ética, pero la ley era la de la venganza: lo que tú haces conmigo, yo lo haré con un pariente tuyo. Está todo allí. Fue uno de los últimos momentos en que la literatura cambió mi forma de vivir el mundo.
Edición : Luís Henrique Pellanda
Traducción: Manolo Paitán Malpartida.
Pueden leer el texto original en esta dirección:
http://rascunho.rpc.com.br/index.php?ras=secao.php&modelo=2&secao=45&lista=0&subsecao=0&ordem=3439
(1) “Os lusíadas”, obra poética del portugués Luiz Vaz de Camões, obra cumbre de la literatura portuguesa. Es, para los brasileros, e imagino que para los portugueses, el equivalente a lo que para nosotros, los hispanohablantes es “El quijote...” de Cervantes.
(2) Ese “pucha” se utiliza mucho en Perú de manera coloquial, sospecho que en otros países no es así. Opté por esa expresión por creerla más cercana al “puxa” del texto original, término usado también, de manera coloquial, en muchos estados brasileños.
(3) “Grande Dicionário Houiass da Língua Portuguesa”, proyecto del profesor Antônio Houaiss, quien dedicó toda una vida en mapear y registrar palabras utilizadas en la lengua portuguesa. Diccionario con más de 3000 páginas, el autor declaró: “Cuanto mayor es la desinformación del usuario, mayor es el desamor por aquello que es el medio más eficaz de comunicación entre los hablantes de cualquier nación, su propia lengua.”
(4) El llamado “Plano Brasil Novo”, más conocido como “Plano Collor” fueron las medidas económicas tomadas por el electo presidente (1990) Fernando Collor de Melo para combatir la inflación, bloqueando todas las cuentas bancarias con más de 50 mil Nuevos Cruzados (moneda de aquel tiempo), y transfiriéndolas al Banco Central. Millones de personas se fueron a la ruina, no pudiendo desbloquear su dinero. Los peruanos sabemos bien qué se siente; durante el primer mandato de nuestro presidente Alan García, hizo dos años antes (1988) una cagada parecida con iguales o peores resultados.
(5) Gentilicio de Curitiba.
(6) Sebastião José de Carvalho e Melo o Marqués de Pombal (1699-1782), fue un noble y estadista portugués quien es recordado por su energía tras el terremoto que asoló Lisboa en 1755, así como también por su impulso en la educación en Portugal, teniendo como objetivo el nivelar y actualizar su país con el resto de Europa. En Brasil, donde los jesuitas tenían sus misiones, Pombal los acusó de apoyar a los indígenas en la resistencia contra Portugal, consiguiendo –tras un atentado contra la vida del rey José en 1758- expulsar a los jesuitas de Portugal y de sus colonias; ese tiempo fue conocido como “Terror Pombalino”.
(7) Tupi, lengua indígena brasileña hoy extinta. Originaria del pueblo de Tupinambá, llegó a ser estudiada por los jesuitas. Del tupi descienden las lenguas “nheengatu” (tupi moderno), y “língua geral paulista” o “língua crioula”, también extinta.
(8) Domingos Jorge Velho (1641-1705) fue quizá el mayor “bandeirante” –personas que ingresaban en los sertones en busca de riquezas esclavizando indígenas- del que se tiene conocimiento, encargado de exterminar a indios de Ceará y Maranhão que todavía no estaban bajo las órdenes de los blancos.
Fuentes:
- La fotografía del escritor durante el diálogo fue tomada del blog “Alma Acreana” de Isaac Melo.
http://almaacreana.blogspot.com/2010/06/alberto-mussa.html
- El texto traducido fue publicado por el periódico literario "Rascunho" en su edición de julio del 2010.
- Sobre el “Grande Dicionário Houiass da Língua Portuguesa”
http://www.objetiva.com.br/livro_ficha.php?id=698
- Sobre el Marqués de Pombal
http://educacao.uol.com.br/biografias/ult1789u644.jhtm
- Sobre el idioma tupi
http://pt.wikipedia.org/wiki/L%C3%ADngua_Geral_Paulista
- Sobre Domingo Jorge Velho
http://educacao.uol.com.br/biografias/ult1789u689.jhtm
2 comentarios:
Hola:
Excelente entrada. Me gusta mucho tu blog.No conocía al autor Alberto Mussa pero por sus reflexiones en la entrevista me parece muy interesante.Intentaré encontrar El enigma...
Gracias y hasta luego
Raquel
Hola Raquel,
"El enigma de Qaf" está en la larga lista de libros por leer. También no conocía al escritor, y, luego de leer aquella entrevista me motivó a hacerme de su obra. Por sus conceptos me cayó muy bien a la primera.
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