Caricatura del artista brasilero Raphael tomada de su blog.
Caricatura del artista cubano Ángel Boligán Corbo tomada de su página web.
Gabriel García Márquez (Aracataca, 6 de agosto de 1927 – México D.F. 17 de abril del 2014). Procuro leer y releer las obras de este colombiano universal por lo menos una por año porque simplemente no hay otro que escriba como él. Sus libros fueron y son una ventana a otro mundo, me acompañaron en momentos jodidos y a lugares lejanos. Aunque creemos estar ya enraizados aquí en Brasil todavía tenemos algunas obras de él en Lima. En el último viaje de diciembre entre diversos libros que pude comprar dos fueron de él. No debe ser sorpresa, pero sus obras cruzarán la barrera del tiempo siendo los anaqueles de las librerías efímeros lugares de paso hacia su destino final, lectores del mundo todo.
Caricatura del artista puertorriqueño Kike Estrada tomada de su página web.
Caricatura del artista brasilero Casso tomada de su blog.
Pero esta entrada es quizá una excusa ya que en el ámbito familiar una persona muy querida también se fue, y esa pérdida realmente dolió. Mi tío Pancho, quien junto a su familia, mi tía Beatriz -mi gordita-, y mis primos me apoyaron en el momento más difícil de mi vida. El consuelo que tengo es de haberlo podido visitar, verlo, y llevarle a Sofía, cosa que no pude hacer con mi tía hace algunos años; la parte jodida de vivir lejos es esa, no estar cerca de los familiares y amigos en momentos difíciles. Erick, mi primo y amigo, escribió un recuerdo para la familia que recién hace poco pude leer y transcribo a continuación. Plasma muy bien el sentimiento que todos en la familia tenemos y el lindo recuerdo que de papá Pancho –porque aunque fue mi tío se comportó como un padre- guardaremos.
Sofía con su tío abuelo.
Ahora que papá Pancho ha partido, debemos estar agradecidos por haberlo conocido y gozado buena parte de sus 92 años de existencia.
Recordar y valorar sus enseñanzas, su ejemplo.
Quienes tuvimos el privilegio de disfrutarlo más tiempo, después de los hijos, fuimos los nietos mayores, quienes no me dejarán mentir, cuando estábamos en el colegio en la etapa de primaria, y mi padre nos levantaba en la madrugada a estudiar, a mi hermano y a mí, el abuelo hacia lo mismo con mi primo Hugo. Al bajar a la sala del primer piso, aún antes de ver a papá Pancho, nos llegaba una voz, era la de Ramírez Lazo de Radio Cora, la cual nos torturaba dándonos la hora minuto a minuto y que el abuelo escuchaba infaltablemente. Nuestro vecino criaba gallos, pero yo creo que el abuelo siempre los despertaba; nunca pudimos levantarnos antes que él.
Ya en la sala lo veíamos sentado a la cabecera de la mesa con una taza de café, leyendo sus diarios Extra y Expreso. Conforme avanzaban los minutos, él se iba a cambiar y nosotros hacíamos lo propio, nos llevaba a los tres al Ricardo Bentín, ya por la tarde pasaba a recogernos y regresábamos caminando a la casa, siempre por la misma ruta, por la espalda del colegio San Basilio, atravesábamos ese parque y no se molestaba que nos demoráramos jugando por las gradas, luego cortábamos camino por el club Sporting Cristal parar llegar a casa.
Los sábados cuando tenía que hacer compras siempre se iba a Monterrey, donde ahora queda Plaza Vea, o se iba hasta Chorrillos, regresaba por la tarde siempre cargado de bolsas.
Cuando a mi hermano y a mí nos cambiaron de colegio, el abuelo nos acompañaba hasta el paradero de la línea 1 de Enatru, donde quedaba el Banco Popular y esperaba pacientemente que avanzara la cola, algunas veces venía con nosotros, otras nos dejaba y llevaba al primo Hugo al colegio Bentín.
Cuando era niño me daba la percepción de que era serio, tal vez un poco renegón, quizás por la responsabilidad con que se tomaba las cosas, conforme fui creciendo descubrí un abuelo bromista.
Cuando el abuelo se jubiló de la compañía Camet, que en ese entonces era ministro, nos contó que lo había llamado el dueño en persona J. J. Camet y que habían brindado por sus años de servicio. Luego que estuvo jubilado se aburría en casa, él era un hombre de acción, así que comenzó a trabajar con mi papá. Cuando me pasaba a la oficina, veía que el abuelo saludaba a los otros chicos de la oficina, siempre les decía “zambo” y ellos le respondían lo mismo.
Luego la oficina pasó cerca a mi casa, y el abuelo venía temprano todos los días. Cuando mis padres viajaron, mi padre nos dejó -según él- guardada la llave de su auto, y un día le dije al abuelo para jalarlo, pese a no tener brevete ni mucha experiencia, y él me dijo: “si tu papá se llevaba mi auto, porque no puedes agarrar el suyo” y nos reímos, lo llevé al paradero para que tome su micro.
Todos en la casa teníamos mucho respeto por él, no sólo los nietos o los hijos, también sus hermanos le decían papá Pancho, por eso acudían a visitarlos y pedir consejo.
Cuando yo comencé a fumar a escondidas, lo cual molestaba a mis padres, no sé cómo se enteró el abuelo y me llamó la atención, pero de una manera amical, lo más gracioso es que luego ingresé a la universidad y no sé en qué fiesta el abuelo me brindó un vaso, y luego nos tomaron una foto abrazados con mi papá y el abuelo Pancho, cada uno con una botella de cerveza y cigarrillos en manos. Mientras tomaban la foto alcancé escuchar al abuelo decir: los 3 jugadores, mientras mamatiz se reía.
Recuerdo verlo los sábados por la mañana tomando café, y en un plato había máchica, claro, siempre atendido por mamatiz. Y cómo le gustaba en los almuerzos que hubiese papa sancochada, camote, para acompañar la comida. Con el pasar de los años se fue volviendo como un niño, juguetón, le gustaba darle la mano a Dana y no soltarla. Salía a regar su jardín y miraba a la gente pasar desde la reja, saludándolos cortésmente.
Luego pusieron un colegio frente a casa. Él se paraba en la reja del garaje, pasaban muchos niños y les preguntaba cómo les había ido. El viernes mientras lo velábamos en casa, un niño tocó la puerta y preguntó quién se había muerto, le dijeron que el abuelito. Pasó a saludarlo, pidió un banco para estar a la altura del cajón, dijo que estaba bonito, que parecía dormido, y sentía pena pues ya no tenía con quien jugar a las escondidas.
Bertolt Brecht decía:
Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.
Y eso es el abuelo. Eso es papá Pancho.
Erick Tapia Vital
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