Editora : Ediciones Los Olivos
Año de publicación : 1996
Deben ser pocos los casos en que la primera obra de un escritor sea tan imponente al punto de esperar -desde el término de la lectura- con cierta ansiedad otro libro de él. Deben ser pocos los casos en que un joven y talentoso escritor no sea valorado y reconocido como tal –con la fuerza con que debería- en su propio país, pues, aunque no haya leído otra obra de él sí he podido acompañar algunas críticas acerca de sus posteriores libros, y el elogio es recurrente, sin embargo no hay esa constante mención por parte de los medios de comunicación que ensalzan a un nobel –nada contra, muy merecido lo tiene- eclipsando a los que vienen atrás. Incluso otros también jóvenes escritores ganan más espacio en los medios quizá por vivir y trabajar en el extranjero, o porque cuentan con un blog cualitativamente alto –aunque probablemente les quite tiempo a crear más obras- y al que tienen al lado ahí, entre ellos, no le dan el mismo espacio. Si en el futbol peruano hay argollas y padrinazgo quizá también haya algo de eso –o mucho- en el ámbito literario y cultural de nuestro país; aquella asquerosa sensación a vacío que pulula por ahí.
Enrique Planas (Lima, 1970) debutó con esta senda nouvelle a sus 25 años, y entre otras cosas es por esto mi sorpresa de no verlo aparecer entre los embanderados cuando a literatura peruana contemporánea se refieren los medios, incluso no encontré alguna traducción ni de ésta ni de alguna otra obra suya.
Aquí los personajes son parte integral de un paisaje contrapuesto al escenario citadino, Planas nos los presenta armoniosamente consiguiendo manejar eficazmente los elementos de la selva. No hay un solo momento en sus 91 páginas en que la trama pierda ritmo, envuelve a cada momento y con un final abierto inclusive a varias opciones de posibilidades que cada lector pueda imaginar.
Aunque eso del joven travestido para ocultar su origen esperando el momento de su venganza no resulte algo nuevo en esta relectura -en “Zatoichi, el samurai ciego” (2003), obra del maestro Takeshi Kitano, encontramos el personaje O-Sei, una de las dos geishas, quien en realidad es un joven quien junto a su hermana sobrevivieron al ataque de Ginzo, una mafia japonesa, él decide adoptar tanto la vestimenta como la piel de una geisha hasta llegar al asesino de su familia, y vengarse- la trama sí lo es en la realidad peruana, más aún en los siempre enigmáticos escenarios de la selva, curiosa e inexplicablemente teniendo tan pocas obras ambientadas por allí.
Aprovechar sus finos trazos de adolescente para hacerse pasar por puta del Paraíso, burdel enclavado en la selva peruana, y optar por el cambio de nombre, de Orquídea por su original y mitológico Aquiles es una transformación y tanto que no le resultará tan difícil aceptar ante el peligro inminente a su alrededor, con Silveira –el asesino de su padre- auto proclamándose gobernador de aquel olvidado rincón peruano, explotando a todo un poblado, haciendo y deshaciendo a su antojo. Además de cómo está hilada esta trama lo interesante es encontrar en Aquiles aquella duda de creerse por momentos la joven mujer que aparenta ser, tanto con Santiago, su amigo, quien no lo llega a reconocer, volviéndose su pretendiente, así como hacia el final, en el rencuentro con Silveira. Pareciera que ansía ser realmente aquel prospecto de puta que tan bien se acostumbró representar.
Esta obra fue re-editada en el 2010, cambiando a Gauguin por Bendayán en la portada tornándola más localista, más realista, y hasta existían los rumores de que sería llevada al cine por un director argentino. Lo cierto es que desde la primera página esta historia resulta muy atractiva, es muy ágil, consigue insertarnos a los lectores en aquel inhóspito lugar, la lectura se torna un torbellino a cada paso de página, “Orquídeas en el Paraíso” es una experiencia muy intensa, y Enrique Planas ya dejaba de ser tan solo “el periodista” para convertirse en “el escritor”; los lectores lo celebramos.
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