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viernes, 28 de octubre de 2011

Elegbara, Alberto Mussa




Ilustraciones interiores : Maria Luíza Ferguson
Año de publicación : 1997
Editora Revan
Año de esta publicación : 1998



Primer libro de este autor, de quien supe de su existencia luego de que una revista literaria cayera en mis manos no sé cómo. Desde que leí aquella conversación transcrita en esas páginas busco sus libros, infructuosamente, cuando paso por alguna librería de viejo, hasta que un buen día me deparé con tres en una misma tarde: este es el primero, el único que curiosamente está publicado como Beto y no Alberto; de haber sabido buscaba en la “B” y no en la “A” ya que en las librerías brasileñas generalmente son ordenados de forma alfabética.

Sospecho que al igual que en Perú, en toda Latinoamérica, y quizá hasta en España, es poca la difusión de la literatura brasileña. De igual manera, aquí, en la tierra del futbol y la samba, salvo García Márquez, Borges y hace unos años Bolaño, pareciera casi nulo el interés por literatura hispanoamericana. No es que no haya traducciones, las hay, y encuentras tantos ejemplares en los estantes que pareciera que nadie los revisara; el desinterés pareciera mutuo, es una lástima. Pero, siempre hay algo de esperanza en que eso cambie: un brasileño se alzó con el premio Juan Rulfo del 2003, Rubem Fonseca, y, el autor del libro de esta entrada, Alberto Mussa se llevó el Casa de las Américas del 2005 en literatura brasileña.

Desde el primer relato -y tras haber leído algo de la literatura de este país- uno se puede dar cuenta de que Mussa es un escritor diferente, muy diferente, a sus colegas compatriotas. No sólo en estilo, sino básicamente en los temas que aborda. Mientras que muchos –no todos, felizmente- enmarcan sus historias, de manera indirecta o incluso muy directa, en los tiempos de la larga y terrible dictadura sufrida, los lugares y tiempos donde se desarrollan las historias de Mussa, al menos en este libro, son tan disímiles tornándolos muy atractivas.

Abre con el excelente relato “A primeira comunhão de Afonso Ribeiro” (“La primera comunión de Alfonso Ribeyro”), el más disfrutado de principio a fin, pero también el más extenso, hecho que me impide traducirlo y dejarlo aquí. Le encuentro una semejanza al también primer cuento del libro anterior, del venezolano Mujica, “La noche de los Ayamanes”: tanto en este como en aquel la ficción se mezcla con hechos históricos. Aquí un grupo de marineros de la tripulación del explorador Pedro Álvares de Cabral se vuelven desertores en lo que ellos posteriormente llamarían “Indias”. Todo se inicia con la vomitiva repulsión de la hostia en pleno sacramento por parte del Alfonso del título, un mozalbete que al final de la historia llegará a comulgar, aunque de una manera muy particular. Es una historia intensa y muy sabrosa en época del descubrimiento de lo que ahora conocemos como Brasil. La historia no tiene en Álvares de Cabral al personaje principal; se centra en un personaje olvidado o quizá ficticio. Una cosa te lleva a la otra: es a través de este excelente cuento que conozco ahora quién es André de Thevet, aquel monje francés, franciscano, explorador y cronista quien estuvo por el siglo XVI recorriendo el Brasil, autor de “Particularidades de la Francia Antártica”. Mussa basa parte de su estudio previo para este relato en fuentes de este autor.

En “A mulher vedada” (“La mujer vetada”) los pobladores del morro carioca (gentilicio de los de Rio de Janeiro) San Antonio amanecerán descubriendo un asesinato: es encontrado un cuerpo con un certero tajo en la garganta en medio del basural. La historia se desarrolla a inicios del siglo pasado y nos servirá de excusa para conocer cómo se fue desarrollando aquella favela, que cuenta entre sus moradores a una mujer con una feúra que daba pena a la tristeza, aislada a un confín de aquel lugar. Las historias de la fea y del futuro fiambre se encadenarán. El problema de concretar un relato tan bueno como el primero hace que otros, como este, sin ser malos, no llegan a ser disfrutados, por estar todavía con el sabor y el deleite del anterior.

El tercer relato, “Elegbara”, parece haber sido escrito durante la lectura afiebrada de “Las mil y una noches”. Breve, conciso, fantástico y certero; sospecho que al maestro Borges le hubiera gustado. Es el relato que dejo al final de esta entrada. El viandante, personaje principal en este relato lleva el nombre de Elegbara, “uno de los nombres del Orixá Exu, una de las divinidades de la cultura Iorubá, o Nagó, actualmente localizada en Nigeria y Benin. El nombre significa “quien tiene el poder”, destacándose de entre sus innumerables aspectos el de ser quien ejerce la acción, el crecimiento, la transformación.

