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sábado, 31 de julio de 2010

Lilus Kikus, Elena Poniatowska




Lilus Kikus; 1954; Ed. Sudamericana 1999; Elena Poniatowska, México.


Este es quizá el libro que más rápido he leído: dos horas y poco más, y, aunque piense que esta sea característica de libros menores, esta obra definitivamente está lejos de formar parte de ese grupo. El primer libro escrito por Elena Poniatowska a inicios de la segunda mitad del siglo pasado se lee fácil y rápido aunque cuente con doce capítulos. En esta obra ingresamos al mundo de Lilus, una niña curiosa y observadora de su entorno, quien se entretiene operando a una mosca, e inyectando café negro con azúcar a miss Lemon, a la señora Naranja, a Eva la manzana, a la viuda Toronja, y al señor Plátano; no necesita de juguetes convencionales y le basta con lo que el mar (en Acapulco) deja en la orilla: agua, arena, conchas y estrellas de mar. Es una niña soñadora, imaginativa y muy crítica: sueña por la noche ante una respuesta boba; imagina poder torcer los rayos del sol; observa el polvo ante los rayos de luz mientras Aurelia, la empleada, hace la limpieza, Lilus conversa con ella y le pregunta:


“-¿Cómo te da besos tu novio?
- Besos chichos niña, besos chichos…
Lilus se queda pensando en cómo serán los besos chichos.”
(pág. 34)


Su papá no entiende por qué ella pasa tanto tiempo observando a un gato jugar con su cola, ver caer una gota de rocío desde una hoja, preguntarle a una luciérnaga cómo atrapa la luz.
Lilus crece y en la escuela conoce a “la Borrega”, una niña rebelde y completamente desilusionada del amor a sus trece años; Lilus tendría mucho por oír de ella si no la separaran de las demás por “ser la oveja negra de ese blanquísimo rebaño…”; también conoce al señor del Cuatro, un filósofo que vive recluido leyendo, resolviendo antinomias, ella lo ametralla con infinidad de preguntas; y también está su amiga Chiruelita, una joven mimada que a sus once años habla como si tuviese tres, Lilus pasaba por alto aquello “por saber que Goethe, un hombre tan inteligente tenía por esposa a una joven mujer que nada sabía pero que siempre estaba contenta.”

IV - Las Elecciones.


“Lilus va al centro de la ciudad. Trajo conchas de mar y tiene cuentas de mil colores. Se hará un collar. Va a comprar un hilo largo para ensartarlas. Se lo pondrá en el cuello, en la cintura, tejido en sus trenzas, amarrado a una pierna….Pero se encuentra con una manifestación.

¡Chole! ¿Por qué no dejan al mismo presidente y así se quitan de líos? Pero no, es una manifestación de muchos Siete Machos, y uno de ellos está gritando: “La voluntad del pueblo… el futuro de México… nuestros recursos naturales… el bienestar….” Y Lilus piensa en el pueblo… ¿En dónde está? El pueblo anda vendiendo en inglés billetes de lotería, allá por Madero y San Juan de Letrán, comprando pulque en la colonia de Doctores y prendiendo veladoras en la Villa de Guadalupe. Lilus no es muy patriota, y lo sabe. En la escuela hay unos que pegan propagandas y otros que la despegan. Y según eso hay mucho mérito en pegar y despegar. Lilus se limitó a preguntarle a uno de la Secundaria que con qué pegaban la propaganda, y él contestó: “Con la lengua, babosa.” Por la noche, Lilus soñó, con remordimiento, que tenía una gran lengua rosada, y que con ella pegaba enormes carteles. A la mañana siguiente despertó con la boca abierta y la lengua seca.

Lilus se cuela por entre los Siete Machos. Unos oyen con cara de ¡Salvaremos a México! Y sudan mucho. Son los hombres de buena voluntad. Otros están parados ahí para ver qué pasa. A ratos sacan su Pepín, y le entran duro a “Rosa, la Seductora”. Son los hombres de voluntad dividida. Además hay mujeres. Unas gordas y otras flacas, que saben mucho de leyes, es decir, de braceros, de refugiados y del Chacal de Peralvillo. Discuten entre ellas, comentan: “¡Ay, que horrible horror!” Fíjese Doña Rurris, con estos hombres que son tan imita monos. Lo que hace la mano hace la tras. Anoche le vi cara de chacal a mi marido.” “Doña Felipa, qué barbaridad.” Respecto a los refugiados, su veredicto es que se vayan a los Steits, porque lo que es aquí se da mucho taco.”

De pronto, una ola de movimiento sacude la manifestación de los de buena voluntad en contra de los de voluntad dividida. Todos comienzan a hablar más fuerte. Hay unos cuantos gritos, y a Lilus se le ocurre gritar también: “¡Que viva Don Cástulo Ratón!” Y ¡pum pas pum! , que le aceleran un guamazo por detrás. Algunos de los Siete Machos levantan del suelo una Lilus Kikus tiesa pero patriota.
Una hora después toman su declaración a Lilus, que algo mustia contesta con voz temblorosa: “Pues al ver que los del colegio habían hecho tantas cosas, pensé que lo menos que podía yo hacer era pegar un gritito.”

Lilus se marcha a su casa, y por el camino se le ocurre que si le hubieran pegado más fuerte, a lo mejor la mandan al hospital. Don Cástulo Ratón habría ido entonces a visitarla en un coche negro para ofrecerle la medalla “Virtuti Lilus Kikus”.
Los periódicos publicarían entonces su retrato con la noticia: “Lilus Kikus seduce al pueblo.” Y en la Sección de Sociales: “La guapa Lilus Kikus, luciendo un precioso vestido defendió horrores a su partido. Se ve que lo ama en cantidades industriales…” Pero ni siquiera eso habría tenido importancia.

Lilus está decepcionada. Siempre le pasan las cosas a medias…..”





Cada capítulo es una vivencia nueva para Lilus, quien va descubriendo así el mundo; lo curioso es que somos los lectores que vamos redescubriéndolo, viendo lo que es tan obvio y no logramos percibir, necesitamos el prisma de esta niña para detenernos a contemplar lo más sencillo, lo que está cercano y generalmente pasa inadvertido.

La obra tiene un sutil humor, crítica sobre política, amistad, religión.
El presente libro tiene un error y una omisión: en la contratapa aparece como año de nacimiento de la escritora 1942, lo que haría pensar que el libro en cuestión fue escrito a los doce años. El año de nacimiento de doña Elena es 1932 (gracias santa Wiki’). La omisión es sobre el autor de los excelentes diseños a carboncillo sobre el fondo blanco de la página, a inicio de cada capítulo; sólo hacen constancia de quien diseñó la tapa: los dibujos son de la pintora surrealista y escritora mexicana de origen inglés Leonora Carrington. Si con la tapa de un libro de Borges podemos conocer a Xul Solar, ahora, a través del primer libro de Poniatowska podemos conocer las obras de Carrington.
Otro pequeño libro con una gran obra en sus páginas, tierno y mágico.

lunes, 26 de julio de 2010

La agonía de Rasu-Ñiti, José María Arguedas



La agonía de Rasu-Ñiti; Serie Populibros Peruanos; José María Arguedas, Perú.

Este libro no trae el año en que fue editado; parece antiguo.
Aquí están reunidos tres relatos de Arguedas, comenzando por el cuento que da nombre al libro, escrito en 1962. También están “Diamantes y pedernales” de 1954, y “Orovilca” que es del mismo año. Como en el libro anterior de este autor, “Los ríos profundos”, los diálogos de sus personajes están llenos de palabras quechuas, con su traducción a pie de página. Sus obras fueron escritas en aquella lengua, nuestro idioma nativo, y luego traducidas al español por el mismo autor.

