Aquí encontrarás reseñas sobre algunos pequeños vicios que quizá compartas. Sean todos bienvenidos.
jueves, 22 de abril de 2010
O Cerco ao Atirador Solitário, Ignácio De Loyola Brandão
Anoche terminé la traducción de este excelente capítulo de la novela "Zero" del gran escritor brasilero Ignácio De Loyola Brandão. La novela toda es muy recomendable, y, ante la poca difusión en lengua española de tantos y muy buenos escritores brasileros pensé en dejar aquí una pequeña contribución. Este capítulo es parte de un todo en la novela.
La historia está ambientada en un pueblo de América Latindia, gobernado por una dictadura, donde José (el personaje principal del libro, junto con su pareja Rosa) se encuentra con este caos mientras pretendía encontrarse con Gê, en un punto de la ciudad.
Sobre las anotaciones al final del texto, sólo el punto (2) es mío, intentando explicar el término "corpo fechado", que no es usual en nuestra lengua, y en Brasil sí. Los otros cinco puntos (el 1, y del 3 al 6) sí aparecen en la novela. De Loyola Brandão utiliza mucho en esta obra esas anotaciones a pie de página, donde con sorna explica o realza lo escrito durante el transcurrir de la trama.
El cerco al francotirador solitario.
Sucedió el mismo día en que el avión papal llegó, trayendo 4 mil quilos de presentes para el pueblo hermano, con la bendición del Sumo Pontífice: el primer disparo fue a las nueve y media de la mañana. Acertó en una comerciante de 18 años, novia, pobre (1), con una bala Dundum que explotó en su pecho. Era una plaza, con la estatua de un hombre a caballo, héroe de libros y lecciones de historia. Llegó una radiopatrulla. Cuando el guardia bajó, otro disparo. Fue tan rápido que el cuerpo se quedó en pie, sin cabeza, con el cuello abierto. El otro guardia no tuvo tiempo de bajar: la barriga de éste reventó, los intestinos volaron para una tienda de calzones y sostenes en liquidación. Descubrieron al hombre al pie del caballo, en la estatua. Tenía una caja grande de municiónes y varias armas. La estatua era más alta que los edificios alrededor. Los tiros atravesaban ventanas, vitrinas. Entre las nueve y media y diez horas cuatro cayeron muertos. A las diez y media llegaron ocho radiopatrullas y un carro de la Represión Especial, comandado por Neco Trombada, el más alto y fuerte de todos los agentes. Violento, de hablar mucho y actuar poco, conocido por asesinar bandidos sin preguntar el porqué. Contaban (en el interior de la policía, entre ellos, así que no se puede afirmar nada, porque podría ser calumnia, envidia) que en el inicio de su carrera, a los veinte años, fue secuestrado por un negro en una favela, y que aquel negro lo violentó. Ahora él bajó a la plaza, a comandar, gritando, ametralladora en la mano, apuntando, el súper hombre de la policía, hasta creía en "corpo fechado"(2). Y el francotirador solitario acertó a Neco entre las piernas. Neco gritó, descargando su arma en una tienda de calzoncillos.
Nadie puede bajar por las calles. El francotirador solitario era rápido. Parecía poder ver a 360 grados. No dejaba nada moverse abajo. Las personas se escondían adentro de las tiendas, atrás de árboles y postes. "Terrorista", le gritaban, temblando, y queriendo ser él, allá arriba, omnipotente, con el poder de la muerte sobe los de abajo. Confusión, carros parados, congestionamiento, bocinas, gritos, pitazos, sirenas, ventanas de carros quebradas. Llegó un camión del ejército. El comandante fue muerto al pisar el tapabarro del vehículo. Después, en la lona de la carrocería se abrió una línea horizontal, absolutamente recta, de orificios del mismo tamaño. Los militares que estaban sentados en los bancos, de espaldas a la lona cayeron fulminados, lado a lado, mientras los otros se tiraban al piso y se rehusaban a bajar.
