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martes, 17 de agosto de 2010

Cantos y cuentos quechuas II, José María Arguedas



Cantos y cuentos quechuas II; Ed. Municipalidad de Lima Metropolitana; Munilibros 1986; José María Arguedas, Perú.

A diferencia del libro primero, en este no aparecen los textos en quechua, tan sólo en español. Son ocho relatos, comenzando por “Historia de Miguel Wayapa”, donde el personaje que da nombre al relato es un tipo rico y malvado, que al morir desciende a los infiernos. Por otro lado está otro hombre muy pobre, quien estando totalmente ebrio acepta ser alférez (padrino, mayordomo) de una fiesta religiosa, principal en el pueblo. Salió a caminar en compañía de sus tres hijos y cargados de sacos de harina arreados por llamas, en un intento por hacerse de dinero para costear las fiestas. En el camino se encontrarán con Santiago (el apóstol) quien les indicará el sendero correcto, pero al llegar a la bifurcación el hombre preguntará a sus hijos cuál era el camino indicado: el padre escuchará la respuesta del hijo mayor, encontrándose con “el condenado” (“fantasma”) Wayapa quien aconsejará al hombre pobre a su entrada al pueblo. A su segundo encuentro con Santiago verán cómo él los libra de los demonios que iban tras de ellos, y éste, al reconocer a Wayapa le recriminará por la vida perversa que llevaba, le otorgará la resurrección con la condición del cambio de actitud a un hombre de bien. El hombre pobre retorna a su casa viendo convertido su carga en monedas de oro y plata, pudiendo cumplir con los gastos de la fiesta tal y como lo había prometido.
Aquí encontramos (a diferencia de otros relatos del libro anterior) un contacto y complicidad del personaje humano con “el condenado”; también vemos que la credulidad del padre al hijo mayor es más fuerte que hacia el hijo menor, a pesar de este exponer sus motivos con firmeza; y tenemos un acto de resurrección.

En “El torito de la piel brillante”, el personaje principal es un becerro, quien acompañaba diariamente a su dueño en los campos, hasta encontrarse un día con el diablo encarnado en un feroz y gran toro negro quien lo retará a una pelea: de ganar él lo arrastrará al fondo del lago, de ganar el torito obtendrá su salvación, de negarse arrastrará al torito y a su dueño con él.
Aquí los animales hablan, no sólo entre sí, también con los personajes humanos: el torito narra a su dueño lo pactado y le da ánimo a continuar con su vida junto a su esposa ante la tristeza del pastor por la posible pérdida; transmite fidelidad y denota resignación ante su destino trazado.

Aquí mejoran los relatos (gusto particular y discutible, como todo en este blog): en “La amante de la culebra”, una joven pastora, hija única, acostumbraba a cuidar del ganado en una montaña, hasta que un día un joven delgado y muy fino se le acercó con propuestas de amor convenciéndola de ser su amante. Un tiempo después, al comentarle que está embarazada concuerdan en vivir juntos, en la casa de ella y a escondidas de los padres de ésta. Ella no puede ver la apariencia real de aquel personaje. Los padres ayudados de un chamán descubrirán dónde y qué es el padre de su futuro nieto, encontrando su escondrijo y dándole caza. El final es mágico: la mujer quejándose ante sus padres por el trato inhumano a su pareja aborta ipso-facto cientos de serpientes.

