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viernes, 25 de mayo de 2012

La hora azul, Alonso Cueto


 
A hora azul
Editora Objetiva, 2006
Traducción al portugués : Eliana Aguiar 

Recuerdo un texto de Ribeyro acerca de lo deprimente que es para un escritor ver ejemplares de sus propios libros acumulando polvo en los anaqueles de las librerías. 

A diferencia de los libros de Vargas Llosa –que en ediciones setenteras y ochenteras, y las actuales de Alfaguara en portugués, se encuentran fácilmente- no es frecuente encontrar obras de otros escritores peruanos en los estantes brasileños. Ya me cansé de buscar la antología de Ribeyro de la Editora Cosac Naify pues nunca la encuentro -salvo por internet, pero no sé, no le encuentro gracia comprar de esa manera-, y así, hurgando, y sin imaginar que existía una edición brasileña de esta, su obra premiada hace pocos años -se alzó con el Premio Herralde del 2005-,  me deparé con el libro de Alonso Cueto (Lima, 1954).  

Nuestro narrador, Adrián Ormache, uno de los personajes principales de esta historia es un exitoso abogado perteneciente a un respetado bufete. Casado, padre de dos hijas, su realidad es la clase alta limeña. Tras la muerte de su madre encuentra entre sus cosas una reveladora carta donde ve cómo ella fue chantajeada por un buen lapso de tiempo para que no sea develado los actos de su marido -padre de Adrián-, comandante del ejército peruano en Ayacucho, cuando fue destacado a combatir al terrorismo a esa ciudad. Esto, y el recuerdo del último pedido de su padre antes de morir, tomado inicialmente como desvaríos lo llevan a enfrentar una dura realidad: aquel padre respetado era uno de los tantos torturadores-violadores a los que el pueblo ayacuchano se enfrentaba, además de los terroristas de Sendero Luminoso. 

Para un lector extranjero, o inclusive algún compatriota que nació en la década del ’90, ya que increíblemente hay muchos jóvenes que desconocen lo que ocurrió en otros departamentos (estados) en el Perú: en las décadas del  ‘70, ’80, e inicio de los 90’s muchas ciudades y pueblos en la serranía peruana, y especialmente en Ayacucho, los pobladores estaban en medio de la guerra: por un lado les caían los senderistas (terroristas de Sendero Luminoso), a secuestrar para enrolar gente, pedir comida, ganado, violar, y claro, matar; y en otro momento llegaban los del ejército peruano, muchas veces abusando del poder, en tierras lejanas, y causando igual o aún más desastre que los propios terroristas, pues si se enteraban que algún poblador ayudó a los senderistas eran tildados también de terroristas -y llevados para ser interrogados, muchos no volvían- pero si no lo hacían esos terroristas los mataban. Además, estaba el problema del idioma: mucha gente mayor por allá era sólo quechua-hablante, los más jóvenes eran bilingües, y si en Lima, hasta en la actualidad hay actos de racismo hacia compatriotas por los rasgos andinos y/o por el idioma, en aquel tiempo y en esas circunstancias, en tierra lejana, era motivo suficiente para burlas y humillaciones, y claro, Lima ni enterada, o no quería saber. Solamente cuando los senderistas deciden llegar a Lima –el coche bomba de Tarata, en el distrito residencial de Miraflores- las autoridades de aquel entonces deciden hacer algo. 
Narrado en primera persona, Ormache nos va develando de a pocos la historia de su familia: el divorcio de sus padres; la sintonía que había entre él y su madre; la rutina en su vida matrimonial; la enorme diferencia entre él y su hermano; etc, todo esto sin generar en ningún momento alguna somnolencia: la prosa de Cueto es muy rítmica, por momentos intensa, agitada, y sabe sembrar de a pocos esas ganas de querer avanzar más y más con la trama. Tanto la carta encontrada como los desvaríos últimos de su progenitor le revelan a una mujer, Miriam, una de las tantas secuestradas y violadas por el ejército, pero a diferencia de todas, el Comandante Ormache se encandiló con ella -se encamotó (en el Perú, por joda, pero muchas veces por costumbre se usa el “” al finalizar una frase. Sospecho –aunque no esté seguro- que es un cambio grosero de la palabra “pues”)-, quedándosela, cuando lo normal era violarla primero él, y luego dejarla para la tropa. Vivieron juntos un corto tiempo hasta que ella pudo escapar de aquel infierno. 

La meticulosa búsqueda por parte de Adrián, cada detalle que lo lleve a saber de Miriam, y todo lo que esto conlleva: el conocer realmente quién y cómo era su padre, hasta llegar al objetivo, primero de saber si está viva, y luego el encontrarla, es quizá la trama principal de esta historia. Y quizá porque si al inicio la búsqueda es para silenciar toda esa información que macule su sacro santo apellido, el motivo se irá transformando hasta querer saber más de sus raíces, de él mismo, de ese extraño sentimiento de estar ante una víctima de su padre. 

