Año de publicación : 1979
Año de la presente edición : 1999
Editora : Editorial Sudamericana.
Al concluir la lectura de este libro de doña Elena lo primero que se siente es conforto, y, aunque no haya calado en mí algún personaje en particular ya presiento que extrañaré esa peculiar manera de su escrita, donde las palabras te arroban, y por muchos trechos la manera de cómo los diálogos están trenzados, embelesando el idioma castellano, y aunque en varias conversas sus personajes utilicen términos propios mexicanos (“lo que trae –refiriéndose al aire- es puro chayotillo” pág. 20; “vamos al cuarto de la canija de Rosa”, pág. 37; “está como tuturusco, chin, pinche Rosa, tenía que pasar orita que es hora de su comida…” pág. 44; por citar sólo tres ejemplos) la autora sabe dosificarlos y hacer que aparezcan en el momento justo, no abusa de esas palabras, insertándolas sabiamente de una manera en que todo esté perfectamente concatenado.
Son 16 los relatos de ésta obra llena de nostalgia, desventuras amorosas, y con miradas a un México más profundo, pero sin perder la oportunidad de hacerle un espacio al humor, muchas veces negro.
El libro abre con el relato “La ruptura” donde presenciamos los momentos previos al término del relacionamiento entre la decidida Manuela y su hombre-tigre Juan. Ella recordando desde cómo todo empezó maravillosamente, hasta su presente chato y desabrido. Las espirales de humo que emanan de los cigarros de Juan ya hacían prever un final tormentoso.
“Herbolario” está subdividido en seis pequeñas partes a su vez tituladas. Son bellas estampas de un México profundo que muy probablemente aún nos deparemos con aquellos personajes de recorrer aquellos lugares.
“Cine Prado” es una afiebrada misiva donde el peculiar remitente hace evidente su ferviente obsesión y deseo por la actriz destinataria de aquella sincera misiva. Por aquel deseo, obviamente no correspondido, presenciaremos la transformación del remitente ante su objeto-deseo. Del amor al odio hay sólo un paso y aunque tenga todos los elementos de un drama en realidad es un relato muy divertido.
“El limbo” es uno de los más extensos pero también uno de los más logrados. Es algo crudo de inicio pero sólo transmite algunas costumbres que mujeres pobres no sólo de peculio sino de espíritu acostumbran hacer con el bebé que desde antes de nacer ya rechazan. Aún en el infierno que vive Mónica para intentar salvar al bebé la autora sabe imprimir en su personaje frases cargadas de ternura, de compasión, que parecieran impropias a las de su clase, acostumbradas a ver -y muchas veces aceptar- cómo las empleadas domésticas llevan sus vidas.
No engancho con “Canto quinto” donde veo los sueños y deseos de Julia, quien junto a Rodrigo nada tienen pero se aman a morir, o al menos ella ama así, y pareciera que ese sentimiento obnubilara toda preocupación por la condición de sus sencillas vidas. Me deja la impresión de que algo faltó.
“La hija del filósofo” tiene un brillo especial. Dejamos por un momento a los marginales que el libro hasta ahora nos presenta y doña Elena se manda con un relato muy lírico, cadencioso, muy sabroso.
“El inventario” es otro de los relatos que más destaco. Me hizo recordar a aquellos personajes de la película de Francisco Lombardi “Caídos del cielo”, aquella pareja de ancianos que discuten vender sus finísimos muebles, para ellos con historia y tradición, pero que para la comerciante no pasan de meras piezas de colección. Aquí también ese sentimiento de cariño por los muebles que pareciera ser heredado de generación en generación está latente en Ausencia, y el contraste de quienes los manosean con la frialdad de estar ante un montón de vejestorios. Una analogía de que no sólo se deterioran los objetos físicos, sino la salud, el carácter, la autoestima de Ausencia.
“La felicidad” llega a ser un obscuro título para este triste relato. Una mujer en un monólogo afiebrado conversa con su amado que duerme, y ella no se consuela de que él no la haya llevado consigo. Ella es presentada por momentos balbuceante, atormentada, atropellada, orate, haciéndome recordar a la mujer de la que podemos ver sólo la boca en “Not I” de Samuel Beckett.
“Castillo en Francia” es algo oscuro, y aunque Alex no deje espacio a la compasión ante otros, él cobija ese sentimiento hacia sí mismo. La amargura de la narradora contrasta con todas las comodidades de las que está rodeada, y aun así pareciera no llenar el vacío de sus tristes vidas.
“El recado” es el más corto del grupo. También es una carta. Relato lleno de nostalgia y poca autoestima por parte de la remitente. Es el otro relato con el que no enganché.