En el cuarto cuento encontramos sacrificio, amor, abandono: en “El joven que subió al cielo”, un matrimonio manda a su único hijo a vigilar la cosecha de papas que venía sufriendo constantes robos. La primera vez el hijo durmió un instante y fue en aquel momento que ocurrió otro robo. Apaleado por los padres ante la incredulidad de estar vigilante en el campo, el joven regresa, y es en esta oportunidad que descubre a las ladronas: un grupo de ninfas, de lindos rostros y cabelleras doradas. Obnubilado ante ellas consigue capturar y secuestrar a una, escapando las demás en forma de estrellas hacia el cielo. Él le pide que sea su esposa. Ante varias negativas ella acepta con la condición de no ser vista por los padres del joven. Él se las ingenia y la presenta a sus padres viviendo en su casa. La joven consigue escapar hacia el cielo, dejando al muchacho triste pero decidido en ir a buscarla. En la cima de una montaña un cóndor divino (“mallku”) le propone llevarlo a lo más alto, a donde ella está, a cambio de dos llamas, una para devorarla en el momento y otra para el camino; el joven acepta. El cóndor le pondrá otra condición: el cerrar y apretar los párpados fuertemente, con la otra llama en los hombros lo llevará cielo a cuestas, y cada vez que él le diga “carne” el joven tendrá que alcanzarle al pico un pedazo de carne. De no hacerlo o de abrir los ojos para mirar el cóndor lo dejará caer. El problema viene cuando se acaba la carne y el viaje aún no ha terminado.
Lo mejor de este relato es que su sacrificio no tendrá un final feliz.

El siguiente relato, “El jefe del pueblo y el demonio”, también sorprende: el jefe de un pueblo se enamora de una joven, de corazón malvado, quien una noche le prohíbe ir a verla las noches de los martes y viernes. El señor, creyendo que le es infiel decide ir a escondidas, descubriendo que su amante tiene un pacto con el demonio. Decide seguirla, presenciando así un bizarro rito: los adoradores formaban una larga fila, esperando estar ante las nalgas del demonio y besarlas, mientras éste expele gases inmundos, saliendo luego, a borbotones, del ano del demonio, oro, plata y piedras preciosas. Ella, al descubrirlo en la fila, absorta por encontrarlo ahí le explica que se presentará ante el demonio con él, y que durante la exhalación de gases él no deberá hacer ningún gesto de desagrado, teniendo que disfrutar el hedor. De no cumplir lo pactado no sólo no accederán a las riquezas sino que serán expulsados a los abismos del infierno.

En “La amante del cóndor” una joven recibe la visita de un elegante señor, de grandes “kkarawatanas” (“polainas”), un collar de oro y un hermoso “chullo” (gorro andino con orejeras, tejido con lana de alpaca) quien galantemente le pide ser su amante. Ella acepta (en varios relatos los personajes masculinos se van sin titubeos, directamente piden ser amantes, y las mujeres aceptan de inmediato), a escondidas de sus padres. Este dandi era un cóndor, que tomaba la forma de un hombre para estar con la muchacha. Al quedar embarazada él decide llevarla a vivir con él. Ella acepta y huyen juntos. Él le advierte (así como en un relato anterior de este libro) que durante el viaje no podrá abrir los ojos, sino la dejará caer. La lleva a vivir a su cueva, enclavada en medio de una montaña, entre abismos, en medio de carne descarnada. Lamentándose día tras día, y en la ausencia del cóndor ella conoce un “kkenti” (picaflor, colibrí) quien elaborará un plan para devolverla con sus padres en el pueblo, y explicará a ellos cómo deshacerse del cóndor cuando se transforme en hombre y vaya a reclamarla.

En “El negociante en harinas” encontramos la historia de un comerciante, quien acompañado de un poblador de Sicuani va a la casa de un comprador. La ambición y el amor por el dinero hacen que el negociante no reconozca en la voz que lo llama a “un condenado” y entra a la casa; el sicuañero queda esperando en el patio, sabiendo que esa voz cada vez más cercana no es humana y que sólo puede ser de una ánima pronta a devorarlos. Temeroso y con frio el acompañante entrará en la casa para ver qué ocurrió.

