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miércoles, 16 de junio de 2010

Confesiones de un inglés comedor de opio, Thomas De Quincey



Confesiones de un inglés comedor de opio; Confessions of an english opium-eater, 1821; Thomas de Quincey; Alianza Editorial 1990; Inglaterra.

Algo que se percibe desde el inicio es la forma como está escrita esta obra; me hace recordar el estilo de Machado De Assis, quien quizá haya sido influenciado por este autor, entre otros: el narrador se dirige directamente al lector, como en una conversación; somos sus cómplices ante esta declaración.
La Parte I, en sus “Confesiones preliminares” está marcada por su encuentro con Ann, la joven y amable prostituta de la calle Oxford, con quien pasó varias semanas, a quien no llegó a concretar su ayuda en los trámites con la justicia londinense que ella tenía por hacer, para que luego, sentados en la Plaza Soho, cuando él se sentía más débil y abandonado que nunca, ella le ofrezca un vaso de vino y algo de especias, pagado con las pocas monedas que ella tenía. Eso marcaría para siempre (o al menos hasta el final de la obra) al narrador: (“-¡no lo olvideis!-” nos recalca). Nunca más la vuelve a encontrar; Ann es un recuerdo presente durante el transcurrir del libro.

“Si vive no hay duda que a veces nos hemos buscado en el mismo instante a través de los poderosos laberintos de Londres; tal vez hemos estado a pocos pasos uno del otro; ¡no es más ancha la barrera en una calle de Londres y muchas veces equivale a la separación por toda la eternidad!”




La Parte I acaba con los lamentos por no haberla encontrado nuevamente, y, la Parte II inicia con un reproche a la calle Oxford, increpándole su dureza a modo de despedida, aunque la nostalgia lo haga regresar en un futuro a aquel lugar.

Si compraste este libro por el morbo despertado ante el título, es aquí que comienza lo que buscabas. Por cierto, yo me hice de este libro por saber del autor a través de los libros de Borges ya que es mencionado (entre otros) en sus obras. Antes de eso, ni sabía de la existencia de Thomas de Quincey (sí, ya sé: ignorante me dirás, pero no me negarás que te soy sincero).

Las tres siguientes partes son como el paraíso, el purgatorio, y el infierno. En “Los placeres del opio” nos narra el cómo y el por qué empezó a experimentar con el personaje principal de esta obra: el opio, del cual él sólo había oído hablar. El alma del narrador se estremece al recordar estos episodios, al saber (creer) ahora, en cuerpo y espíritu, que el opio era el remedio para todos los males humanos. Hace incluso una comparación entre los efectos del vino y los del opio, donde afirma que el primero en una mayor cantidad te lleva al desvarío y la extravagancia, mientras que el segundo tranquiliza la exaltación. En “Introducción a los dolores del opio”, narra sus altibajos: cómo de consumir 320 granos de opio (equivalente a 8,000 gotas de láudano) baja a 40 granos, y claro, sus consecuencias. Hay una breve pero sabrosa historia sobre el día que un malayo golpeó a su puerta: la descripción que hace sobre el efecto que aquel individuo causa en su empleada y en otras personas está llena de fino humor, y la experiencia de él con el opio lo sorprende. Finalmente en “Los dolores del opio” encontramos algunas alucinaciones y experiencias oníricas. También hace mención del desinterés por continuar su desarrollo intelectual, efectos de sus diecisiete años de consumo y ocho de abuso de esta droga. Hay inclusive en el “Apéndice” una pequeña tabla donde registra su consumo. Cuenta además sobre su lucha por apartarse del opio, y cómo va graduando su consumo.

En toda la obra hay un fino sentido del humor, y detalla muy bien hasta lo más mínimo manteniendo al lector con ansias por continuar. Un dato que ignoraba es que la traducción de esta edición está hecha por el escritor peruano Luis Loayza.
Hay otras dos obras de De Quincey que están editadas también por Alianza Editorial: “Los últimos días de Enmanuel Kant” y “Del asesinato considerado como una de las bellas artes”.
Menciono a esta editorial porque se encuentra y mucho en nuestro país, pero cuenta con tantos, cientos de títulos y autores, que a veces marea estar frente a un “cerro” de libros (en una Feria del Llibro, por ejemplo) de lomo blanco y no saber por donde empezar. Si los otros dos mantienen esta calidad (que imagino que es así) hacerse de ellos será una gran experiencia, como fue con la presente obra.
Todo un clásico de la literatura que ignoraba de su existencia.

7 comentarios:

ElieR BerrioS dijo...

puta madre todavía me acuerdo cuando leí esa novela durante la depre por el stress...

Manolo Malpartida dijo...

jeje..., nada para la depre' como el saber que otros en diferentes tiempos y lugares distantes llegaron a estar peor. Estoy viendo tu blog de fotografía: no lo conocía, pero sí recuerdo la salida al lugar de las empanadas chilenas en Lima. Acá cada vez que comemos rocoto nos acordamos de Karina; es ipso facto. Esperamos estar en Arequipa, ojalá este año.

ElieR BerrioS dijo...

Uff es blog no anduvo mucho por falta de time, pero estoy habilitandop mi flickr y otro blog llamado nonsense en donde depositar mis clarísimos conceptos de la vida...:)
No me hables de rocoto, por aki es a diario... avisen cuando vengan.. salud!!!!

Anónimo dijo...

Suspiria de profundis

Manolo Malpartida dijo...

Ojalá y se cruce por mi camino esa y la siguiente obra.

Anónimo dijo...

Es una obra que podría ser didáctica para prevenirnos de esa terrible adicción, que conlleva la posible pérdida de todo lo logrado en la vida.

Manolo Malpartida dijo...

Es una óptica muy válida anónimo, aunque dudo que quien esté presto a envolverse en alguna adicción a alguna droga se detenga a considerar esta obra como un posible espejo de lo que podría pasarle.

Bienvenido.