A la una de la tarde, las Tropas Especiales de la Represión, dos Batallones del Ejército Anti-terror, cuatro tanques, cuatro rocha-buses, ocho carros blindados armados con morteros de 4,2 pulgadas (3), bazucas de 66mm tipo M 72, leve: 2 kilos (4). Se dispuso, en puntos estratégicos, bajo la orden de un oficial llamado como el Estratega (5). Mientras se colocaban algunos iban cayendo, y transformándose en fotos para las galerías de héroes en las paredes de las comisarías, cuarteles, corporaciones y afines, homenajeados año tras año.
Le disparaban, el hombre respondía.
Las balas daban en la estatua de bronce, como campana sonando en fiesta. La potencia del fuego de los que estaban abajo aumentaba gradualmente, el hombre respondía pausado, regular, metódico. Los lanzallamas (6) alcanzaban mediana altura y la estatua parecía ser envuelta por el fuego, aquel antiguo héroe con su caballo sobresaliendo de las llamas de la batalla. Pero el hombre disparaba, y los que se aproximaban con los lanzallamas caían, y otros retrocedían. Utilizaban ametralladoras, fusiles de alta precisión, morteros.
Y llegó la televisión, haciendo una cobertura exclusiva para el programa de las 22 horas. Llegaron los camarógrafos, las radios, la prensa escrita, todos contentos porque aquello era como una guerra, sin el peligro de una guerra. Periodistas subieron a las azoteas de los edificios, fotografiaron con teleobjetivos al francotirador solitario, revelaron las fotos. La televisión con transmisión en vivo - con el patrocinio de Jugos de Tomate, el más rojo, el preferido por las amas de casa – mostró la foto: un hombre de unos treinta años, cabello grisáceo, barba mal hecha.
José había ido al séptimo piso, para comenzar a bajar. Había cuatro departamentos por piso. Todas las puertas abiertas. Cada puerta daba a un pequeño hall. En ese hall estaban las putas. Dos por departamento. Estaba caliente ahí y ellas se echaban aire con abanicos, revistas o con las propias manos. El edificio se llamaba “Pombal”, y estaba lleno de gente. Siempre que José llegaba ahí subía hasta el último piso y comenzaba a bajar, siempre mirando a los que subían y bajaban más que interesado en comer a alguna de esas mujeres. El edificio tenía olor a desinfectante, disimulando el hedor a cerveza, basura, sudor, semen. Él entró con la mulata del cuarto piso cuando escuchó el ruido todo. A esta altura hacía ya como media hora que el francotirador solitario estaba debajo de la estatua. Fue a la ventana. El problema sería saber como Gê llegaría hasta ahí para conversar con él. A un lado de la puerta había una señal: una rayita horizontal y cuatro verticales: la marca de los Comunes -¿Magdalena sería una “Común”?-. Magdalena lo codeó, señalándole el camión de prensa; José entró. Tal vez se la cogía mientras Gê no llegaba. El problema sería si vendría, con tamaña confusión formada por aquel loco allá al pié de la estatua -¿Qué será lo que quiere aquel?-. Bien que él sabía. El francotirador solitario no tenía la más mínima chance, pero conseguiría un gran final, apoteósico; le daban ganas de aplaudir ahora mismo. La prensa gráfica estaba barriendo el edificio con sus potentes teleobjetivos. Más tarde, en los servicios de información pasarían las imágenes, examinarían cada rostro en la ventana, cada rostro en la multitud, intentando descubrir Comunes, terroristas, subversivos, criminales. Había sesiones diariamente. La prensa funcionaba, era mejor desistir, Gê no vendría.
Había un plan de batalla en la plaza. Batallones arrodillados, con sus armas apuntando. Tanques con cañones lanza morteros de 81 mm, desmontables en tres cargas; ametralladoras M2, pesadas; ametralladoras M60 calibre 7,62 tipo OTAN, 600 tiros por minuto, munición en cinta, con cambio de base para trípode o no. Las calles alrededor cerradas. El Estratega daba las órdenes a través de un Walkie-talkie. Era su primera misión grande y quería salir bien. Declaraba a la prensa, era filmado, lo pasaban por los noticiarios. El Departamento de Relaciones Públicas ya repartía su biografía mimeografiada, las batallas que había vencido en Corea y Vietnam, las Manifestaciones Populares de varios países de Medio Oriente, su participación en la Guerra de los Seis Días.