Finalmente está el relato “Isicha Puytu” donde presenciamos la ambición de una hija malagradecida, quien en su turno de ir a la “mita” (“turno de trabajo”) en casa del Curaca del pueblo comienza una relación con éste, quedándose a vivir ahí y recibiendo un trato de gran señora, accediendo a lujos que nunca tuvo por ser de familia de pobreza extrema. Ante la ausencia de ella y la preocupación de los padres mandan a los hermanos a preguntar por la hija. Ella, al salir, previo llamado de los sirvientes, los echará de la mansión, desconociéndolos como familia suya, con frases fuertes. Los padres no creerán en lo narrado por los hijos y será el padre quien irá a hablar con ella, recibiendo un trato aún peor, siendo humillado por su hija. La madre incrédula irá, llevándole su comida preferida: galletas de harina de quinua, “kkañiwa” (“k’ispiñu”), mote cocido y chuño (papa deshidratada, expuestas al frío y al sol, base alimentaria andina) hervido, recibiendo el mismo trato despectivo. La madre, armándose de coraje le echará una maldición: descubriéndose un seno hace un gesto como ordeñando hacia el suelo, y mirándola le dirá: “¡Con esto has de encontrar la vida eterna”. La vida de Isicha Puytu tendrá un drástico cambio.



El joven que subió al cielo.

Había una vez un matrimonio que tenía un solo hijo. El hombre sembró la más hermosa papa en una tierra que estaba lejos de la casa que habitaban. En esas tierras las papa crecía lozana. Sólo él poseía esa excelsa clase de semilla. Empero, todas las noches, los ladrones arrancaban las matas de este sembrado, y robaban los hermosos frutos. Entonces el padre y la madre llamaron a su joven hijo, y le dijeron:

- No es posible que teniendo un hijo joven y fuerte como tú, los ladrones se lleven todas nuestras papas. Anda a vigilar nuestro campo. Duerme junto a la chácara y ataja a los ladrones.

El joven marchó a cuidar el sembrado.
Y pasaron tres noches. La primera, el joven la pasó despierto, mirando las papas, sin dormir. Sólo al rayar la aurora le venció el sueño, y se quedó dormido. Fue en ese instante en que los ladrones entraron a la chácara, y escarbaron las papas. En vista de su fracaso, el mozo tuvo que ir a la casa de sus padres a contarles lo sucedido. Al oír el relato sus padres le contestaron:

- Por esta vez te perdonamos. Vuelve y vigila mejor.

Regresó el joven. Estuvo vigilando el sembrado con los ojos bien abiertos, hasta el amanecer. Y justo, a la medianoche, pestañeó un instante. En ese instante los ladrones ingresaron al campo. Despertó el mozo y vigiló hasta la mañana. No vio ningún ladrón. Pero al amanecer tuvo que ir a la casa de sus padres a darles cuenta del nuevo robo. Y les dijo:

- A pesar de que estuve vigilante toda la noche, los ladrones me burlaron tan sólo en el instante en que a la medianoche cerré los ojos.

Al oír este relato los padres le contestaron:

- ¡Ajá! ¿Quién ha de creer que robaron cuando tú estabas mirando? Habrás ido a buscar mujeres, te habrás ido a divertir.

Diciendo esto lo apalearon y le insultaron largo rato. Así, muy aporreado, al día siguiente, lo enviaron nuevamente a la chacra.

- Ahora comprenderás cómo queremos que vigiles- le dijeron.

El joven volvió a la tarea. Desde el instante en que llegó a la orilla del sembrado estuvo mirando el campo, inmóvil y atento. Esa noche la luna era brillante. Hasta la alborada estaba contemplando los contornos del papal; así, mientras veía, le temblaron los ojos, y se adormiló unos instantes. En esa ráfaga de sueño que tuvo, mientras pestañeaba el mozo, una multitud de hermosísimas jóvenes, princesas y niñas blancas poblaron el sembrado. Sus rostros eran como flores, sus cabelleras brillaban como el oro; eran mujeres vestidas de plata. Todas juntas, muy de prisa, se dedicaron a escarbar las papas. Tomando la apariencia de princesas eran estrellas, que bajaron del altísimo cielo.
El joven despertó entonces, y al contemplar la chácara exclamó:

- ¡Oh! ¿De qué manera podría yo apoderarme de tan bellísimas niñas? ¿Y, cómo es posible que siendo tan hermosas y radiantes puedan dedicarse a tan bajo menester?

Pero, mientras esto decía, su corazón casi estallaba de amor. Y pensó para sí.

