Editorial Fundamentos, 1987
Hasta el momento nunca había leído nada de literatura africana. Ni siquiera tengo, ni he ojeado, algún libro del nigeriano Wole Soyinka, del egipcio Naguig Mahfuz, o de los sudafricanos Nadine Gordimer y J. M. Coetze, quienes fueron condecorados todos en su momento con el Premio Nobel, motivo por el cual quizá sean los más conocidos al hablar de literatura de aquel continente. Pero desde hace un tiempo he reunido unos pocos libros de cinco escritores africanos, ninguno perteneciente a los ya mencionados; éste es el primero.
Donato Ndongo-Bidyogo (Niefang, 1950) es el autor del libro de la presente entrada, y la sorpresa fue grande al encontrarlo en la sección destinada a los libros extranjeros, al castellano, que es donde paso y repaso con cierta frecuencia. Siempre pensé que el primer libro de algún escritor africano lo encontraría en portugués por ser éste también el idioma de algunos países africanos.
Lo primero que me viene a la mente cuando pienso en Guinea Ecuatorial es una estampilla con un bisonte que tengo desde niño cuando coleccionaba sellos con la temática de fauna, recuerdo que me sorprendió la escrita en español, fue ahí cuando descubrí que también compartíamos el mismo idioma con aquel lejano país.
El personaje principal en esta novela es un niño por el cual conocemos tanto las nuevas costumbres que trae el catolicismo llegado junto a la colonización, y las tradiciones milenarias de su pueblo seguida a través de generaciones y que gran parte de su familia espera que él continúe cultivando.
Del primer grupo conoceremos al padre Ortiz de quien este niño será por un tiempo monaguillo, e incluso tendrá la oportunidad de seguir estudios teológicos y convertirse en un futuro en sacerdote, para orgullo de su padre, un negro grande y oportunista quien se adhiere rápidamente a la “brujería blanca” por encontrar facilidades para mejorar su calidad de vida, de él y de su numerosa familia. Pero el padre del niño no sólo hace suya esta nueva religión por las oportunidades que va teniendo, sino porque en el fondo ve ultrapasada todas las costumbres y tradiciones que él heredó, y quiere ser él quien dé el primer paso en su familia para encajarse en aquello que es llamado de civilización. Ya el niño, reflejándose en su progenitor decide consagrar su vida a este nuevo Dios, rezaba todas las noches y se soñaba en un cielo, aceptado y rodeado por bellos ángeles y arcángeles.
Por otro lado estaba el tío Abeso, sabio, fuerte, decidido, demostrando siempre la tranquilidad de quien lleva la verdad consigo, no siente en ningún momento como una amenaza a los padres españoles que están convirtiendo a su religión a muchos de los suyos, alejándolos de sus costumbres e inculcándoles un nuevo Dios. Él se mantiene firme en sus convicciones y tradiciones, junto a su otro hermano, el tío Meco, el abuelo Nguema Anseme, y su larga lista de ancestros que vienen a su llamado, encabezada por el bisabuelo Motulu Mbenga quien llega desde el más allá parado sobre el lomo de un gran caimán, en las reuniones donde las letanías en fang (idioma de la etnia Fang hablada hasta en cinco países africanos) prevalecen.
Lamentablemente Donato Ndongo no es un autor muy prolífico, ha editado una obra -de ficción- cada diez años teniendo en su haber solamente tres libros, siendo ésta su primera novela que data de 1987. “Los poderes de la tempestad” fue editada en 1997, y hace algunos años, en el 2007 salió “El metro”. Su obra tiene poca difusión y lamentablemente para la gran mayoría -entre los que me incluía- pasa desapercibida, tornando más difícil el conocer y encontrarse con sus libros. Y si las otras dos mantienen el mismo nivel de calidad que la de la presente entrada es para estar atentos a depararse y no dejar pasar la oportunidad de hacerse de algún libro suyo.
El autor sabe mezclar la dura realidad que no está exenta de momentos muy divertidos, con grandes trechos donde la fantasía y la magia reinan, siendo aquel niño quien une a estos dos mundos tan diferentes. Cuando nuestro personaje principal comulga en su primera comunión es uno de los momentos más hilarantes, así como la conversa entre el padre Ortiz y el tío Abeso, el primero intentando atraerlo al catolicismo y el segundo rechazándolo elegantemente exponiéndole sus razones que enervarán al prelado español.
El libro por momentos es cadencioso, ante las dudas del personaje principal en saber si lo que está haciendo es correcto, para luego acelerar la trama –la lectura- en los pasajes donde éste se envuelve en confusiones o en plenos delirios producto del contacto de la segregación de alguna secreta raíz en una pequeña herida abierta en la cabeza, y descubrir el umbral a un mundo fascinante, el cual me lo imagino tridimensional, onírico y colorido, como una pintura de Bendayán.