- “El problema es que necesitamos ametralladoras M 642-59, alemanas, que disparan dos veces más rápido que las M60.”
El francotirador solitario descargaba y se escondía. En cada descarga le atinaba a uno, tal vez dos. Las ametralladoras comían los pies de la estatua, las balas se estrellaban en las patas del caballo. Habían llamado a otro francotirador para que estudie la fórmula para poder dar un tiro en un ángulo, de tal modo que, de rebote, acierte en la espalda del tipo. Problema: la distancia exigía un arma fuerte, de bala dura, eso haría con que la bala penetrase en el bronce.
A las dos de la tarde el Comandante en Jefe de las Represivas, acompañado de altos mandos militares y de autoridades civiles y eclesiásticas visitó la plaza y reclamó: “¡Estamos destruyendo la estatua de un héroe de nuestra patria!”. El pedestal estaba lleno de huecos de bala. “¡No! No pueden usar granadas”. Pensaron entonces en traer un rayo láser y cortar el pedestal, hacer caer todo y luego erigir la estatua de nuevo. Nadie aprobó la medida.
El Estratega se irritó: ¡Qué me interesa el Héroe de la Patria, mierda! - pensó -. Cavilaba en algún plan sin encontrarlo. Estaba acostumbrado a la selva, al enemigo escondido. Pero ahora, el enemigo estaba ahí, visible. Pasó la mano por su collar – le daba suerte -. Era un collar de orejas humanas entrelazadas en un hilo de nylon. Orejitas secas, como pasas. Como los héroes del far-west que marcaban las muertes en el mango del revólver, o los aviadores que colocaban banderitas en sus cabinas, él también tenía sus manías: quería la oreja del francotirador solitario, pero no se le ocurría cómo hacer para conseguirla.
Fue aquel día, cuando estaba a punto de arrepentirse: recibió el llamado del Ex Mayor Allistair Wicks, de Baker Street. El Estratega estaba en el Zambesi Club en Londres, cuando recibió el telefonema: “Misión en América Latindia”. Él, que después que acabó lo de Vietnam pensó en ir para África o India, cualquier lugar donde necesiten de mercenarios, tal vez Medio Oriente, Egipto, Israel. Increíble: no estaba fácil trabajar. No entendía lo que pasaba en el mundo. Restaba América Latindia, una idea graciosa. El Estratega conocía bien las antiguerrillas en la selva y aceptó el contrato: mil dólares por mes, diez mil dólares de indemnización en caso de muerte, aunque…: ¿A quién mandaría el dinero?
El Estratega trabajó con el Coronel Jean Schramme, el belga, y con el francés Bob Denard. Muchos años en África envueltos en Chombe, Tanzania.
Nadie sabía el verdadero nombre del Estratega y tal vez él mismo lo hubiese olvidado, siempre acostumbrado con el apodo. Con cincuenta años vivió siempre con el arma en la mano, envuelto en batallas en tiempos de paz, convivía con tipos de los cuales también nada sabía, a no ser por escasas referencias. Un ex SS, otro de la Gestapo, uno de la OAS, otros de la CIA; convivió con políticos exiliados, políticos fracasados, idealistas, mercenarios, desertores, guerrilleros, cubanos, alemanes, griegos, argelinos, africanos, aventureros: todo un mundo de clandestinidad, ambiciones, intereses. Conocía antiguos compañeros que hoy son jefes de estado de naciones pequeñas, sustentadas por norteamericanos, o rusos, o chinos, o franceses. En el mismo avión en el que embarcó rumbo a América Latindia el Estratega se encontró con Bimns y Craig, y Delgay, y Bukuvu, pasándose por periodista, por agregado cultural, por representante comercial, por técnico en telecomunicaciones – los gobiernos de América Latindia quieren instalar televisión a colores - respectivamente, pero tres de ellos eran agentes de la CIA, y otro pertenecía a un obscuro y poderoso órgano de los Estados Unidos. Era bueno saber que iban todos al mismo lugar, ya que había siempre la posibilidad de un trabajo conjunto, y por ende más dinero.