- ¿No podría, por ventura, reservar para mí siquiera una parejita de esas beldades?

Y saltó a todo vuelo sobre las hermosas ladronas. Sólo en el último instante, y a duras penas, pudo apresar a una de ellas. Las demás se elevaron al cielo, como luces que se mueren.
Y a la estrella que pudo apresar le dijo, enojado:

- ¿Con que erais vosotras las que robabais los sembrados de mi padre?- Diciéndole esto la llevó a la choza. Y no le dijo más acerca del robo. Pero luego agregó:
- ¡Quédate conmigo; serás mi esposa!

La joven no aceptó. Estaba llena de temor y rogó al muchacho:

- ¡Suéltame, suéltame! ¡Ten piedad! Mira que mis hermanos le avisarán a mis padres. Yo te devolveré todas las papas que te hemos robado. No me obligues a vivir en la tierra.

El mozo no dio oídos a los ruegos de la hermosa niña. La retuvo en sus manos. Pero decidió no volver a la casa de sus padres. Se quedó con la estrella en la choza que había junto al sembrado.
Entre tanto, los padres pensaban: “Le habrán vuelto a robar las papas a ese inútil; no pueden haber otros motivos para que no se presente aquí.”
Y como tardaba, la madre decidió llevarle comida al campo, y averiguar de él. Desde la choza, el muchacho y la niña atisbaban el camino. En cuanto vieron a la madre, la joven dijo al mozo:

- De ninguna manera puedes mostrarme, ni a tu padre ni a tu madre.

Entonces el joven corrió a dar alcance a su madre, y le gritó desde lejos:

- ¡No, mamá; no te acerques más! ¡Espérame atrás, atrás!

Y recibiendo la comida en aquel lugar, tras la choza, llevó los alimentos a la princesa. La madre se volvió apenas hubo entregado el fiambre. Cuando llegó a su casa, contó a su esposo:
- Así es como nuestro hijo ha aprisionado a una ladrona de papas que bajó de los cielos. Es así como la cuida en la choza. Y con ella dice que se casará. No permite que nadie se aproxime a su choza.

Entre tanto el joven pretendía engañar a la doncella. Y le decía:

- Ahora que es de noche, vamos a mi casa.

Pero la princesa insistía:

- De ninguna manera deben verme tus padres, ni puedo encontrarme con ellos.

Sin embargo el mozo la engañó, diciéndole:

- Otra es mi casa.

Y durante la noche la llevó por el camino.
De este modo, y sin que ella quisiera, la hizo entrar al hogar de sus mayores y la mostró a sus padres. Los padres recibieron asombrados a esa criatura, de tal manera luminosa y bella que la palabra no es capaz de describirla. La cuidaron y criaron, teniéndola muy bien amada. Sin embargo, no la dejaban salir. Y nadie la conoció ni vio.

Y ya hacía mucho tiempo que la princesa vivía con los padres del joven. Llegó a estar encinta y dio a luz. Mas la criatura murió, sin saberse por qué, misteriosamente.
La ropa luminosa de la joven la guardaban encerrada. A ella la vestían de ropas comunes; y así la criaban.
Cierto día, el joven fue a trabajar lejos de la casa; y mientras estaba fuera, la niña pudo salir, haciendo como que sólo iba por ahí cerca. Y se volvió a los cielos.
El mozo llega a su casa. Pregunta por su mujer. No la encuentra. Y como ve que ella ha desaparecido, suelta el llanto.
Cuentan que vagó por los montes, llorando con locura, sonámbulo, enajenado, caminando por todas partes. Y en una de las cimas solitarias a donde llegó se encontró con un Cóndor divino. Entonces el cóndor le dijo:

- Joven, ¿Por qué causa lloras de esta suerte?

Y el mozo le contó su vida.

- He aquí, señor, que era mía la mujer más hermosa. Ahora no sé por qué caminos ha partido. Estoy extraviado. Temo que haya huido a los cielos de donde vino.