En el primer relato estamos en los momentos previos a la muerte del gran dansak’ (“bailarín”, en quechua) Pedro Huancayre, o Rasu-Ñiti (“que aplasta la nieve”), como se le conocía en todas las fiestas en pueblos aledaños. Él, un “danzante de tijeras” -ver infografía-, que previendo su muerte, y sintiendo en su corazón al “Wamani” (“Dios montaña que se presenta en forma de cóndor”) hablarle, se viste con su traje y sus guantes con tijeras de acero para realizar su última danza, rodeados por su mujer, el violinista Don Pascual y el arpista Lurucha llamados por sus hijas que también asisten; con ellos llegó también Atok’ Sayku (“que cansa al zorro”), dansak’ discípulo de Rasu-Ñiti, vestido también para la ocasión pero sin tocar sus tijeras, triste y melancólico, futuro heredero y receptor del Wamani, y encargado de continuar la tradición; también los pobladores vecinos son asistentes de la ceremoniosa danza.
En la novela “Los ríos profundos” encontramos musicalidad en la realidad andina: entonaban alegres huaynos celebrando algún evento, y cantaban huaynos tristes en los últimos momentos de vida, previos a la muerte causada por el tifus; aquí, la música y danza en la agonía es un ritual, de despedida y, antes de partir, dejar en su discípulo el espíritu del Wamani. La esposa e hijas no parecen tristes. Parece que esto es lo que todo danzante de tijeras espera: morir realizando su danza y dejar un sustituto.
Arguedas recoge y transmite esta costumbre de los pueblos andinos, detallando al máximo la escena, los cambios de ritmos del dúo musical que acompañan al danzak’ entonando el “jaykuy” (entrada), siguiendo por el “sisi nina” (“fuego hormiga”), el “waqtay” (“la lucha”) y concluyendo con el “yawar mayu” (ríos de sangre), cada una de estas etapas en la danza con diferentes movimientos acrobáticos ejecutados por el danzak’ durante su agonía, para que al expirar sea Atok’ Sayku quien continúe con la danza y no dejar que la tradición muera.

En “Diamantes y pedernales” encontramos al “upa” (en quechua “el que no oye”: en los andes llaman así a los idiotas) Mariano, quien fue rechazado y abandonado por su hermano mayor, Antolín, un próspero comerciante, taimado, quien se avergonzaba de él y coincidía con el resto de sus hermanos en la condición humilde, media boba de Mariano. Así, este partió tan sólo acompañado por su arpa y su “killincho” (cernícalo) quien se aferraba a su hombro: juntos cruzaron la cordillera en busca de un nuevo pueblo como destino. Llegan a residir en uno donde la mayor parte de las tierras pertenecen a una señora importante de un distrito vecino, quien llegaba al pueblo con su joven hijo, Don Aparicio, un mujeriego ricachón educado en Lima, que por su condición adinerada hacía y deshacía en el pueblo. Don Aparicio percibió el profundo sentimiento de Mariano al tocar el arpa, y lo contrató inmediatamente brindándole alojamiento y ropa. Los pobladores se sorprendían que alguien con tanto poder llamase de “Don” al “upa” Mariano atribuyéndole dotes de “illa” (“ser que contiene virtudes mágicas”).
Don Aparicio tenía un concepto particular de la vida: fiestas, vida extravagante, entre las que estaban sus queridas: Irma entre ellas, la ocobambina que interpretaba huaynos, a quien había raptado hace algún tiempo con promesas de amor y ahora era una entre varias, aunque ella tenía momentos en que se sentía bien por saber que era la preferida. Todas quedaron eclipsadas al llegar al pueblo una costeña, viuda de un músico italiano, acompañada de su hija Adelaida, una hermosa rubia de finos trazos. Don Aparicio hizo de todo para tenerla también, paseando con su brioso potro negro llamado “Halcón”. Adelaida se dejaba impresionar por la hermosura del corcel. Irma, celosa por los desaires llega a invitar a su casa a Don Mariano, quien va inocentemente para entonar su arpa, siendo encontrado ahí por Don Aparicio y luego asesinado. A partir de ahí la vida de Don Aparicio tendrá un cambio radical, asumiendo incluso éste el “killincho” de Mariano antes de huir, y alimentándolo con un pedazo de la carne de su corcel, sacrificando así parte de algo muy cercano y querido por él para crear un vínculo con el animal de compañía de su víctima.

El relato “Orovilca” (“gusano sagrado”, en quechua) se diferencia de las otras por no estar ambientada en los andes: la historia se desarrolla en Ica (departamento o estado costeño al sur de Lima), donde el personaje que narra la historia es un estudiante llegado de los andes que tiene por compañeros a jóvenes costeños: Salcedo, de modales y educación sobresaliente, trataba a todos de “usted”, tenía influencia en los demás alumnos y con los profesores; Wilster, el “machito” de la clase, siempre en compañía de Muñante; Gómez, campeón de atletismo, quien se ofreció como juez de la pelea que pactan Salcedo y Wilster.
El joven estudiante andino (el narrador) solía pasear por las dunas y valles con Salcedo pues admiraba la manera de expresarse de aquel, cosa que él no conseguía, y también gustaba escuchar las historias que su amigo contaba. El cuento lleva el nombre de una de las lagunas ubicadas entre el valle y el desierto iqueño (la más conocida por la mayoría de nosotros los peruanos es “Huacachina”), lugar donde se desarrolla una historia contada por Salcedo sobre la corvina de oro que puede atravesar el desierto con la misma agilidad que en el agua hasta llegar al mar. Además del desenlace de la pelea entre los alumnos, como es común hasta ahora en las historias de Arguedas, encontramos descripciones detalladas de las personas y de su entorno: en éste caso, deja en claro una triste verdad que se da lamentablemente en el Perú: el racismo y discriminación hacia la raza andina por parte de la gente del litoral.

“Yo era el alumno del primer año, un recién llegado de los Andes, y trataba de no llamar la atención hacia mí; porque, entonces, en Ica, como en todas las ciudades de la costa, se menospreciaba a la gente de la sierra aindiada, y mucho más a la gente que venía desde pequeños pueblos.”

(pág. 76)

En “Diamantes y pedernales”, ambientado en la sierra andina, así como en la novela “Los ríos profundos” se ve el irrespeto por parte de los hacendados y/o gente llegada de la costa, y también de los pobladores locales educados y formados en la capital hacia la gente humilde y pobre de la sierra.

Dejo el primer relato, que da nombre a esta obra,

“La agonía de Rasu-Ñiti”


“Estaba tendido en el suelo, sobre una cama de pellejos. Un cuero de vaca colgaba de uno de los maderos del techo. Por la única ventana que tenía la habitación, cerca del mojinete, entraba la luz grande del sol; daba contra el cuero y su sombra caía a un lado de la cama del bailarín. La otra sombra, la del resto de la habitación, era uniforme. No podía afirmarse que fuera oscuridad; era posible distinguir las ollas, los sacos de papas, los copos de lana; los cuyes, cuando salían algo espantados de sus huecos y exploraban en el silencio. La habitación era ancha para ser vivienda de un indio.

Tenía una troje. Un altillo que ocupaba no todo el espacio de la pieza, sino un ángulo. Una escalera de palo de lambras servía para subir a la troje. La luz del sol alumbraba fuerte. Podía verse cómo varias hormigas negras subían sobre la corteza del lambras que aún exhalaba perfume.

—El corazón está listo. El mundo avisa. Estoy oyendo la cascada de Saño. ¡Estoy listo! Dijo el dansak’ “Rasu-Ñiti”(1).

Se levantó y pudo llegar hasta la petaca de cuero en que guardaba su traje de dansak’ y sus tijeras de acero. Se puso el guante en la mano derecha y empezó a tocar las tijeras.

Los pájaros que se espulgaban tranquilos sobre el árbol de molle, en el pequeño corral de la casa, se sobresaltaron.

La mujer del bailarín y sus dos hijas que desgranaban maíz en el corredor, dudaron.

— Madre ¿has oído? ¿Es mi padre, o sale ese canto de dentro de la montaña? —preguntó la mayor.
—¡Es tu padre! —dijo la mujer.

Porque las tijeras sonaron más vivamente, en golpes menudos.

Corrieron las tres mujeres a la puerta de la habitación.

“Rasu-Ñiti” se estaba vistiendo. Sí. Se estaba poniendo la chaqueta ornada de espejos.

— ¡Esposo! ¿Te despides? — preguntó la mujer, respetuosamente, desde el umbral. Las dos hijas lo contemplaron temblorosas.
—El corazón avisa, mujer. Llamen al “Lurucha” y a don Pascual. ¡Qué vayan ellas!

Corrieron las dos muchachas.

La mujer se acercó al marido.

—Bueno. ¡Wamani(2) está hablando! —dijo él— Tú no puedes oír. Me habla directo al pecho. Agárrame el cuerpo. Voy a ponerme el pantalón. ¿Adónde está el sol? Ya habrá pasado mucho el centro del cielo.
—Ha pasado. Está entrando aquí. ¡Ahí está!
Sobre el fuego del sol, en el piso de la habitación, caminaban unas moscas negras.
—Tardará aún la chiririnka(3) que viene un poco antes de la muerte. Cuando llegue aquí no vamos a oírla aunque zumbe con toda su fuerza, porque voy a estar bailando.

Se puso el pantalón de terciopelo, apoyándose en la escalera y en los hombros de su mujer. Se calzó las zapatillas. Se puso el tapabala y la montera. El tapabala estaba adornado con hilos de oro. Sobre las inmensas faldas de la montera, entre cintas labradas, brillaban espejos en forma de estrella. Hacia atrás, sobre la espalda del bailarín, caía desde el sombrero una rama de cintas de varios colores.

