Título original : A coleira do cão
Año de publicación : 1965
Presente edición : Companhia das Letras, 1995
La sensación tras leer los ocho relatos que trae este segundo libro publicado por Rubem Fonseca es como el de ser el encargado de limpiar los vidrios de un edificio y poder conocer, ver y escuchar los variados universos que existen en las diferentes personas que habitan en cada departamento. Estos relatos se caracterizan por la construcción minuciosa de sus personajes, desde lo más profundo de cada uno de ellos, desnudándolos completamente, tornándonos a nosotros lectores muy íntimos de ellos, como por ejemplo en “Os graus” (“Los grados”), donde estamos ante un hombre que se lamenta no haber tenido de joven las mujeres suficientes, y que ahora en su vejez, al tenerlas, no tenía el vigor de antaño para satisfacerlas, y satisfacerse.
En “O grande e o pequeno” (“El grande y el pequeño”) dos primos adolescentes, tocayos; el menor verá en su primo mayor lo que probablemente hará su futuro, desde fumar hasta hacerse de una mujer y hacer prevalecer su voluntad a pesar de la rotunda negativa de su familia portuguesa por que la elegida es de raza negra. Aquí esa costumbre enraizada en muchas familias –inclusive hasta en nuestros días- donde por ser descendientes de europeos los hace sentirse algo superiores e intentan no mezclarse e imponer esa costumbre en las nuevas generaciones. En ambos relatos no parece haber un inicio y un fin, ingresamos a ellos en una historia ya iniciada y, tras conocer las peculiares situaciones abandonamos los relatos con la sensación de que esas historias continúan.
“Madona” nos presenta a un adolescente, aparentemente con una familia feliz, pero que está totalmente vacío, solo, y tal vez a la deriva.
Y estos tres relatos son los que menos disfruté, no por considerarlos malos sino que pertenecen a un conjunto donde los otros cinco ofrecen realmente un disfrute mayor.
En “A opção” (“La opción”) una junta médica barajará cuál es la decisión correcta a ser tomada para un paciente de nueve años morfológicamente masculino pero gonádicamente femenino. Las dudas y contrariedades están a flote, guerra de egos entre los colegas, presenciamos la busca de ese pequeño goce de ser quien tiene el poder de decidir qué sexo tendrá en adelante aquel niño, como jugar a ser Dios, mientras el niño está ahí, inerme, esperando que decidan su futuro.
En “Relatório de Carlos” (“Informe de Carlos”) Fonseca nos hace entrar a la rutina de un influyente abogado y el difícil trato que éste lleva con su amante quien literalmente hace lo que quiere con él. Interesante la comparación al inicio que hace el personaje principal con su padre quien también se las traía, teniendo algunas amantes por ahí que luego aparecieron para llorarle en su entierro delante de toda la familia y amigos. “No quiero hablar de ventaja, pero en eso (y en otras cosas) superé a mi padre, pues Norma no es una mujer cualquiera.” Por lo visto el personaje guarda desde hace mucho el ansia de superar lo que su padre haya hecho, y en todo ámbito, aunque no perciba que, por ejemplo, las amantes de su viejo lo amaban, ya la de él lo usa cuando y como quiere. Es el relato más largo, quizá una nouvelle.
“A força humana” (“La fuerza humana”) es el relato que abre el libro, y desde la primera frase se percibe la impotencia del narrador, un probable campeón de box quien tendrá la mala suerte de encontrar y llevar al gimnasio (donde entrena, trabaja y vive) a un bailarín de samba sin ninguna experiencia pugilística pero con una agilidad felina y un biotipo único, quien poco a poco lo irá desplazando del gusto del entrenador, perdiendo inclusive parte de su comida pues el otro la aprovechará mejor. Fonseca utiliza jergas y el lenguaje del mundo boxístico –él fue boxeador de joven- transmitiendo muy bien cada respiro, cada golpe, cada desilusión de nuestro narrador.
“O gravador” (“El grabador”) está construido con la meticulosidad que debe tener un arquitecto. El autor nos presenta primero a Jorge Vale, un tipo que conoce a una mujer por medio de una encuesta telefónica. Esta mujer –Alda- se rehúsa inicialmente a conocer a Jorge pues dice ser casada, curiosamente su esposo también se llama Jorge. A la vez el mismo tipo recibe constantes llamadas de su madre, quien lo trata como a un niño. Las conversas son separadas por capítulos haciéndonos creer que son cuatro los personajes, cuando en realidad tanto Jorge y Alda tienen un juego de doble personalidad: la esposa es amante (o prospecto) y madre a la vez, y Jorge es un conquistador y un niño introspectivo necesitado de protección al mismo tiempo.
El que cierra es el que da título al libro, “A coleira do cão” (“El collar del perro”), un relato policial tan vertiginoso que parecemos estar en el patrullero a toda velocidad sondeando las inextricables favelas de algún morro carioca. Aquí también el manejo del lenguaje utilizado por los policías y soplones es tan verídico y certero –además de boxeador, Fonseca también fue policía- que nos grafica perfectamente cómo es aquel mundo corrupto y viciado donde ni los periodistas se salvan. Vilela es la antítesis de todos ellos: culto, honrado, metódico, pero ante todo justo, y esto hace que choque frecuentemente con sus propios subordinados, como en la decisión de cómo interrogar al sospechoso, entre la técnica violenta y dolorosa –e interesante- de Washington y la del uso de la psicología de Vilela, contrario a cualquier tipo de tortura. Pero Fonseca nos revela también al policía-torturador como un hombre bueno, pero curtido y atento a no dejarse timar. Con muchos trazos de humor negro éste es un relato con mucha acción enmarcado en la tristeza de la seguridad de que nada cambiará ese caos que por allá, lamentablemente, es rutina.
En todos los relatos de este libro se percibe que cualquier tipo de esperanza es mera ficción pues aquí se respira la crudeza de la realidad. Del conjunto, estos cinco últimos relatos -según fueron nombrados en esta entrada- fácilmente pueden ser considerados como obras maestras, muy bien estructuradas, donde todos los personajes que aquí el maestro Rubem Fonseca nos presenta parecen estar libres pero en realidad hay algo que los ata, que los mantiene hundidos en esa miseria que sólo ellos conocen -y nosotros, tras leer la obra-, aquella miseria que es parte de su cotidiano, y a la que parecen estar condenados.
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