Y ahí encuentro un punto de quiebre, pues cuando la narración nos devela ese tufillo romanticón, de que nuestro narrador protagonista va cultivando un sentimiento especial hacia Miriam, y lo más jodido de entender, que es recíproco: -no pé Cueto…, la jodiste, pensaba- hay un acto, donde Miriam lo ataca, intentando cortarle el cuello a Adrián, que lo tomo como un fugaz escape a la realidad, que es eso lo que en verdad ella quería, matarlo, que hay rabia y odio contenido en su ser –totalmente justificado-, pero luego Miriam retoma su apacibilidad, como sacrificándose por el bienestar de su hijo Miguel, no sólo por la ayuda ofrecida por Adrián para él –lo sospecha su hermano-, sino también ella entiende que por todo lo sufrido su dolor causa una profunda tristeza y timidez que afecta la vida de Miguel, tornándolo extremamente retraído. Ese giro en la historia lo encuentro magistral, el que Miriam planifique rápidamente un mejor futuro para su hijo, salvándolo del retraimiento, cuando se entera que está siendo procurada; no es que se enamora del hijo de su violador-secuestrador, sino que lo usa para el bienestar de lo único importante que tiene, su hijo, allanando el camino, haciéndolo su amigo, y más, para luego ¡paf!, suicidarse y dejarlo más confundido de lo que Adrián ya estaba. 

Mientras leía esos trechos recordaba algo que leí o escuché alguna vez: ¿por qué los huaynos son tristes? Con todo lo que se sufrió –y muchas veces aún se sufre-, toda la sangre que se derramó, y en Lima preguntándonos por la tristeza de los huaynos. 

Otro tema interesante es lo percibido de su matrimonio a raíz de esta búsqueda: cae en cuenta que el amor inicial se ha transformado en costumbre. 

Hay detalles, mínimos, que quizá no encajen en la historia, como el que Adrián mientras corría, se tome un taxi ya entrada la noche hasta Barrios Altos y corra por ahí un tiempo, saliendo entero de esa. Por los lugares que menciona, la avenida del cementerio, je…; hasta puede ocurrir, pero a esas horas por lo menos algún peaje tendría que pagar.




En cuanto a la traducción de Eliana Aguiar: no pierde el ritmo original del autor y sabe encontrar las palabras más adecuadas, tanto del vocabulario de los personajes de la clase alta, como la de los inmigrantes llegados a la capital. Respeta los términos como “fulbito”, “pollada”, “mototaxi”, etc,  y especificándolos a pie de página. Sólo hay tres términos que me dejan dudas: 


-        
  - - “… e as mulheres, bem, as mulheres, às vezes ele traçava e depois dava para a tropa toda traçar e meter uma bala na cabeça em seguida, era o que ele fazia.” (Pág. 38) 

En el idioma portugués usado en el día a día en Brasil es común referirse de una manera coloquial o informal de “transar”, cuando se refiere a “tirar”, “folllar”, “coger”. (Vamos transar? ¡Ya pé!) Ya “traçar”, al igual que en el castellano “trazar” se refiere a delinear, hacer trazos.


-          - “Bem, vamos esquecer essa droga, vou pedir uma mazamorra.” (Pág. 33) 

La especificación a pie de página para el lector brasileño del término “mazamorra”: “Geléia de milho, farinha de batata doce, açúcar, cravo, canela e frutas secas.” 

Milho” es “maíz”, y hasta ahí todo bien. Habría que especificar que no es cualquier maíz, es maíz morado (“milho roxo”), una variedad que –en nuestro caso peruano- sólo lo usamos para aquel postre o para hacer la chicha morada. Pero, particularmente creo que mejor iría el término “mingau” que el término usado “geléia”, éste último es más asociado a postres hechos de frutas; aquí cuando se menciona “geléia” se refiere a “mermelada”, “compota”.



- “Estávamos na avenida Wiesse. Passamos junto ao Parque Zonal Huiracocha com anúncios de volei e fulbito, o grande letreiro do metrô e uma lanchonete.” (Pág. 170) 
 
En Lima. a diferencia de muchas ciudades latinoamericanas, no hay –y probablemente no habrá en un futuro cercano- metro. Lo que por ahí hay es un hipermercado de nombre Metro, (y por cierto, la avenida todavía no se convierte en “Wiesse”, aún es Próceres de la Independencia, pero esto último –los nombres de las avenidas- es un detalle nimio) Claro, la traductora no tiene cómo saber lo del nombre del hipermercado, pero me resultó gracioso, cachoso, el alucinar por un momento con un metro en Lima, cuando lo que encuentre al regresar serán las combis, mototaxis, y buses de hace tres décadas, de siempre. Ah sí, “El Metropolitano” (buses articulados con su propia pista, mismo Curitiba), bueno, ya es algo, pero metro, en Lima, sólo supermercados.

Aunque no desarrolle directamente los hechos más duros, como las torturas realizadas en Ayacucho, la historia te sacude, te estremece, es imposible quedar indiferente ante aquello. Está muy bien escrito, se hace muy ágil la lectura, y esta perturbadora historia de Cueto es perfecta para conocer y/o recordar un tema que no debe quedar en el olvido.

2 comentarios:

Raquel Bazán dijo...

Una situación parecida se vive desde hace tiempo en algunos lugares de México. Los habitantes de los pueblos se ven en medio de dos fuerzas antagónicas y son realmente las víctimas.
Me parece un libro muy interesante al tratar un tema desgraciadamente siempre actual.
En Ecuador, para Semana Santa se toma la colada morada, me gustó mucho. Parece ser la misma que mencionas como chicha morada.
Un gusto saludarte y hasta pronto.

Manolo Malpartida dijo...

Sí, lamentablemente en Latinoamérica toda muchos desastres se repiten. El libro es más que interesante, fue toda una sorpresa.

No tengo idea sobre aquella bebida ecuatoriana pero sé que en México hay también maiz morado.

El gusto siempre es mío Raquel.