La mujer se inclinó ante el dansak’. Le abrazó los pies. ¡Estaba ya vestido con todas sus insignias! Un pañuelo blanco le cubría parte de la frente. La seda azul de su chaqueta, los espejos, la tela roja del pantalón, ardían bajo el angosto rayo de sol que fulguraba en la sombra del tugurio que era la casa del indio Pedro Huancayre, el gran dansak’ “Rasu-Ñiti”, cuya presencia se esperaba, casi se temía, y era luz de las fiestas de centenares de pueblos.

—¿Estás viendo al Wamani sobre mi cabeza? —preguntó el bailarín a su mujer.

Ella levantó la cabeza.

—Está —dijo—. Está tranquilo.
—¿De qué color es?
—Gris. La mancha blanca de su espalda está ardiendo.
—Así es. Voy a despedirme. ¡Anda tú a bajar los tipis de maíz del corredor! ¡Anda!

La mujer obedeció. En el corredor de los maderos del techo, colgaban racimos de maíz de colores. Ni la nieve, ni la tierra blanca de los caminos, ni la arena del río, ni el vuelo feliz de las parvadas de palomas en las cosechas, ni el corazón de un becerro que juega, tenían la apariencia, la lozanía, la gloria de esos racimos. La mujer los fue bajando, rápida pero ceremonialmente.

Se oía ya, no tan lejos, el tumulto de la gente que venía a la casa del bailarín.

Llegaron las dos muchachas. Una de ellas había tropezado en el campo y le salía sangre de un dedo del pie. Despejaron el corredor. Fueron a ver después al padre.

Ya tenía el pañuelo rojo en la mano izquierda. Su rostro enmarcado por el pañuelo blanco, casi salido del cuerpo, resaltaba, porque todo el traje de color y luces y la gran montera lo rodeaban, se diluían para alumbrarlo; su rostro cetrino, no pálido, cetrino duro, casi no tenía expresión. Sólo sus ojos aparecían hundidos como en un mundo, entre los colores del traje y la rigidez de los músculos.

—¿Ves al Wamani en la cabeza de tu padre? —preguntó la mujer a la mayor de sus hijas.

Las tres lo contemplaron, quietas.

—No —dijo la mayor.
—No tienes fuerza aún para verlo. Está tranquilo, oyendo todos los cielos; sentado sobre la cabeza de tu padre. La muerte le hace oir todo. Lo que tú has padecido; lo que has bailado; lo que más vas a sufrir.
—¿Oye el galope del caballo del patrón?
—Sí oye —contestó el bailarín, a pesar de que la muchacha había pronunciado las palabras en voz bajísima—. ¡Sí oye! También lo que las patas de ese caballo han matado. La porquería que ha salpicado sobre ti. Oye también el crecimiento de nuestro dios que va a tragar los ojos de ese caballo. Del patrón no. ¡Sin el caballo él es sólo excremento de borrego!

Empezó a tocar las tijeras de acero. Bajo la sombra de la habitación la fina voz del acero era profunda.

—El Wamani me avisa. ¡Ya vienen! —dijo.
—¿Oyes, hija? Las tijeras no son manejadas por los dedos de tu padre. El Wamani las hace chocar. Tu padre sólo está obedeciendo.

Son hojas de acero sueltas. Las engarza el dansak’ por los ojos, en sus dedos y las hace chocar. Cada bailarín puede producir en sus manos con ese instrumento una música leve, como de agua pequeña, hasta fuego: depende del ritmo, de la orquesta y del “espíritu” que protege al dansak’.

Bailan solos o en competencia. Las proezas que realizan y el hervor de su sangre durante las figuras de la danza dependen de quién está asentado en su cabeza y su corazón, mientras él baila o levanta y lanza barretas con los dientes, se atraviesa las carnes con leznas o camina en el aire por una cuerda tendida desde la cima de un árbol a la torre del pueblo.

Yo vi al gran padre “Untu”, trajeado de negro y rojo, cubierto de espejos, danzar sobre una soga movediza en el cielo, tocando sus tijeras. El canto del acero se oía más fuerte que la voz del violín y del arpa que tocaban a mi lado, junto a mí. Fue en la madrugada. El padre “Untu” aparecía negro bajo la luz incierta y tierna; su figura se mecía contra la sombra de la gran montaña. La voz de sus tijeras nos rendía, iba del cielo al mundo, a los ojos y al latido de los millares de indios y mestizos que lo veíamos avanzar desde el inmenso eucalipto de la torre. Su viaje duró acaso un siglo. Llegó a la ventana de la torre cuando el sol encendía la cal y el sillar blanco con que estaban hechos los arcos. Danzó un instante junto a las campanas. Bajó luego. Desde dentro de la torre se oía el canto de sus tijeras; el bailarín iría buscando a tientas las gradas en el lóbrego túnel. Ya no volverá a cantar el mundo en esa forma, todo constreñido, fulgurando en dos hojas de acero. Las palomas y otros pájaros que dormían en el gran eucalipto, recuerdo que cantaron mientras el padre “Untu” se balanceaba en el aire. Cantaron pequeñitos, jubilosamente, pero junto a la voz del acero y a la figura del dansak’ sus gorjeos eran como una filigrana apenas perceptible, como cuando el hombre reina y el bello universo solamente, parece, lo orna, le da el jugo vivo a su señor.

El genio de un dansak’ depende de quién vive en él: ¿el “espíritu” de una montaña (Wamani); de un precipicio cuyo silencio es transparente; de una cueva de la que salen toros de oro y “condenados” en andas de fuego? O la cascada de un río que se precipita de todo lo alto de una cordillera; o quizás sólo un pájaro, o un insecto volador que conoce el sentido de abismos, árboles, hormigas y el secreto de lo nocturno; alguno de esos pájaros “malditos” o “extraños”, el hakakllo, el chusek, o el San Jorge, negro insecto de alas rojas que devora tarántulas.

“Rasu-Ñiti” era hijo de un Wamani grande, de una montaña con nieve eterna. Él, a esa hora, le había enviado ya su “espíritu”: un cóndor gris cuya espalda blanca estaba vibrando.

Llegó “Lurucha”, el arpista del dansak’, tocando; le seguía don Pascual, el violinista. Pero el “Lurucha” comandaba siempre el dúo. Con su uña de acero hacía estallar las cuerdas de alambre y las de tripa, o las hacía gemir sangre en los pasos tristes que tienen también las danzas.

Tras de los músicos marchaba un joven: “Atok’ sayku”(4), el discípulo de “Rasu-Ñiti”. También se había vestido. Pero no tocaba las tijeras; caminaba con la cabeza gacha. ¿Un dansak’ que llora? Sí, pero lloraba para adentro. Todos lo notaban.

“Rasu-Ñiti” vivía en un caserío de no más de veinte familias. Los pueblos grandes estaban a pocas leguas. Tras de los músicos venía un pequeño grupo de gente.

—¿Ves “Lurucha” al Wamani?— preguntó el dansak’ desde la habitación.
—Sí, lo veo. Es cierto. Es tu hora.
—¡“Atok’ sayku”! ¿Lo ves?

El muchacho se paró en el umbral y contempló la cabeza del dansak’.

—Aletea no más. No lo veo bien, padre.
—¿Aletea?
—Sí, maestro.
—Está bien. “Atok’ sayku” joven.
— Ya siento el cuchillo en el corazón. ¡Toca! —le dijo al arpista.

“Lurucha” tocó el jaykuy (entrada) y cambió enseguida al sisi nina (fuego hormiga), otro paso de la danza.

“Rasu-Ñiti” bailó, tambaleándose un poco. El pequeño público entró en la habitación. Los músicos y el discípulo se cuadraron contra el rayo de sol. “Rasu-Ñiti” ocupó el suelo donde la franja de sol era más baja. Le quemaban las piernas. Bailó sin hervor, casi tranquilo, el jaykuy; en el “sisi nina” sus pies se avivaron.

—¡El Wamani está aleteando grande; está aleteando! —dijo “Atok’ sayku”, mirando la cabeza del bailarín.

Danzaba ya con brío. La sombra del cuarto empezó a henchirse como de una cargazón de viento; el dansak’ renacía. Pero su cara, enmarcada por el pañuelo blanco, estaba más rígida, dura; sin embargo, con la mano izquierda agitaba el pañuelo rojo, como si fuera un trozo de carne que luchara. Su montera se mecía con todos sus espejos; en nada se percibía mejor el ritmo de la danza. “Lurucha” había pegado el rostro al arco del arpa. ¿De dónde bajaba o brotaba esa música? No era sólo de las cuerdas y de la madera.