¡Qué joyita! ¡Destino, gracias otra vez! Éste es uno de los mejores libros que he leído en lo que va del año.
Y aquella noche, ¿recuerdas? Viste por primera vez al bisabuelo Motulu Mbenga, fundador de vuestro linaje y continuador de las esencias tradicionales de la tribu en esta orilla del río Ntem. El bisabuelo permanecía de pie sobre el lomo del caimán que surcaba las aguas del gran río, el caimán era visible desde la orilla en que estabas sentado sobre una gran piedra pintada de blanco y rojo, y el bisabuelo tenía los pies secos. Desde la otra orilla, unas fantasmagóricas, diminutas y grotescas figuras humanoides disparaban sobre el bisabuelo con las escopetas que vomitaban fuego y hierro, y se emborrachan con petacas de esa bebida que quema la garganta, y los trozos de espejo se astillaban en su carne y los abalorios se enroscaban en sus manos, y sus disparos no alcanzaban al bisabuelo, y se llevaba su mano a su augusta cabeza para sacudirse unos insectos que te parecieron moscas negras, y los insectos revoloteaban a su alrededor y se volvían a la orilla opuesta y se metían en los tubos que vomitaban fuego y hierro y se acallaron los disparos y los insectos carcomieron los tubos, y las culatas, y las manos, y el pecho, y el vientre, y la cara de los atacantes, y en pocos segundos los humanoides quedaron reducidos a esqueletos quiméricos con los ojos vaciados, y el salacot bailando sobre sus largas cabelleras doradas. El caimán emergió entonces de las aguas, y depositó al bisabuelo Motulu Mbenga sobre la orilla, y a vuestra vista apareció un campo inmenso y llano cubierto de flores. Y en medio, un camino que conducía a una casa que se divisaba a lo lejos en el horizonte, y frente a la casa se alzaba un gigantesco ekuk con cuatro ramas tan grandes como el mismo tronco, que señalaban los cuatro puntos cardinales. Seguías al bisabuelo Motulu Mbenga de cerca, y al llegar al pie del gigantesco ekuk, él se volvió y te miró con fijeza, con sus ojos radiantes como el sol del amanecer, y te tomó la mano, y disteis vueltas y vueltas alrededor del gigantesco ekuk hasta que de la rama dirigida hacia el norte descendió un hacha, y de la señalada hacia el sur la piel del caimán, de la orientada hacia el este el fuego, y la tortuga bajó de la rama que miraba al oeste: y ante vuestros ojos desfilaban una larga procesión de humanoides convertidos en esqueletos de cintura hacia arriba, aún vestidos con unas saharianas raídas, sosteniendo sobre sus hombros las armas herrumbrosas mordisqueadas por los insectos. Y de la cabaña salió una vieja arrugada y desnuda, tatuada la cara con los signos de la sabiduría, y mostró la rama que señalaba hacia el oeste y viste a la tortuga colgando, y la tortuga se fundió en tu cabeza y fuiste investido de la prudencia, y la mujer se tocó a un tiempo el sexo y la boca con las manos diciendo: cierra siempre la puerta y con ella la boca, y siempre que viajares, ten tus oídos atrás. Volvió la vista hacia la rama de ekuk que indicaba hacia el este, y la llamarada se avivó para apagarse un instante después, y quedaste investido de la fortaleza necesaria, y la mujer se llevó las dos manos al corazón al mismo tiempo que decía: así como el antílope no es hijo del elefante, cuando oigas que vino piensa que marchará. Y volviéndose hacia la rama orientada al sur, de donde había desaparecido la piel del caimán, la anciana se llevó sus manos a sus pies, y le transmitió la templanza, y mientras ibas creciendo en tu interior, oías estas palabras: la gacela vive en las praderas, el búfalo en los zarzales, y el hombre en su pueblo. Y cuando miró hacia el norte, el hacha se descolgó para fundirse en tu mano derecha, y la justicia invadió tu espíritu, y la mujer, fija la mirada en tus ojos, te dijo: aunque tengas mujer, aprende a cocinar, porque la vida guarda muchas sorpresas, y no llores, ¡no llores!, porque el llanto será lo último. Y el bisabuelo Motulu Mbenga te preguntó qué buscabas allí y le contestaste que le buscabas a él, y dijo: yo soy tú, ¿no lo ves?, y te viste solo con el hacha en la mano en medio del patio de la tribu. El bisabuelo había desaparecido, el gigantesco ekuk había desaparecido, el vergel había desaparecido también y también la cabaña, y toda la tribu te aclamaba porque allí, en el suelo, esparcidos sobre la explanada de la aldea, estaban los esqueletos de los humanoides y los insectos salían por las cuencas de sus ojos y por la boca de sus fusiles.
Fragmento, páginas 49 a 51.