Y cuando dijo esto, el Cóndor le respondió:

- No llores joven. Es cierto; ella ha vuelto al alto cielo. Pero, si quisieras y es tanta tu desventura, yo te cargaré hasta ese mundo. Sólo te pido que me traigas dos llamas. Una para devorarla aquí, la otra para el camino.

- Muy bien, señor –contestó el mozo- Yo te traeré las dos llamas que me pides. Te ruego esperarme en este mismo sitio.

E inmediatamente se dirigió a su casa en busca de las llamas. Luego que llegó, dijo a sus padres:

- Padre mío, madre mía: voy en busca de mi esposa. He encontrado a quien puede llevarme hasta el lugar donde ella se encuentra. Sólo pide dos llamas en pago de tan gran favor; y voy a llevárselas ahora mismo.

Y cargó las dos llamas para el Cóndor. El Cóndor devoró inmediatamente una, hasta el hueso de los huesos, arrancando las carnes con su propio pico. A la otra la hizo degollar con el joven, para comerla en el camino. E hizo que el mozo se echara la res degollada en las espaldas; luego le ordenó que subiera sobre una roca; cargó al joven, y le hizo esta advertencia:

- Has de cerrar y apretar los párpados; por ninguna causa abrirás los ojos. Y cada vez que yo te diga: “¡Carne!”, me pondrás en el pico un trozo de la llama.

Luego el Cóndor levantó el vuelo.
El hombre obedeció y no abrió los ojos en ningún instante; tenía los párpados cerrados y duros. “¡Carne!”, pedía el Mallku, y luego el mozo cortaba grandes trozos de llama y le metía en el pico. Pero en lo más raudo del viaje, se acabó el fiambre. Antes de alzar vuelo, el Cóndor le había advertido al joven: “Si cuando diga ¡Carne! no me pones carne en el pico, donde quiera que estemos, te soltaré”. Ante ese temor, el joven empezó a cortarse trozos de su pantorrilla. Cada vez que el Cóndor le pedía carne, le servía las raciones de su propia carne. Así, a costa de su sangre, consiguió que el Cóndor le hiciera llegar hasta el cielo. Y se cuenta que tardaron tres años en elevarse a tan gran altura.

Cuando llegaron, el Cóndor descansó un rato; luego volvió a cargar al joven y voló hasta la orilla de un mar lejano. Allí le dijo al mozo:

- Ahora, mi querido, báñate en este mar.

El joven se bañó en seguida. Y también el Cóndor se bañó.
Ambos habían llegado al cielo, sucios negros de barba; viejos. Pero cuando salieron del baño estaban hermosamente rejuvenecidos. Entonces le dijo el Cóndor:

- En la otra orilla de este lago, frente a nosotros, hay un gran santuario. Allí se ha de celebrar una ceremonia. Anda, y espera en la puerta de ese hermoso templo. A la ceremonia han de asistir las jóvenes del cielo; son una multitud, y todas tienen el mismo rostro que tu esposa. Cuando ellas estén desfilando junto a ti, no has de dirigirle la palabra a ninguna. Porque la que es tuya vendrá la última, y te dará un empujón. Entonces la asirás y por ningún motivo la soltarás.

El joven obedeció al Cóndor. Llegó a la puerta del gran recinto, y esperó de pie. Y llegaron una infinidad de jóvenes de idéntico rostro. Entraban, entraban; una tras de otra. Todas miraban impasibles al hombre. Él no podía reconocer entre tantas a la que era su mujer. Y cuando estaban ingresando las últimas, de pronto, una de ellas le dio un empujón con el brazo; y también entró al gran templo.
Era el resplandeciente templo del Sol y de la Luna, padre y madre de todas las estrellas y de todos los luceros. Allí, en ese templo, se reunían los seres celestiales; allí venían los luceros para adorar el Sol, día a día. Cantaban melodiosamente para el Sol; cual jóvenes blancas, las estrellas; como innumerables princesas, los luceros.
Cuando terminó la ceremonia, as jóvenes empezaron a salir. El mozo seguí esperando en la puerta. Ellas volvieron a mirarle con igual indiferencia que antes. Y nuevamente le era imposible distinguir entre todas a la que era su esposa. Y como en la primera vez, de pronto, una de las princesas le dio un empujón con el brazo, y luego pretendió huir; pero él entonces la pudo aprisionar. Y no la soltó.
Ella lo guío a su casa diciéndole:

- ¿A qué has venido hasta aquí? Yo iba a volver donde ti, de todos modos.