—¡Ya! ¡Estoy llegando! ¡Estoy por llegar! —dijo con voz fuerte el bailarín, pero la última sílaba salió como traposa, como de la boca de un loro.

Se le paralizó una pierna

—¡Está el Wamani! ¡Tranquilo! —exclamó la mujer del dansak’ porque sintió que su hija menor temblaba.

El arpista cambió la danza al tono de Waqtay (la lucha). “Rasu-Ñiti” hizo sonar más alto las tijeras. Las elevó en dirección del rayo de sol que se iba alzando. Quedó clavado en el sitio; pero con el rostro aún más rígido y los ojos más hundidos, pudo dar una vuelta sobre su pierna viva. Entonces sus ojos dejaron de ser indiferentes; porque antes miraba como en abstracto, sin precisar a nadie. Ahora se fijaron en su hija mayor, casi con júbilo.

—El dios está creciendo. ¡Matará al caballo! —dijo.

Le faltaba ya saliva. Su lengua se movía como revolcándose en polvo.

—¡“Lurucha”! ¡Patrón! ¡Hijo! El Wamani me dice que eres de maíz blanco. De mi pecho sale tu tonada. De mi cabeza.

Y cayó al suelo. Sentado. No dejó de tocar las tijeras. La otra pierna se le había paralizado.

Con la mano izquierda sacudía el pañuelo rojo, como un pendón de chichería en los meses de viento.

“Lurucha”, que no parecía mirar al bailarín, empezó el yawar mayu (río de sangre), paso final que en todas las danzas de indios existe.

El pequeño público permaneció quieto. No se oían ruidos en el corral ni en los campos más lejanos. ¿Las gallinas y los cuyes sabían lo que pasaba, lo que significaba esa despedida?

La hija mayor del bailarín salió al corredor, despacio. Trajo en sus brazos uno de los grandes racimos de mazorcas de maíz de colores. Lo depositó en el suelo. Un cuy se atrevió también a salir de su hueco. Era macho, de pelo encrespado; con sus ojos rojísimos revisó un instante a los hombres y saltó a otro hueco. Silbó antes de entrar.

“Rasu-Ñiti” vio a la pequeña bestia. ¿Por qué tomó más impulso para seguir el ritmo lento, como el arrastrarse de un gran río turbio, del yawar mayu éste que tocaban “Lurucha” y don Pascual? “Lurucha” aquietó el endiablado ritmo de este paso de la danza. Era el yawar mayu, pero lento, hondísimo; sí, con la figura de esos ríos inmensos, cargados con las primeras lluvias; ríos, de las proximidades de la selva que marchan también lentos, bajo el sol pesado en que resaltan todos los polvos y lodos, los animales muertos y árboles que arrastran, indeteniblemente. Y estos ríos van entre montañas bajas, oscuras de árboles. No como los ríos de la sierra que se lanzan a saltos, entre la gran luz; ningún bosque los mancha y las rocas de los abismos les dan silencio.

“Rasu-Ñiti” seguía con la cabeza y las tijeras este ritmo denso. Pero el brazo con que batía el pañuelo empezó a doblarse; murió. Cayó sin control, hasta tocar la tierra.

Entonces “Rasu-Ñiti” se echó de espaldas.

—¡El Wamani aletea sobre su frente! —dijo “Atok’ sayku”.
—Ya nadie más que él lo mira —dijo entre sí la esposa—. Yo ya no lo veo.

“Lurucha” avivó el ritmo del yawar mayu. Parecía que tocaban campanas graves. El arpista no se esmeraba en recorrer con su uña de metal las cuerdas de alambre; tocaba las más extensas y gruesas. Las cuerdas de tripa. Pudo oírse entonces el canto del violín más claramente.

A la hija menor le atacó el ansia de cantar algo. Estaba agitada, pero como los demás, en actitud solemne. Quiso cantar porque vio que los dedos de su padre que aún tocaban las tijeras iban agotándose, que iban también a helarse. Y el rayo de sol se había retirado casi hasta el techo. El padre tocaba las tijeras revolcándolas un poco en la sombra fuerte que había en el suelo.

“Atok’ sayku” se separó un pequeñísimo espacio, de los músicos. La esposa del bailarín se adelantó un medio paso de la fila que formaba con sus hijas. Los otros indios estaban mudos; permanecieron más rígidos. ¿Qué iba a suceder luego? No les habían ordenado que salieran afuera.

—¡El Wamani está ya sobre el corazón! —exclamó “Atok’ sayku”, mirando.

“Rasu-Ñiti” dejó caer las tijeras. Pero siguió moviendo la cabeza y los ojos.

El arpista cambió de ritmo, tocó el illapa vivon (el borde del rayo). Todo en las cuerdas de alambre, a ritmo de cascada. El violín no lo pudo seguir. Don Pascual adoptó la misma actitud rígida del pequeño público, con el arco y el violín colgándole de las manos.

“Rasu-Ñiti” movió los ojos; la córnea, la parte blanca, parecía ser la más viva, la más lúcida. No causaba espanto. La hija menor seguía atacada por el ansia de cantar, como solía hacerlo junto al río grande, entre el olor de flores de retama que crecen a ambas orillas. Pero ahora el ansia que sentía por cantar, aunque igual en violencia, era de otro sentido. ¡Pero igual en violencia!

Duró largo, mucho tiempo, el “illapa vivon”. “Lurucha” cambiaba la melodía a cada instante, pero no el ritmo. Y ahora sí miraba al maestro. La danzante llama que brotaba de las cuerdas de alambre de su arpa, seguía como sombra el movimiento cada vez más extraviado de los ojos del dansak’; pero lo seguía. Es que “Lurucha” estaba hecho de maíz blanco, según el mensaje del Wamani. El ojo del bailarín moribundo, el arpa y las manos del músico funcionaban juntos; esa música hizo detenerse a las hormigas negras que ahora marchaban de perfil al sol, en la ventana. El mundo a veces guarda un silencio cuyo sentido sólo alguien percibe. Esta vez era por el arpa del maestro que había acompañado al gran dansak’ toda la vida, en cien pueblos, bajo miles de piedras y de toldos.
“Rasu-Ñiti” cerró los ojos. Grande se veía su cuerpo. La montera le alumbraba con sus espejos.

“Atok’ sayku” salió junto al cadáver. Se elevó ahí mismo, danzando; tocó las tijeras que brillaban. Sus pies volaban. Todos estaban mirando. “Lurucha” tocó el lucero kanchi (alumbrar de la estrella), del wallpa wak’ay (canto del gallo) con que empezaban las competencias de los dansak’, a la media noche.

—¡El Wamani aquí! ¡En mi cabeza! ¡En mi pecho, aleteando! —dijo el nuevo dansak’.

Nadie se movió.

Era él, el padre “Rasu-Ñiti”, renacido, con tendones de bestia tierna y el fuego del Wamani, su corriente de siglos aleteando.

“Lurucha” inventó los ritmos más intrincados, los más solemnes y vivos. “Atok’ sayku” los seguía, se elevaban sus piernas, sus brazos, su pañuelo, sus espejos, su montera, todo en su sitio. Y nadie volaba como ese joven dansak’; dansak’ nacido.

—¡Está bien! —dijo “Lurucha”—. ¡Está bien! Wamani contento. Ahistá en tu cabeza, el blanco de su espalda como el sol del medio día en el nevado, brillando.
—¡No lo veo! —dijo la esposa del bailarín.
—Enterraremos mañana al oscurecer al padre “Rasu-Ñiti”.
—No muerto. ¡Ajajayllas! —exclamó la hija menor—. No muerto. ¡Él mismo! ¡Bailando!

“Lurucha” miró profundamente a la muchacha. Se le acercó, casi tambaleándose, como si hubiera tomado una gran cantidad de cañazo.

—¡Cóndor necesita paloma! ¡Paloma, pues, necesita cóndor! ¡Dansak’ no muere! — le dijo.
—Por dansak’ el ojo de nadie llora. Wamani es Wamani.”


(1) Dansak’: bailarín; “Rasu-Ñiti”: que aplasta la nieve.
(2) Dios montaña que se presenta en figura de cóndor.
(3) Mosca azul.
(4) Que cansa al zorro.



Dejo la infografía sobre lo que es un danzante de tijeras tomada de la gran web site y blog “Fábrica de Ideas”, donde encontrarán excelentes infografías sobre diversos temas.
Así como el vídeo subido en youtube por “Viaje0al00Sur”, un cortometraje sobre éste relato, donde en uno de los comentarios mencionan a quienes escenifican este vídeo: Gregorio Condori Tito o “Lapla de Huaycahuacho” como es conocido, en el arpa; Juan Caccha Arango o “Ojicha de Sondondo” en el violín; y Jechele de Anadamarca como el danzante. Personalmente me atrevo a mencionar (espero no estar errado y si alguien sabe me corrige por favor) a los primeros actores: Delfina Paredes como esposa del dansak’, y Luís Álvarez como Rasu-Ñiti. El vídeo data de mediados de los 80's.





