Editora : Libre 1
Año de publicación : 1977
Si la historia de “1879” transcurría en su mayoría en alta mar, y teniendo como colofón la derrota en el Combate Naval de Angamos, la muerte del Gran Almirante Miguel Grau Seminario, y la captura del monitor Huáscar, éste segundo volumen de la tetralogía denominada “La guerra del salitre” del periodista Guillermo Thorndike desarrolla la campaña terrestre, y nos sitúa desde el inicio con el desembarco de las tropas chilenas en el –entonces- próspero puerto peruano de Pisagua, en la provincia de Tarapacá. El libro comienza muy bien, con los pormenores de la invasión y los esfuerzos –de un solo lado- de la tropa aliada en contener el inminente avance del ejército sureño. Thorndike no se guarda nada: desde los telegramas, explicando a través de sus personajes los planos de la alejada zona, la estrategia a ser utilizada, la inexplicable carencia de recursos para embarcarse en una guerra.
Partiendo de hechos reales Thorndike nos lleva de la mano haciéndonos ingresar al meollo de la guerra con Chile, en medio de la brutalidad ejercida por ambas partes; en ésta tragedia hay espacio para momentos conmovedores: como la valerosa acción e impresionante desempeño del Batallón de los Cabitos, prácticamente niños, que con armas que mal podían llevar a cuestas llenaban de orgullo y asombro al entonces Coronel Andrés Avelino Cáceres. Sin querer minimizar un ápice el desempeño de aquellos jóvenes, imagino que Thorndike debe haber puesto de su cosecha al describir las hazañas de aquel grupo que era visto inicialmente como carne de cañón, y que finalmente sorprendería al más experimentado militar de aquel tiempo. Conmueve presenciar –y es que la narración de Thorndike me sitúa en medio de la batalla, no es exagero- a los sobrevivientes de un famélico ejército peruano, que, tras vencer la Batalla de Tarapacá observaban el moderno arsenal que la tropa chilena dejaba a costa de su sangre, y no poder llevarla consigo por carecer de fuerzas, medios y recursos para tal fin, abandonándola en aquel hostil y lejano territorio. En estas líneas uno puede ver al ejército boliviano comandado por Hilarión Daza en Camarones, retirándose hacia Arica, importándoles un bledo alianza alguna, negándose unirse al grupo liderado por el General peruano Juan Buendía. Tras la lectura de este segundo libro queda claro que el gobierno peruano nunca debió firmar alianza alguna seis años antes. El gobierno de Bolivia es pintado tan o más desordenado que el peruano, y aún así nadie avizoraba una posible catástrofe, nadie se atrevía siquiera a sugerir el cortar aquella absurda alianza con ellos. Queda claro que entre los países no hay ni debe haber amistad, y sí intereses, a diferencia de los pueblos/personas, donde sí puede germinar y cultivarse una amistad. El Perú pagó caro esa inocencia de los gobernantes de turno.
Para los personajes de este libro Grau es un recuerdo reciente, y el remodelado monitor Huáscar, ahora enarbolando una bandera chilena hería tanto o más en el orgullo que el fuego enemigo en la propia carne. Un país –el Perú- nada preparado para una guerra, con un aliado timorato: dos ciegos directo al abismo, como jóvenes países en sus primeros escarceos bélicos. Thorndike no transmite la intención de realizar una hagiografía de los héroes patrios peruanos, y, como en el volumen anterior, deja claro que los verdaderos enemigos estaban dentro del país. Por ejemplo, en este libro se puede notar fácilmente la satanización de la figura de Nicolás de Piérola, y su obscura alianza con la Casa Dreyfus & Hnos. encabezada en aquel entonces por Auguste Dreyfus. Piérola era Ministro de Hacienda del gobierno Balta cuando se firmó el conocido “Contrato Dreyfus” y aquello se toca como un recuerdo desagradable. Ya en el escenario de este libro Piérola es el insurrecto quien da el golpe de estado tras el inocente –que al Perú le sobraban inocentadas en los altos mandos por aquel tiempo- viaje del presidente Mariano Ignacio Prado al extranjero en plena guerra con Chile, viaje al que hace referencia el título. Lo que por muchos es visto como traición, al parecer –por la lectura de esta obra- todo hace indicar que en realidad Prado guardaba esperanzas en sus acciones diplomáticas en el extranjero, en poder hacerse de nuevos blindados para encarar una guerra a todas luces perdida. Aparentemente su buena intención era cierta, pero su objetividad era nula, eligiendo la peor de las opciones para el país en aquel momento, siendo el escenario ideal que Piérola buscaba y Dreyfus también.
Personajes como el Coronel Andrés Avelino Cáceres, bilingüe, de voz ronca, fiero y recio, inclusive por momentos devela una raigambre romántica.
Y ya que menciono a José María Quimper debo destacar la fuerza de su personaje, al igual que el de José Antonio Miró Quesada, director de El Comercio. Ambos personajes al inicio del libro parecen estar en orillas opuestas, en las antípodas. Mientras el primero busca el sigilo de la información, el segundo enciende el fuego en la población con sus furibundos y contundentes editoriales. El destino irónico los juntará hacia el final de la obra, cerrados como un puño, en una sabrosa charla, a manera de confesión en el capítulo titulado “La conjura Dreyfus” (Pág. 411) cuando todo está ya perdido. Quimper aceptando la locura del viaje de su jefe, el presidente Prado, y Miró Quesada preso, con una absurda justificación, viendo cómo la imprenta del decano es clausurada por órdenes de la dictadura de Piérola.
Pero antes de aquel capítulo ya Quimper había protagonizado otro capítulo importante, con otra conversa exquisita, esta vez con el presidente Mariano Ignacio Prado titulado “El general Prado decide viajar” (Pág. 309), donde el autor nos devela a un fragilizado presidente, fuera de sí, donde la única salida posible para él era su viaje al extranjero para hacerse con armas; un perfecto incapaz con plenos poderes.
Un gran análisis, muy descriptivo –entiéndase, muy crudo-, que no llego a encontrarlo perturbador por saber de antemano que estoy ante literatura bélica donde se recrea este trágico conflicto, con una narración por muchos momentos electrizante apoyada en una acuciosa investigación que torna imposible no sentir náuseas por los políticos peruanos de finales del siglo XIX, que es la misma por muchos -tanto en Perú, como aquí en Brasil, dicho sea de paso- en pleno siglo XXI, creyendo yo que éste era un mal contemporáneo.
Una obra muy recomendada, pero que necesitará de la lectura del primer volumen para una total comprensión de aquel escenario bélico. Tras la pérdida de Tarapacá, con este libro se traspasa el umbral de la tragedia, donde el infierno debe ser poco comparado a lo vivido en aquel tiempo.
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