Cuando llegaron a la casa, el mozo tenía el cuerpo frio a causa del hambre. Viéndolo así, ella le dijo:

- Toma este poco de quinua y cocínalo.

Le dio una cuchara escasa de quinua. Entre tanto el joven lo observaba todo, y vio de qué lugar ella sacaba la quinua. Y cuando vio los pocos granos de quinua que tenía en las manos, dijo para sí: “¡La miseria que me ha dado! ¿Cómo es posible que esto aplaque mi hambre de todo un año?” Y la joven le dijo:

- Es necesario que vaya un instante donde mis padres. No debes mostrarte ante ellos. Mientras vuelvo, haz una sopa con la quinua que te he dado.

Apenas salió ella, el joven se puso de pie, se dirigió al depósito y trajo una buena porción de quinua y la echó a la olla. De pronto, la sopa rebosó, hirviente, y se desbordó a chorros. El comió todo lo que pudo, se hartó hasta donde ya no era posible más, y enterró el resto. Pero aún de debajo de la tierra la quinua empezó a brotar. Y cuando estaba en ese trance, volvió la princesa, y le dijo:

- ¡No es de esta manera como se debe comer nuestra quinua! ¿Por qué aumentaste la ración que te dejé?

Y se dedicó a ayudar al mozo a esconder la quinua rebosada para que los padres de ella no lo descubrieran. Entre tanto le advirtió:

- No deben verte mis padres. Sólo puedo tenerte escondido.

Y así fue. Él vivía escondido; y la hermosa estrella le llevaba alimentos a su refugio.
Durante un año vivió de esta suerte el mozo con su esposa. Y apenas cumplido el año, ella se olvidó de llevarle alimentos. Un día salió, diciéndole: “Ha llegado la hora en que debes irte”; y no volvió a aparecer más en la casa. Lo abandonó.
Entonces, con el rostro lleno de lágrimas, el joven se dirigió nuevamente a la orilla del mar del cielo. Cuando llegó allí, vio que desde la lejanía surgía el Cóndor. El joven corrió para darle alcance. El Cóndor voló hasta posarse junto a él; y así observó que el Mallku Divino había envejecido. El Cóndor a su vez vio que el mozo estaba avejentado y marchito. Cuando se encontraron, ambos gritaron al mismo tiempo:

- ¿Qué ha sido de ti?

El joven volvió a contarle su vida, y se quejó:

- Así, Señor, de este modo triste, mi mujer me ha abandonado. Se ha ido para siempre.

El Cóndor lamentó la suerte del mozo.

- ¿Cómo es posible que haya procedido de este modo? ¡Pobre amigo! –le dijo. Y acercándose más, le acarició con sus alas, dulcemente.

Como en el primer encuentro, le rogó el joven:

- Señor, préstame tus alas. Vuélveme a tierra a casa de mis padres.

Y el Cóndor le respondió:

- Bien. Te llevaré. Pero antes nos bañaremos en este mar.

Y ambos se bañaron; y rejuvenecieron. Y saliendo del agua, el Cóndor le dijo:

- Tendrás que volverme a dar dos llamas por mi trabajo de cargarte nuevamente.
- Señor, cuando esté en mi casa te entregaré las dos llamas.

El Cóndor aceptó; se echó al joven sobre sus alas y emprendió el vuelo. Durante tres años estuvieron volando hacia la tierra. Y cuando llegaron, el mozo cumplió y entregó al Cóndor dos llamas.
El mozo entró a su casa y encontró a sus padres muy viejos, muy viejos, cubiertos de lágrimas y de pena. El Cóndor dijo a los ancianos:

- He aquí que les devuelvo a vuestro hijo, sano y salvo. Ahora debeis criarlo cariñosamente.