En este pequeño libro encontramos una gran obra, que a través de la producción literaria de Arguedas encontramos constumbres y tradiciones que deberíamos preservar y mantener, y nunca que quede en el olvido.


Fuentes:

- Infografía: http://www.fabricadeideas.pe/blog/?m=201007
- Vídeo: http://www.youtube.com/user/Viaje0al00Sur

miércoles, 21 de julio de 2010

El beso de la mujer araña, Manuel Puig.




O beijo da mulher aranha; El beso de la mujer araña; Manuel Puig 1976; Ed Círculo do livro 1981; Argentina.


El otro libro encontrado en aquel lugar fue el del argentino Manuel Puig: la suerte estuvo de mi lado al encontrar cada una de estas obras a RS1, ya que en librerías de cadenas, tipo Livrarías Curitiba (libros nuevos) no bajan de RS30 y en Livrarías Sebo (de segunda mano) normalmente deben estar entre RS10 y RS15, y si es que se encuentra estas obras en particular.
Recuerdo que hay una película basada en este libro: sé incluso que ahí trabajan Raúl Juliá, William Hurt y Sonia Braga, pero hasta ahora no la he podido ver.

En esta novela con dieciséis capítulos asistimos al encuentro de dos tipos de mundos totalmente diferentes en la celda 7 del Pabellón D: al del reo 16,115, Valentín Arregui Paz, preso político, un tipo muy cerrado en sus ideas y convicciones, metódico y estudioso; y del reo 3,018, Luis Alberto Molina, encerrado dos años después que Arregui por corrupción de menores. Cuando crees que nada podría haber en común entre el revolucionario y el compañero afeminado la trama va desvelando que no es así, ya que esta inicia con una fluida comunicación entre ambos, desenvuelta, como veremos en el transcurso de la obra, a raíz de las historias de las películas que Molina le va narrando a Arregui: con esto descubrimos que además de la soledad, la añoranza por las mujeres de sus vidas: Marta, en Arregui, y en Molina su madre; y el bajón por la difícil situación que pasan, también tienen en común la pasión por el cine. Estas historias ocupan buena parte de la trama, y son, particularmente, las partes menos interesantes; en algunos casos llegan a ser muy extensas: aunque muy descriptivas son –para mí, y discutible por cierto- somnolientas. Lo que encuentro de atractivo -y es lo que me salva de quedarme dormido en pie en el bus mientras leo- durante aquellas narraciones es ver en Molina una repregunta sobre algún detalle en particular de alguno de los personajes o un comentario con humor sobre alguna acción, lo que denota el interés de él en las historias que va escuchando, pues es lo que le da libertad, le permite traspasar la pequeña celda que es su triste universo.

- ……..Lo mira, y suspira profundamente, aliviada, contenta porque el pajarito no se asusta con ella. Va hasta la cocina y prepara unas tostadas con mantequilla, y avena, y ….
- No hables de comida.
- Y panqueques…
- Mira, estoy hablando en serio. Nada de comidas ni de mujeres desnudas.
- Bueno, ella lo despierta y él está feliz al verla tan en confianza en la casa y le pregunta si quiere quedarse viviendo allí para siempre.
- ¿Él todavía está echado?
- Sí, ella le llevó el café a la cama.
- Jamás me gustó tomar café luego de levantarme. Antes que nada me cepillaba los dientes. Continúa, por favor.
- Bueno, él quiere besarla. Y ella no lo deja aproximarse.
- Seguro tiene mal aliento, no se lavó la boca.
- Si te vas a burlar no tiene gracia en que continúe.
- No, por favor, estoy escuchando.

(pág. 15 y 16)



En esta convivencia forzada se llega a desarrollar una amistad, complicidad y lealtad, por momentos transmite algo de ternura. Las conversaciones del Director del presidio con Molina, incitándolo a que obtenga información de Arregui a cambio de su libertad están muy bien desarrolladas: te puedes imaginar a aquel tipo, siendo breve su aparición en la trama (cap. 8, 11 y 14). El capítulo catorce inicia con una conversación de éste con un superior, previo a una última entrevista con Molina, donde sólo presenciamos el diálogo del Director encontrando la respuesta de su interlocutor en la verborrea del primero (pág. 201 y 202): muy interesante esta parte, a pesar de ser corta. El capítulo quince es un informe muy detallado (con intervención de llamadas, como en toda dictadura que se respete) sobre la actividad de Molina en su reciente libertad, intentando reconocer en sus diálogos algún mensaje codificado o cita con personas cercanas a Arregui. El capítulo dieciséis, y último de la obra es una verborrea surrealista de Valentín posterior a una de sus torturas, donde encontramos un sentimiento de culpa por parte de Arregui por saber el destino de su ex compañero de celda: estos tres últimos capítulos fueron lo mejor de la obra, por ser diferentes entre sí y con los capítulos que los anteceden. Además, hay anotaciones a pié de página hechas por el autor. En verdad, más que anotaciones son largos conceptos transcritos que van desde el investigador inglés D. J. West con su “Teorías sobre el origen físico de la homosexualidad”, hasta el austríaco Sigmund Freud, pasando por el intelectual norteamericano Norman O. Brown con su “Life Against Death: The Psychoanalytic Meaning of History” (“Vida contra muerte”) donde el autor nos deja estas teorías sobre un posible acercamiento a una respuesta del por qué del homosexualismo, para tener en cuenta a la par con la lectura de la novela. Confieso que estas notas también me rescataban del sopor en que me envolvían las largas historias narradas por Arregui. Como colofón hay una reseña sobre el autor donde, entre otros datos, informan sobre su estancia brasilera. Lo dejo en portugués ya que éste idioma no es ruso ni húngaro, se puede llegar a entender aún para quienes no tengan contacto con portugueses o brasileros:

Em Brasil, além de ter entrado em voga, Manuel Puig acha que encontrou respeito. A adaptação teatral de “O beijo da mulher-aranha”, em agosto de 1981, chegou ao palco do Teatro Ipanema, no Rio de Janeiro (com Rubens Correa e José de Abreu, direção de Ivan Albuquerque) no momento em que o livro, em oitava edição, completava quase cinqüenta semanas na lista dos mais vendidos no país.
Talvez por isso, Puig tenha resolvido fixar-se no Brasil. Aos quarenta e oito anos, morador do Leblon, Rio, conclui o sétimo libro, sobre o pedreiro que fez reformas em seu apartamento. E não se cansa de repetir, em seu aparelho de vídeo-cassete, relíquias cinematográficas como “King Kong”, “Belinda”, e os filmes estrelados por Hedy Lamarr. O cinema moderno não tem vez nas preferências de Manuel Puig: "Os filmes novos –diz o escritor- são intelectuais de mais”.


Escrita entre 1974 y 1975, y publicada un año después en España la presente obra, como todo clásico, se mantiene en nuestros días. No es un libro inolvidable, tampoco es un fiasco, está lejos de serlo: hay una buena historia en sus páginas a ser descubierta. Claro, todavía me debo la película.

sábado, 17 de julio de 2010

Trivento Golden Reserve Syrah 2006



Trivento; Golden Reserve; Syrah 2006, Grad. Alc. 14,8%; Tupungato, Mendoza, Argentina.

Aprovechando que mi amigo, el fotógrafo paulistano Charles Trigueiro nos visita una temporada para apreciar el frío del Paraná, trasegamos esta botella con la excusa de sentarnos alrededor de la mesa y saborear la comida.
Es un vino muy denso, demoraba en caer por las paredes de la copa: pocos vinos tienen esa característica, denotaba corpulencia, formaba hermosas lágrimas con el pasar del tiempo, el color es un púrpura muy obscuro. El aroma invade el comedor, tiene mucha presencia, se siente frutas negras, moras maduras, algo de tabaco, tiene un aroma muy persistente. Al saborearlo se siente, moras maduras nuevamente, acidez muy controlada, cerraba la boca por buen tiempo, es un vino con mucho cuerpo, a pesar de su alta graduación alcohólica no se percibía sensación alguna de alcohol. Es un vino muy untuoso y de taninos elegantes y con mucha personalidad. Una experiencia muy agradable.

viernes, 16 de julio de 2010

Alto Las Hormigas 2009




Altos Las Hormigas; Malbec 2009; 14% Grad. Alc.; Luján De Cuyo, Mendoza Argentina.