¡Qué joyita! ¡Destino, gracias otra vez! Éste es uno de los mejores libros que he leído en lo que va del año.
Y aquella noche, ¿recuerdas? Viste por primera vez al bisabuelo Motulu Mbenga, fundador de vuestro linaje y continuador de las esencias tradicionales de la tribu en esta orilla del río Ntem. El bisabuelo permanecía de pie sobre el lomo del caimán que surcaba las aguas del gran río, el caimán era visible desde la orilla en que estabas sentado sobre una gran piedra pintada de blanco y rojo, y el bisabuelo tenía los pies secos. Desde la otra orilla, unas fantasmagóricas, diminutas y grotescas figuras humanoides disparaban sobre el bisabuelo con las escopetas que vomitaban fuego y hierro, y se emborrachan con petacas de esa bebida que quema la garganta, y los trozos de espejo se astillaban en su carne y los abalorios se enroscaban en sus manos, y sus disparos no alcanzaban al bisabuelo, y se llevaba su mano a su augusta cabeza para sacudirse unos insectos que te parecieron moscas negras, y los insectos revoloteaban a su alrededor y se volvían a la orilla opuesta y se metían en los tubos que vomitaban fuego y hierro y se acallaron los disparos y los insectos carcomieron los tubos, y las culatas, y las manos, y el pecho, y el vientre, y la cara de los atacantes, y en pocos segundos los humanoides quedaron reducidos a esqueletos quiméricos con los ojos vaciados, y el salacot bailando sobre sus largas cabelleras doradas. El caimán emergió entonces de las aguas, y depositó al bisabuelo Motulu Mbenga sobre la orilla, y a vuestra vista apareció un campo inmenso y llano cubierto de flores. Y en medio, un camino que conducía a una casa que se divisaba a lo lejos en el horizonte, y frente a la casa se alzaba un gigantesco ekuk con cuatro ramas tan grandes como el mismo tronco, que señalaban los cuatro puntos cardinales. Seguías al bisabuelo Motulu Mbenga de cerca, y al llegar al pie del gigantesco ekuk, él se volvió y te miró con fijeza, con sus ojos radiantes como el sol del amanecer, y te tomó la mano, y disteis vueltas y vueltas alrededor del gigantesco ekuk hasta que de la rama dirigida hacia el norte descendió un hacha, y de la señalada hacia el sur la piel del caimán, de la orientada hacia el este el fuego, y la tortuga bajó de la rama que miraba al oeste: y ante vuestros ojos desfilaban una larga procesión de humanoides convertidos en esqueletos de cintura hacia arriba, aún vestidos con unas saharianas raídas, sosteniendo sobre sus hombros las armas herrumbrosas mordisqueadas por los insectos. Y de la cabaña salió una vieja arrugada y desnuda, tatuada la cara con los signos de la sabiduría, y mostró la rama que señalaba hacia el oeste y viste a la tortuga colgando, y la tortuga se fundió en tu cabeza y fuiste investido de la prudencia, y la mujer se tocó a un tiempo el sexo y la boca con las manos diciendo: cierra siempre la puerta y con ella la boca, y siempre que viajares, ten tus oídos atrás. Volvió la vista hacia la rama de ekuk que indicaba hacia el este, y la llamarada se avivó para apagarse un instante después, y quedaste investido de la fortaleza necesaria, y la mujer se llevó las dos manos al corazón al mismo tiempo que decía: así como el antílope no es hijo del elefante, cuando oigas que vino piensa que marchará. Y volviéndose hacia la rama orientada al sur, de donde había desaparecido la piel del caimán, la anciana se llevó sus manos a sus pies, y le transmitió la templanza, y mientras ibas creciendo en tu interior, oías estas palabras: la gacela vive en las praderas, el búfalo en los zarzales, y el hombre en su pueblo. Y cuando miró hacia el norte, el hacha se descolgó para fundirse en tu mano derecha, y la justicia invadió tu espíritu, y la mujer, fija la mirada en tus ojos, te dijo: aunque tengas mujer, aprende a cocinar, porque la vida guarda muchas sorpresas, y no llores, ¡no llores!, porque el llanto será lo último. Y el bisabuelo Motulu Mbenga te preguntó qué buscabas allí y le contestaste que le buscabas a él, y dijo: yo soy tú, ¿no lo ves?, y te viste solo con el hacha en la mano en medio del patio de la tribu. El bisabuelo había desaparecido, el gigantesco ekuk había desaparecido, el vergel había desaparecido también y también la cabaña, y toda la tribu te aclamaba porque allí, en el suelo, esparcidos sobre la explanada de la aldea, estaban los esqueletos de los humanoides y los insectos salían por las cuencas de sus ojos y por la boca de sus fusiles.
Fragmento, páginas 49 a 51.
1 comentario:
Awesome!
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