El joven dijo a sus padres:

- Padre mío, madre mía: ahora ya no es posible que pueda amar a ninguna otra mujer. Ya no es posible encontrar una mujer como la que fue mía. Así, solo, viviré, hasta que venga la muerte.

Y los ancianos le contestaron:

- Está bien. Como tú quiera, hijo mío, solo te criaremos, si no es tu voluntad tomar otra esposa.

Y de este modo vivió, con una gran agonía en el corazón.

- He aquí este corazón que amó tanto a una mujer. He vagado sufriendo todos los dolores. Y he de entregarme ahora al llanto.


Como se mencionó con el libro anterior, estos son cuentos recogidos que se narran oralmente en la sociedad andina peruana. Arguedas hizo la transcripción y, en muchos casos la traducción.
Todos tienen como característica en el inicio de los relatos frases como “Había una vez….”; “Había un hombre….”; “En un ayllu había una mujer…”, que hacen recordar los cuentos infantiles occidentales; al final de los textos también generalmente terminan con un: “Y su vida fue feliz.”; “…y así concluyó toda esta historia”.

No sólo la obra creativa de José María Arguedas es importante: el imprimir nuestras costumbres en sus historias, también está su esfuerzo por compilar obras como las reunidas en ambos volúmenes, obras de nuestro pueblo andino que él conoció muy bien, para que no se pierdan con el pasar del tiempo.

4 comentarios:

juan bernardo maza medina dijo...

HOLA SOY ECUATORIANO DE LA CIUDAD MAS BONITA LOJA. TENGO MUCHA CURIOSIDAD POR LA QUE HUBIERA SIDO MI VERDADERA LENGUA Y DE LA QUE ESTUVIERA Y ESTOY ORGULLOSO DE QUE PAISANOS LA HABLEN Y UNO QUE OTRO EXTRANJERO. ME RADICO ACTUALMENTE EN LA CIUDAD DE IBIZA ESPAÑA...SEAMOS QUINES NO DEJEMOS MORIR NUESTRA CULTURA, NUESTRO VIDA, NUESTRO PASADO, LO ÙNICO QUE TENEMOS QUE NOS DIFERENCIA DE LOS DEMAS, LUCHEMOS, LUCHEMOS............

Manolo Malpartida dijo...

Juan Bernardo,

Primero que nada, discúlpame, juraba que te había respondido hace ya algún tiempo.

Segundo, confieso que no hablo (¡Cuánto me gustaría!) el quechua. Lamento el no haberlo aprendido, pues mi abuela lo hablaba, y de niño no tuve la motivación para aprenderlo de ella. En el Perú, por más increíble que parezca, no existe esa motivación en las escuelas. Aquí cerca, en Paraguay por ejemplo, es común y normal ver a las personas hablar el guaraní, aunque muchos no lo dominen; no lo olvidan y se esfuerzan en mantener su lengua originaria a la par con e castellano.
Cuando ya con 18 años me interesé por el quechua, mi abuela no estaba más conmigo. Mi idioma originario es una tarea pendiente. Por eso subí uno de los textos en nuestra lengua originaria, pues hay pocos lugares donde se encuentra en internet.

Y tercero, no sólo el hecho de que seas ecuatoriano, sino de Loja, lugar donde tengo un gran amigo paisano tuyo, de esos que no se encuentran así no más: Edison Urdiales. Trabajamos juntos un proyecto en Lima, a mediados de los 90's, y hasta la fecha nos mensajeamos y me honra con su amistad hasta estos días.

Nuevamente mil disculpas por la respuesta tardía.

Un abrazo grande.

Manolo.

Anónimo dijo...

me gusto todo esto lo k tu haces

Manolo Malpartida dijo...

Gracias anónimo. Lástima que no pueda dejar otros cuentos sobre todo los que están en quechua; no tienen pierde.

Bienvenido!