Guardamos buenos recuerdos de los vinos Altos Las Hormigas bebidos con anterioridad. Esta marca de la vinícola está enfocada únicamente en la producción de vinos con la cepa emblemática argentina, el malbec; no encontrarás –hasta el momento- un vino con éste rótulo y con otra cepa (existe en esta vinícola la marca “Colonia Las Liebres”, que sí ofrecen vinos con otras cepas), así, el enólogo toscano Alberto Antonini y el empresario Antonio Morescalchi vienen produciendo sus excelentes (considerando su precio: RS33 = $18 = S/.52,30) vinos desde 1995.
Por cierto, existe una variedad “Viña Las Hormigas” al triple de este precio.

Foto: enólogo Alberto Antonioni

Encontramos en la etiqueta una recomendación: beberlo ahora o guardarlo hasta por 5 años. Es un vino joven, y, a pesar de eso, también está entre los mejores con aquella relación costo/beneficio.
En la copa, es de un violeta oscuro, no llega a formar grandes lágrimas, parece tener poco cuerpo. El olor es frutado, es mejor dejarlo en la copa un buen momento porque al olerlo con poco tiempo en la copa el alcohol incomoda, luego de unos 10 ó 15 minutos –mientras cocinábamos- esa sensación desaparece, además del olor frutado se siente un toque de tabaco. En la boca, es muy equilibrado, como lo recordábamos, acidez equilibrada, taninos suaves, no te cierra la boca del todo, ciruelas maduras, es amanerado, tabaco nuevamente, y lo único que le podemos reprochar (en comparación a las botellas del 2007) es la falta de cuerpo: es medio aguado, aunque no llega a incomodar del todo eso. La revista norteamericana “Wine Spectator” le concedió 87 puntos al vino de esta añada, nuevamente, considerando su precio terrenal es una gran obtención. Quizá sea mejor con un par de años de espera. Igual, este vino no decepciona.

domingo, 11 de julio de 2010

Vanguardismo en la literatura japonesa



Drop de Koji Suzuki: vanguardismo bizarro.

Primero: esto es un refrito. Alguna vez le escuché éste término al periodista Beto Ortiz: lo entendí como anunciar/publicar algo (lo risible es que muchas veces como primicia) que ya fue anunciado/publicado por otros.
Esta noticia ya cumplió poco más de un año, y yo me enteré hace pocos meses; quizá exista alguien tan despistado como yo que también ignore esta nota. Ya busqué alguna traducción de esta historia, al español, al inglés o al portugués, y, ni porque en Brasil la cultura japonesa es más difundida que en el Perú, no llegué a encontrarla, aunque sigo buscando. Intenté hacerme de uno de estos … rollos, con algún amigo o conocido que dejé allá, pero no está a la venta en cualquier “kombini” (mini-market) de la esquina, y soy consciente que nadie que no esté interesado saldrá específicamente a buscar “un rollo de papel higiénico” al centro de Nagoya, por ejemplo.

Koji Suzuki es autor de “Ringu” (1991) y llevado al cine japonés en 1998 con sus respectivas secuelas; con remake surcoreano en 1999 (“The Ring Virus”) y el norteamericano en el 2002 (“The Ring” en inglés; “El Aro” en español; “O Chamado” en portugués).
Este mismo autor en junio del 2009 sacó al mercado japonés su nueva obra: “Drop” (“Gota”), sobre un fantasma alojado en un inodoro (wáter o excusado). El lanzamiento no fue en un formato de libro, sino impreso en papel higiénico; ni fue lanzado por una casa editora sino por la empresa fabricante del rubro, Hayashi Paper Co.
La historia tiene 90 cm de largo y se repite varias veces en el rollo. Cada unidad tiene un valor de 210 yenes ($2 = S/.6.00 = RS3,40)





Para nosotros esto es una campaña marketera novedosa. En Japón no tanto. Ya había visto rollos de papel higiénico con frases célebres en ideogramas japoneses.
Es cierto lo que mencionan todos los sitios web acerca de esta obra: en Japón es común decir que “los fantasmas aparecen regularmente en los baños”, y esto tiene que ver sin duda con el tema del terror del que trata la obra; hay algo más: en Japón se acostumbra ojear y/o leer revistas mientras estás sentado (o en cuclillas) haciendo tu necesidad. En los baños de cualquier casa o apato es común ver un buen grupo de revistas y libros “a la mano” para distraer la mirada mientras estás ahí.

Recuerdo la charla en el primer trabajo que tuve allá en la isla: el jefe japonés (kakarichó) recomendaba, muy serio y adusto, que, en nuestros apatos, mientras estemos sentados defecando, revisemos libros de kanji, katakana y hiragana, “para así no perder tiempo: son entre tres y cinco minutos, a veces más, que están desperdiciando sin aprender nada, y que podría ser aprovechado.” Todos reían (reíamos: confieso haberlo hecho), dejando nervioso y preocupado al traductor. El japonés seguía entre serio y sorprendido, no se le veía molesto. Comentó: “¡Cómo no pueden entender que ese tiempo es muy valioso y se puede aprovechar!”. Sólo algunos rieron. Otros estábamos entre sorprendidos y avergonzados; creíamos que estaba bromeando. Luego, con el transcurrir del tiempo veía cómo se hacía costumbre aquella práctica, aunque en mi caso, nunca pude tener entre mis manos un libro, sólo revistas y folletos.
También a inicios del año pasado la empresa nipona Japan Toilet Labo en un estudio, para disminuir los efectos del calentamiento global, descubrieron que las personas usan 20% menos de papel cuando encuentran un mensaje escrito en éste, así lanzaron rollos con poemas impresos en el papel,
Otro punto a tener en cuenta: todo papel higiénico en Japón es 100% degradable. No existe un basurero en cada baño, ya que el papel en contacto con el agua se desintegra en su totalidad.



Keipu Endo obtiene éxito a través de un teléfono celular.

Otra particularidad en Japón es accesar a internet por el celular: en un tren es muy común ver personas totalmente absortas frente a su teléfono móvil, y, entre las muchas acciones que realizan, una de ellas es leer. Hace pocos meses lanzaron una serie de reportajes en el programa dominical “Fantástico” de la televisora Globo, llamado “Megacidades” (Megaciudades), donde el conductor Zeca Camargo visitaba cada una de las ciudades consideradas como tal. En cada una hacía una pequeña entrevista a un escritor: en Tokyo fue la vez de Keipu Endo, joven escritor que lanzó su libro sólo para ser leído a través de un teléfono celular:



Camargo: ¿Por qué decidió escribir en ese formato y no en un libro tradicional?

Endo: Las personas pasan demasiado tiempo dentro de un medio de transporte, muchas personas usan el teléfono celular para “surfear” en internet. Como hoy en día los jóvenes en Japón casi no compran libros, los autores tuvimos que adaptarnos. Fue así que surgió esta moda de publicar y leer novelas por el teléfono celular.

Camargo: Sus personajes son bastante urbanos, sacados de las calles de Tokio, de la vida alternativa de la ciudad.

Endo: Yo diría que Tokio es mi tema principal, e intento pasar un poco de la vibración de esta ciudad; al final, una de las cosas que más me gusta de este lugar es la mezcla de culturas.

Desde textos literarios a través de celulares hasta impresos en rollos de papel higiénico: en Japón, más que nunca, no hay excusa para no leer.



Fuentes:
- Web-site UOL; sección Made in Japan.
- http://journal.mycom.co.jp/news/2009/05/25/018/
- http://fantastico.globo.com/Jornalismo/FANT/0,,MUL1585429-15607-370,00.html

jueves, 8 de julio de 2010

Domados Lobuno Select Blend 2004



Los Domados S.A. 
Domados Lobuno Select Blend 2004 
14% Grad. Alc. 
Malbec 60%; Merlot 25%; Cabernet Sauvignon 15% 
La Consulta, Mendoza, Argentina.

Abrimos con algo de temor esta botella. Temor por el año: ya tiene 6 años de haber sido embotellado. Eso de que el “vino cuanto más añejo mejor” es una máxima para vinos top franceses, italianos, portugueses y españoles, y quizá algunos argentinos y chilenos, y claro, siempre y cuando aquellos vinos top hayan sido guardados en condiciones aceptables que permitan su evolución.

Aquella frase nunca será para los vinos de un día cualquiera, que son en su mayoría los que nos encontramos con más frecuencia.