Fue cuando descubrió: la nueva misión no era para la selva, era para la guerrilla de la ciudad, y de ciudades él no entendía, y ni quería entender. Odiaba la ciudad. Fue en una ciudad que tomó los únicos dos tiros de toda su carrera. Desesperado en Harlem, buscando a los negros que disparaban desde los balcones, de las ventanas, de los techos, salieron por la mitad de la calle maldiciendo por que ellos bajasen y vengan a pelear como hombres, y tengan casi arrancado su oreja, el hombro, un dedo, un pie. Él renunció aquella misma noche y voló hacia Londres al día siguiente, ansioso por regresar a la selva, buscando al Mayor Wicks, y esperando un llamado.
Había dicho que en América Latindia habían selvas, ríos, indios, animales feroces, mosquitos, calor, cataratas, palmeras, música, mujeres morenas, hombres de bigote, sombreros, cestas, zambas, carnaval, y las mujeres se entregaban a los americanos, ingleses, alemanes, porque gustaban de hombres rubios y fuertes, y que los hombres de allá eran endebles, enfermos, desnutridos, y morían solos: sería fácil ganar mil dólares mensuales.
Y ahora tenía que desalojar a un loco al pie de una estatua.
Neco había garantizado que lo resolvería. El Comandante no quiso Policía Civil envuelta en el caso.
Ahora los rocha-buses estaban descargando sus fuertes chorros de agua. Las ametralladoras, protegidas por escudos de acero, se aproximaban. Se dejaban escuchar las balas del francotirador solitario rebotando en tales escudos. Evacuaron los edificios que se encontraban atrás de la estatua, colocando francotiradores en las ventanas, pero las patas y la cola del caballo impedían la visión. Megáfono en mano el Comandante se dirigía a los gritos. De minuto a minuto las balas llegaban de los lados, de abajo, el fuego de los lanzallamas subía, los chorros de agua formaban una nube compacta. Y el francotirador solitario, indiferente a la bulla, al calor insoportable, a las ráfagas de balas, continuaba matando más policías.
- ¿De qué sirve? - preguntó Gê – Él está allá, disparando, matando gente…, todo para nada.
- Yo entiendo – dice José -, pero esto es la única cosa que la gente puede hacer.
- Si quieres hacer algo, ven con nosotros.
- Pensé en eso. Pero no creo en las cosas en que ustedes creen.
- Por ahora es suficiente con tener rabia. Con el tiempo aprenderás quienes somos, gustarás de nosotros, lucharás como nosotros.
- No, no voy, me quedo solo. Mi lucha es sólo mía.
- Pero qué tonterías dices…, tú sólo estás furioso. Y cuando la furia pase, acabó, y todo quedará en nada. Todo lo que las personas hacen solas siempre queda en nada.
- Y todo lo que la gente hace con otros queda en nada también. Solo arriesgo menos. Un hombre solo se conoce mejor, conoce sus flaquezas y puede meditar e ir conociendo sus cualidades: es más fácil ser un solitario.
- Es más cómodo, sí.
- No. Un grupo trae problemas, desconfianza, envidia. ¿Hasta qué punto todos son fuertes y corajudos de la misma manera? Esta es una buena pregunta: ¿Hasta qué punto alguien aguanta tortura para no delatar a los otros? Cae uno, cayeron todos.
- Siempre alguien queda y todo continúa. Estando solo, tú caes y todo acabó.
- Si yo caigo nada más me interesará.
- ¡Eso es egoísmo! Tú eres un buen tipo. Nosotros estamos al tanto de lo que tú has hecho. Simplemente por hacerlo nomás. Sin sentido. Podrías ser útil.
- No es egoísmo. Cada uno es una persona. Y tampoco es novedad, no llegué aquí a decir cosas originales: sólo quería decir que soy yo, que no consigo ser parte de ustedes. No es mi culpa. Así nací.
- Bueno, dejémonos de boberías. La gente actúa como quiera.
- Mira Gê, nunca entenderías. Un grupo para mí es un castillo de naipes: soplas en la base y todo al piso. Yo vine para lanzar fuego sobre la tierra, y ya quisiera que estuviese ardiendo.
Gê va bajando, vestido de mujer, pintado como puta, con peluca rubia. Pasa sin percibir la camioneta de prensa, se mezcló con la multitud.