“Love story” es el que más disfruté. Una relación de amor-odio entre Teleca y su sirvienta Lupe. Aunque la primera reclame al cielo por las respuestas directas de Lupe hacia ella, sabe también que la necesita, que extraña estar cerca de ella, es su compañera diaria. Un relato muy divertido, cuando la empleada pasa a ser parte de la familia, pero el trato es con la punta del zapato. Aquella escatológica costumbre practicada por ladrones en Lima hacia el final revela esos factores de resentimiento y humillación con la venganza de Lupe previa a su ida.
Leer la “La casita de Sololoi” me pone a pensar que ni siempre el tener una familia es lo más adecuado para alguien. Todas las ansias de sobresalir de Laura se verán ancladas con el conformismo de los hijos, unos reverendos chupa sangres acostumbrados a ser servidos. Ellos siempre jalan para atrás mientras Laura pareciera no perder el sueño de hacerse de una vida mejor.
“Métase mi prieta, entre el durmiente y el silbatazo” es casi una nouvelle, y también otro de los más logrados. Nos presenta en Teresa a aquella mujer que todos algún día ansiamos tener: prudente, alejada de toda intriga y maldad, además una insaciable en la cama, de grandes muslos, carnosa y fogosa, toda una máquina. Y a la vez, otra máquina de nombre La Prieta detiene la atención de Pancho: el tren que maneja. Las analogías entre mujer y tren son tan bien logradas que diría que Pancho obtiene el mismo placer cuando dirige su locomotora que cuando se encama con Teresa. Esta analogía podría ser hecha con un carro, pero agradezco que el relato haya sido construido con una locomotora. En ambas relaciones los detalles cuentan mucho acerca de la previa de cada experiencia, tanto con el tren, como con Teresa.
“El rayo verde” tiene algo de mágico. Una novedad que supo de niña y que tenía sabor a leyenda llega a concretarse en la amarga vejez de nuestra narradora. La vida puede ser tan corta, como lo es éste relato.
“De Gaulle en Minería” nos trae a cuenta la visita del presidente francés Charles De Gaulle a México, y el entusiasmo de nuestro narrador, capitán del ejército mexicano, en estrecharle la mano en el saludo protocolar. La admiración de nuestro narrador hacia el militar francés hace que rememore todas sus campañas, como escogiendo cuál compartirá con De Gaulle en el pequeño tiempo que tendrá para intercambiar alguna idea. La autora sabe alternar las historias de guerra, hambre, frio y muerte con el presente lleno de lujo, comida harta, cálidos ambientes y vacíos protocolos, para rematar con un final decepcionante para nuestro narrador; un final divertido.
“De noche vienes”, el que cierra el conjunto y da título al libro es otro que deja claro la preponderancia de la mujer en la obra de doña Elena. Esmeralda Loyden de González, de Lugo, de Martínez, de Mercado, de Vallarta. La buena de Esmeralda tiene cinco maridos, uno para cada día de la semana, menos sábado y domingo que es cuando atiende los quehaceres de sus cinco casas, y el relato inicia mientras está siendo juzgada por el Ministerio Público por poligamia. Sin claudicar del humor la autora deja en claro la igualdad que tienen las mujeres hasta para estos menesteres; corría 1979. La sinceridad de Esmeralda contrasta con el asombro del juez y demás empleados hombres y la admiración de las mujeres. Si fuera un hombre con cinco mujeres no pasaría de una divertida anécdota, pero siendo una mujer tiene dimensiones de escándalo.
Puede ser mera coincidencia, pero si bien la gran mayoría de los cuentos aquí presentados están muy bien logrados, los relatos más extensos los disfruté más. Ya los más cortos -que son sólo un par-parecieran que algo les faltase. Igual, ese oficio literario característico de doña Elena donde con esa habilidad suya de narrar de una manera que parece simple nos presenta los conflictos sociales de un país que por casualidad es México, pero que podría ser cualquiera de Latinoamérica. Todos los relatos de éste libro de doña Elena son de contrastes. En varios de ellos se centra en aquellos marginales, plasmando sus costumbres, haciendo propia su habla, y compartiéndola con nosotros. Tras leer y disfrutar con "Lilus Kikus" y ahora éste libro de relatos no entiendo cómo desde antes de “La piel de cielo” ya no era reconocida, y eso que muchos parecen recién haberla descubierto hace un par de años con el Premio Cervantes. Y que vengan varios premios más, que por lo visto –ahora lo sé- desde hace buen tiempo ésta dama ya se los merecía.
Águas de março - Elis Regina
São as águas de março fechando o verão
é a promessa de vida em teu coração..
En varios relatos recordaba la letra de éste tema inmortal de Tom Jobim en la voz de Elis Regina, y es el que aquí dejo esta noche.
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