Sin embargo, este Domados Lobuno (RS32 = $18 = S/50.50), un ensamble de tres cepas, resistió firme estos 6 años, y eso a pesar de ser adquirido en un supermercado. Ya casi no nos hacemos de vinos de supermercados, son muy raras las ocasiones. No sólo por no contar en esos lugares con una buena infraestructura para su almacenamiento, también porque hasta llegan a ser más caros que en una vinoteca, cava o tienda especializada, ejemplo: los Trio’s 2007 tintos de Concha y Toro, en el Mercado Municipal RS33, y guardados en forma horizontal en un ambiente muy ventilado e iluminación adecuada; en el Wallmart los mismos vinos, agrupados en forma vertical, donde todos los agarran para leer el rótulo y luego lo dejan para hacerse de una botella de Chalise (ver reseña en vinos brasileros), y cayéndole la luz de manera directa en algunos casos: ¡RS67! ¡No jodan!

Regresando a esta botella:

Si en el anterior vino de esta casa, el nombre de la variedad “Zaino” se refería a un tipo de caballo, ahora, este “Lobuno” hace mención al color que tiene el lobo, una delicada diferencia de ceniza con tonalidad marrón pardo, con brillos de naranja y amarillo, o sea, del color de la cápsula o capucha de esta botella.
Este vino posee un color morado oscuro, no denota mucho cuerpo ni parece ser aguado: corpulencia media. En la nariz, tiene un agradable olor a frutas negras, ciruelas negras; es un aroma frutado. En la boca, sus taninos son suaves, se impregnan en el paladar y en la parte inferior/posterior de la lengua; agradable sensación, nuevamente se siente la ciruela negra, Cris percibió un toque mentolado. Aunque de final medio, acompañó muy bien nuestro guiso de carne. Así como el Domados Zaino, éste Lobuno fue una muy agradable sorpresa; tremendos vinos para el precio que tienen. Como dicen los que entienden, frase trillada pero cierta en este caso: excelente relación costo-beneficio.

martes, 6 de julio de 2010

Los rios profundos, José María Arguedas



Os rios profundos; Los rios profundos, 1958; Ed. Círculo do Livro, 1983; José Maria Arguedas; Perú.

No suelo hacerme de libros en portugués de escritores hispanohablantes porque prefiero leerlos en español. Debería aprovechar el estar aquí y conocer más sobre escritores en lengua portuguesa, y poder leerlos en su idioma original. Sin embargo, cuando entro a una librería, ya sea en las grandes cadenas o en las excelentes livrarias sebo(libros de segunda mano), y alguien se me acerca amablemente y me pregunta: que está procurando?, mi respuesta siempre es: não sei; yo siempre ingreso para ver qué encuentro. Fue así que en una “livraria sebo” me crucé con un montículo de libros coronados por un cartelito: “RS 1 só!” ($0,55 ó S/.1,55 apróx.), que me regresó por un momento a aquellos puestos en el Jr. Amazonas en el centro de Lima, donde algunos vendedores -generalmente los que tienen su puesto con vista al jirón a través de una reja-, tienen una mesita, con un “cerro” de libros a S/.1 (un nuevo sol), y, generalmente, no hay nada ahí que llame mi atención. Éste parecía ser el caso, hasta divisar, y luego palpar, una tapa dura color negra. Al “desenterrarlo”, los otros libros parecían pelear por un nuevo espacio, reacomodándose por efecto del movimiento al remover aquel libro, como naranjas en un supermercado: cuando sacas una y siete van en diferentes direcciones con un mismo destino, el suelo. De esa manera quedó al descubierto otra tapa dura, de color azul, donde se podía leer parte de una palabra: “…fundos”: el segundo hallazgo es el libro de la foto en la parte superior de este post.
Antes de continuar rebuscando ahí me cercioré con la vendedora-cajera si el precio era el correcto por cada uno de esos ejemplares, claro, sin ninguno de mis dos hallazgos en la mano. Es más, algo alejado de ellos, sin denotar entusiasmo (eso haría en una vendedora avispada el decirme que esos dos que encontré estaban ahí por error), y con un libro de misticismo en la mano (¡cómo hay libros de misticismo aquí en Brasil!). Luego de su venia estaba yo ahí, escarbando con ansias, sin encontrar más nada.

Algunas líneas sobre la casa editora.

La editora Círculo do Livro no existe más, y me gustó desde la primera vez que supe de ella, no sólo por la buena calidad de sus hojas, la encuadernación: cosida y engomada, y siempre con tapa dura. Una frase lleva un mensaje en sus páginas iniciales, a modo de amenaza:

“É proibida a venda a quem não pertença ao Círculo.”

En los 70’s tenías que ser socio “del Círculo” para que te pueda llegar un catálogo quincenal con las obras editadas; el nuevo socio tenía la obligación de por lo menos comprar un libro en aquel período. Para afiliarte un socio antiguo tenía que recomendarte. Esta idea fue establecida en marzo de 1973 por el grupo alemán Bertelsmann, y en sus cinco primeros años la empresa brasilera estaba en pérdida, aunque eso no era problema para el grupo. En noviembre de 1975 tenían 250,000 socios, y para 1978 ya eran más de 500,000, para enero de 1983 contaban ya con más de 800,000 socios en 2,850 de los 4,099 municipios brasileros, para finales de la década de los 80’s llegó a tener más de 1’000,000 de socios, todos siempre atendidos a través de una cadena de revendedores y por correos. Se diferenciaban por ofrecer libros de muy buena calidad a un precio mucho más accesible del mercado: de 10% a 15% más baratos. Los tirajes eran entre seis y cincuenta mil siendo vendidos en media diez mil por cada título. El Director y Gerente Comercial del Círculo…, Raymond Cohen viajó a España para estudiar los métodos del “Círculo del Libro” que funcionaba en ese país desde 1962, y a Portugal, donde la venta era hecha a domicilio, como se pensaba hacer en Brasil. Cohen afirma en un reportaje de la Revista Veja del 14 de febrero de 1973 titulado “A leitura multiplicada”:

“El objetivo es aumentar el gusto por la literatura y estimular el hábito de lectura”.

Cuenta además con gran parte de las mejores obras y autores de todo el mundo, desde brasileros como Machado De Assís (“O alienista e outros contos”) hasta muchas de las obras de Jorge Amado (“Mar morto”, “Tenda dos milagres”, etc.), e innumerables escritores extranjeros.
En este hallazgo, además de encontrar un libro como “Los rios profundos”, una de las principales obras de la literatura peruana, el otro libro encontrado es una obra, no sé si la más importante, quizá la más conocida, de un reconocido escritor argentino, pero esta segunda obra la dejaré para una posterior lectura.

Sobre esta obra.

Leer la obra más importante de José María Arguedas es adentrarse en los andes, conocer aquel maravilloso mundo, donde hasta en la actualidad muchos de los pueblos y caseríos e inclusive ciudades están al margen, y donde confluyen y conviven dos culturas muy distintas: la indígena y la occidental, donde la segunda se aprovecha, reprime, y abusa de la inocencia de la primera.
Así, recorreremos junto a Ernesto parte de los andes, comenzando en Cusco, donde junto a su padre enrumbarán hacia Abancay. Ernesto es muy observador, y está en contacto con su entorno: no quería partir sin dejar de apreciar un “muro inca”.

“Apareceram as sacadas esculpidas, as portadas imponentes e harmoniosas, a perspectiva das ruas, ondulantes, na ladeira da montanha. Mas nenhum muro antigo!
Aquelas sacadas salientes, as portadas de pedra e os saguões esculpidos, os grandes pátios com arcadas, eu os conhecia. Tinha-os visto sob o sol de Huamanga. Eu esquadrinhava as ruas à procura de muros incaicos.

- Olhe em frente- disse meu pai. –Foi o palácio de um inca.

Quando meu pai assinalou o muro, parei. Era escuro, áspero: atraía, com sua face reclinada. A parede branca do segundo andar começava em linha reta, em cima do muro.” (pág. 8)

(...)

“A construção colonial, suspensa sobre a murada, tinha a aparência de um sobrado. Eu me esquecera dela. Na rua estreita, a parede espanhola, caiada, não parecia servir senão para dar luz ao muro.”
(pág. 12)

Ernesto también puede ver lo que muchos no conseguimos: la destrucción de la naturaleza, que para él es muy importante, por estar conectado quizá, de alguna manera con ella: el rio, las montañas, un árbol:

“Uma árvore de cedrão perfumava o pátio, apesar de ser baixa e de galhos esquálidos. A arvorezinha mostrava pedaços brancos no tronco; os meninos deviam judiar dela.” (pág. 8)

Ernesto fue criado entre viajes por el Perú profundo, el Perú de los andes, y a su corta edad ya vio mucho. El primer capítulo, de los once que cuenta esta obra, termina con la llegada a la cumbre desde donde pueden ver y oír al Apurímac mayu: rio Apurímac, este nombre significa Dios que habla.
El segundo capítulo inicia con recuerdos: su padre es abogado, errante, viaja de ciudad en ciudad buscando trabajo. Recordaba una vez, al llegar a una aldea, Ernesto recuerda haber presenciado ya más destrucción: cómo un grupo de niños con hondas en mano mataban diversas aves de la fauna de la zona.