A las tres de la tarde, con los policías histéricos, las Milicias, el Comandante, el Estratega, todos gritando, recogiendo sus muertos y heridos. Por pedido del Comandante helicópteros rondaron la plaza, a diez metros encima de la estatua, accionando sus ametralladoras. Estaban en la barriga del aparato, eran circulares y soltaban balas como si fuese lluvia – Minigum 67,62 mm.- Seis mil balas por minuto. En pocos segundos el caballo estaba sin cabeza, y el héroe, en su lomo de bronce, sin piernas ni espada. Fue entonces, en el preciso instante en que las ametralladoras dieron un segundo descanso, el francotirador solitario se irguió disparando contra los pilotos de las naves, como James Bond en esas películas.
- Sí, mi hermano. No sé que anda haciendo él allá encima, se debe haber vuelto loco. Yo sabía, estaba seguro que algún día esto sucedería, sólo que no esperaba que fuese tan rápido. Adamastor tiene sólo veinticinco años.
Las radios y televisoras, los periodistas todos tenían cercado a aquel hombre de anteojos redondos. Él había visto la foto divulgada en la tv, y vino corriendo, consiguiendo perforar la multitud, auxiliado por un guardia. Era chofer de la plaza, y vestía ropas sudadas.
- Adamastor sólo pensaba en triunfar en la vida. Decía que un día llegaría a ser alguien. En el barrio nadie dudaba que lo conseguiría. Estaba estudiando, pero después, ya en el curso, tuvo que parar: era muy caro, y él no tenía dinero para pagarse un cupo en una universidad. Aquel curso garantizaba el cupo, pero era caro, muy caro. Así que Adamastor tuvo que desistir. Después que eso sucedió quedó medio transtornado. Comenzó a trabajar aquí y allá, no mantenía ningún trabajo, creía que ninguno valía nada. Comenzó a trabajar en consorcios, acabó envuelto con la policía, fue a trabajar en compañías de inversiones: era una cosa que daba dinero, todo el mundo se enriquecía, menos Adamastor. Todo empeoró cuando la novia peleó con él, porque Adamastor estaba medio raro. Pero no era nada de eso, no, él sólo quería triunfar en la vida. Si lo hubieran dejado estudiar, si hubiese tenido la oportunidad de tener un buen carro, una casa, una chacrita, una mujer bonita, dinero en el banco, todas esas cosas que hacen feliz a la gente pues…. Él había sido una buena persona. Y ahora iba a morir ahí, debajo de un caballo.
Entonces se escuchó el ruido de un avión, y los tanques se alejaron, la Milicias comenzaron a ahuyentar al pueblo aglomerado. Los megáfonos pedían que evacuasen rápidamente todos los edificios. A las cinco de la tarde no había nadie más; fue cuando el avión regresó. Sobrevoló la plaza y se mantuvo suspenso encima de la estatua. Fue tan sólo un segundo. Se abrió la barriga del avión y la bomba cayó. Llegó con aquel zumbido que se escucha en las películas. Todo tembló. No quedó un edificio en pie, no sólo en la plaza, sino muchos metros a la redonda. Pedestal, caballo, jinete y el hombre subieron en el aire, desintegrándose en una nube de polvo y cemento, de piedra y bronce, de huesos y sangre, y fierro. A las siete de la noche no había nada más que un inmenso cráter, mientras que los tractores de la municipalidad se preparaban ya para reconstruir la plaza, y el Instituto Histórico Geográfico encomendaba una nueva estatua para el héroe, y el alcalde pensaba ya en el cartel a instalar: “Una nueva obra de esta administración a ser culminada y entregada en 180 días”.
(1) El melodrama copia a la vida.
(2) Corpo Fechado (Cuerpo Cerrado), en la religión Ubanda y/o creyentes de espiritismo, se dice de aquellos que no reciben mal en el cuerpo, por diferentes razones. De manera coloquial se entiende como: difícil de morir.
(3) Usadas en Vietnam
(4) Presente de los Gobiernos Amigos.
(5) Oficial jubilado de las guerras en Corea y Vietnam, cedido temporalmente para las acciones en América Latindia como consejero.
(6) Aprobados en la extinta guerra de Vietnam.
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