“Na aldeia de que falo, todas as crianças estavam armadas com atiradeiras de borracha; caçavam os pássaros como inimigos de guerra; juntavam os cadáveres na saída das hortas, no caminho, e os contavam: vinte tuyas, quarenta chihuacos, dez viuda-pisk’os.” (pág. 29)

Ernesto es encomendado al Padre Linares, director del colegio en Abancay. Su padre encuentra en un hombre de Chalhuanca la oportunidad que buscaba: trabajo, para poder comprar una chacra junto a un río, Así, él decide ir a esa ciudad dejándolo en el internado.
Ernesto sabe de la diferencia entre los indios y los hacendados, ya que conoce ambas realidades. Ve cómo Abancay está cercada por las tierras de la hacienda Patibamba: de sur a norte y de una cumbre a otra, todo pertenece a la hacienda. Él, aunque se comunicaba tan bien en castellano como en quechua, intentó en vano, en sus andanzas por los pueblos vecinos, ingresar a una casa; a pesar de expresarse “con el lenguaje de los ayllus” no obtiene éxito. El temor hacía no reconocer en el portador de ese lenguaje a uno de ellos.

“Os índios e as mulheres não falavam com os forasteiros.

- Jampuyki mamaya (venho vê-la, mãezinha). Bati em várias portas.
- Mánam! Ama rimawaychu! (Não quero! Não fale comigo!) –responderam-me.

(...)

- Señoray, rimakusk-ayki! (Deixe-me falar-lhe, senhora) – insisti muitas vezes, pretendendo entrar em alguma casa. Mas as mulheres me olhavam atemorizadas e com desconfiança. Já não ouviam nem sequer o linguagem dos ayllus; tinham-les feito perder a memória; porque eu lhes falei com as palavras e o tom dos comuneiros, e me desconheceram.”
(pág. 45)

Vemos la antítesis en el Padre Director del colegio, de cabello blanco y tez rosácea, de figura gallarda e imponente, quien va a las capillas de las haciendas a oficiar misas, y que sólo cuando unos hacendados llegaban a la ciudad hacía sermón con cánticos en la iglesia; soñaba con una nueva guerra contra Chile, deseo que se veía influenciado en sus “sermones patrióticos”; elogiaba de la misma manera a la virgen como a los hacendados:

“...eles são o fundamento da pátria, os pilares que sustentavam sua riqueza.” (pág. 47)

Ernesto narra que cuando el Padre Director se sentaba a almorzar con los internos, mientras las mujeres lo adoraban, y los jóvenes lo creían santo, para él era, en sus sueños algunas veces el personaje de una pesadilla: era un pez grande persiguiendo a los peces más pequeños que viven entre las algas, en las orillas del río, y, en otras ocasiones parecía Don Pablo Maywa, el indio del que más gustó, abrazándolo contra su pecho.

A su vez, los juegos del patio escolar se veían influenciados también por aquellos sermones: los estudiantes se agrupaban en bandos de “peruanos” y “chilenos”, donde los del segundo bando, en su mayoría, llegaban con la nariz hinchada, los ojos morados, y los labios partidos.

“A maioría são chilenos, padrezinho! – informavam “os chefes”. O padre diretor sorria, e nos levava à farmácia para medicar-nos.” (pág. 52)

Fue así, que en este absurdo juego conoce a Añuco, de família acomodada que cayó en desgracia; recogido por los padres del internado a los 9 años, antes de la muerte de su padre; orgulloso, y siempre acompañado del Lleras, campeón de peleas, de corridas, y zaguero insustituible del equipo de futbol; también estaban Romero, quien era el mejor con la armónica para entonar huaynos, de marcados rasgos andinos; Palacitos, el más humilde y tímido de todos, llegado de una ciudad enclavada en la cordillera andina, no entendía bien el castellano; “O Cabeleira” (debe ser “el peluca”), llamado así porque su papá era barbero. Cobarde, a pesar de su corpulencia; Antero “el Markask’a”, amigo de Ernesto, fue quien llevó al colegio el primer “zumbayllu”; entre otros, y sobretodo aquí aparece Marcelina, la loca quien es asediada por los estudiantes para abusar de ella y divertirse con los más débiles instigándolos a que también la violen.



El término “Zumbayllu”, da nombre al sexto capítulo. Para entender esta palabra es bueno saber:

“La terminación quechua “yllu” es una onomatopeya, y representa, en una de sus formas, reproduce la música que producen las pequeñas alas en vuelo; música que surge del movimiento de objetos leves.” (pág. 69)

Así inicia el capítulo, lo dejé en español para que quede más claro.
Además, existe un danzak’ (danzante) llamado “Tankayllu”: su ropa es como la piel del cóndor, adornada con espejos.
También está el término “Pinkuyllu”: es el nombre de la flauta gigante que los indígenas del sur tocan en las fiestas comunales.
Todos en el colegio al ver el nuevo juguete, especie de trompo llevado por Antero, gritaban “zumabyllu, zumbayllu”.
Este objeto se vuelve apaciguador incluso en una pelea, hay un respeto por parte de los alumnos hacia su danza, su zumbido.

“O canto do zumbayllu se internava no ouvido, avivava na memória a imagen dos rios, das árvores negras agarradas às paredes dos precipícios.” (pág. 73)

Ernesto luego acompañará a las chicheras, con Doña Felipa a la cabeza, en su insurrección en contra de la salinera y a favor del pueblo hundido en la pobreza, sin escuchar los pedidos a modo de exigencia por parte del padre, defendiendo a los de la salinera.

Los alumnos, al percibir la ausencia de la loca Marcelina, sospecharán y le darán valor a los chismes sobre una peste, (Ernesto asocia esa repentina desaparición con el hecho de que ella puede estar quizá ya infectada), y que la ciudad será azotada pronto por esta: el tifus, que arrasará en los más pobres primero, en un inicio será negada por el padre director para no exaltar los ánimos, aunque finalmente no podrá ocultarlo. Los indígenas intentarán llegar a la ciudad siendo repelidos por los soldados. Agonizantes, le suplican una misa para poder morir tranquilos, a lo que el padre acepta a pedido de Ernesto, quien había sido encerrado por haber estado al lado de Marcelina en su agonía y muerte, sin importarse por la alta fiebre, las manchas y que estuviera infestada por piojos. Antes de abandonar la ciudad y escapar de la peste tocará las campanas de la iglesia anunciando la esperada liturgia.

Los huaynos (cánticos en quechua) están presentes en toda la obra: con su debida traducción al portugués, en este caso. Tanto como en el levantamiento de las chicheras contra la salinera…

“Soldaduchapa riflink’a
Tok’romantas kask’a,
Chasi chaysi,
Yank’a yank’a tok’yan,
Chaysi chaysi,
Yank’a yank’a tok’yan.
Manas manas wayk’ey,
Riflinchu tok’ro,
Alma rurullansi
Tok’ro tok’ro kask’a.
Salineropa revolverchank’a
Llama akawansi
Armask’a kask’a,
Polvorañantak
Mula salinerok’
Asnay asnay supin.”


“O rifle do soldadinho
Foi feito de ossos de cacto,
Pó isso, por isso,
Troa inutilmente,
Não, não, irmão,
Não é rifle,
É a alma do soldadinho,
De lenha imprestável.
O revólver do salineiro,
Estava carregado
Com excremento de lhama,
E em vez de pólvora,
E em vez de pólvora,
Peido de mula salineira.”


(pág. 107)


...como en la agonía al final de la obra, donde intercalaban el rezo del yayayku (Padre Nuestro) con melodías fúnebres de los entierros:

“Mamay Maria
Wañauchisunki,
Tatay Jesus kañachisunki,
Niñuchantarik sek’ochisunki
Ay, way, jiebre!
Ay, way, jiebre!”



"Minha mãe Maria há de
te matar,
Meu pai Jesus há de te queimar,
Nosso Menino há de te enforcar,
Ai, uai, febre!
Ai, uai, febre!”


Estas son tan sólo dos, hay muchas más en la obra: la realidad andina es musical.

La descripción es siempre a través de los ojos de un niño-adolescente, que parece no saber a cual de esos dos mundos pertenece.

La presente obra de la corriente indigenista fue ganadora del Premio de Novela de 1959. No sólo creo que sea un clásico peruano, sino también latinoamericano.


Fuentes:
- O livro no Brasil: sua história de Laurence Hallewell.
- O discurso sobre a leitura e o leitor na mídia escrita brasileira de Gilberto de Castro – Universidade Federal de Paraná.
- Revista Veja noviembre de 1973.