Pero pareciera que en su afán por diversificar sus historias en tiempos y lugares diferentes, algunas no llegan a alcanzar el brillo de otras. Ya relatos como “O enforcado” (“El ahorcado”), “Os sábios de Tombuctu” (“Los sabios de Tombuctu”), y “Os crimes da rua da Vala” (“Los crímenes de la calle Vala”) están lejos de generar el placer que sí logra con el resto, como por ejemplo, además del primer y tercer relato están también “Alcácer Quiber”, cuento con matices históricos. De una singular armonía, con la primera frase ya crea intriga: “La verdad es que nadie vio morir al rey don Sebastián.” Intriga que también tiene la historia real sobre la que Mussa fantasea, y es que no basta con leer estas narrativas -como el autor llamó a su conjunto-, también nos deja, a modo de tarea, los hechos en los que se inspiró, igual de interesantes que las ficciones que nos presenta: la leyenda de la desaparición del rey portugués en mención, sétimo de la Dinastía de Avis.

Con “A cabeça de Zumbi” (“La cabeza de Zombi”) Mussa trae a colación uno de los personajes históricos más famosos con que cuenta Brasil: Zumbi dos Palmares (Zombi de Palmares), negro nacido en Palmares, Alagoas (1655), bautizado como Francisco por el padre jesuita a quien fue entregado. Hábil luchador, se tornó líder de la zona denominada Quilombo dos Palmares tras la muerte de Ganga Zumba, quien aceptó estar bajo la autoridad de la Corona Portuguesa; corría el año 1678. Ya por 1695, en una invasión a Palmares, Zombi fue capturado, decapitado, y su cabeza fue ofrecida al gobernador Melo e Castro embadurnada con sal y con el pene dentro de la boca. La cabeza fue expuesta en un poste en plena plaza pública en Recife. Esa es la historia real. Así moría el personaje y nacía la leyenda. Leyenda e historia sobre la cual Mussa se basa para entregarnos este relato.

Las breves historias que componen “O último neanderthal” (“El último neanderthal”) son análogas, pero en tiempos no cronológicos, retrocediendo desde el siglo pasado hasta la época de las cavernas, donde los personajes principales realizan acciones similares, cada cual en su presente, y a su manera, con los medios con que cuentan, concluyendo con un análisis del quehacer de todos ellos, donde el más primitivo no está tan distante del más contemporáneo: todos estos hombres poseen la misma cualidad: el escrutar, meditar, para luego decidir, y actuar.

Tras leer aquella entrevista ya lo sospechaba: Alberto Mussa se las trae.





Elegbara

Desde hace ocho generaciones, con la llegada de Oranmiyán, el fundador, Oyó sólo sabía de opulencia. De ahí el recelo de todo el pueblo cuando el rey dejó de comparecer a los mercados; y el profundo abatimiento que luego siguió cuando comenzó a correrse la noticia de la enfermedad que seguramente lo llevaría a la muerte.
El rey no murió, pero tampoco mejoró. La enfermedad se volvió linear, permanente, estancada como las aguas que quedan para más allá de Ijebu-Ode (*). Fue cuando Oyó, la justa, la soberbia, decayó de una manera vertiginosa. El cetro del rey no movía más al mundo.

Y el arado no rendía; las mujeres no parían; los herreros no forjaban; vendedores no vendían; compradores no compraban. Hubo sequía y hubo hambre.

Fue entonces que los ancianos, reunidos en consejo, decidieron convocar sabios de otros reinos. Llegaron de Ifé, vinieron desde Iré, desde Ilorin, y hasta de Ketú. La ciencia humana está siempre de este lado, del propio hombre; pero el rey continuó enfermo.
Oyó estaba al borde de la desesperación, cuando apareció, de súbito, llegado al parecer de la etnia Nupé, un extraño viandante de sonrisa crapulosa. Cargaba un morral y una catana, fumaba una pipa, y llevaba una capucha negra y roja.

Se detuvo al frente del mercado, donde se realizaba una asamblea, siendo notado por uno de los más viejos.

- El reino está muerto. Los extranjeros no son bienvenidos.

- No es esta, anciano, la fama de Oyó, la justa. Y yo vine por la justicia.

- Di quién eres y para dónde vas.

- No sé si he ido o si fui encontrado; mas iré a ser y habré ido.

- ¿Qué deseas, forastero?

- Quiero apenas ser querido. ¿Acaso no es vuestro rey quien ha enfermado de un mal sin cura?

- Es sin cura el mal; no hubo sabio capaz de vencerlo. No hay más por hacer en Oyó.


El viandante dio entonces una gran risotada:

- No es esta, anciano, la fama de Oyó, la soberbia. Y yo llegué por la gallardía.

El pueblo escuchaba atónito, y el extranjero continuó:

- Soy un antiguo andante. Vengo de caminar muchas y muchas leguas. La tierra es de mi tamaño. El mundo es de mi edad. No hay números para contar las proezas que realicé durante todo el tiempo que anduve: recolecté miel de saltamontes; me amamanté con leche de doncellas; me calenté sin tener hoguera; cociné sin tener olla; ya acudí el parto de una mujer vieja; ya empreñé a una recién nacida; traigo la cura de las molestias y las preguntas respondidas. Cuando me enteré del mal que aflige a vuestro rey, vine a ofrecer mis servicios. Sólo que todo tiene su precio.

- Oyó es justa y es soberbia. El forastero tendrá el precio que juzgue conveniente.

- Yo quiero el precio justo.

- ¿Y qué precio es ése?

- El que tenga la mayor grandeza y quepa en la menor medida.

Nadie entendió. Ni prestaron atención.

La fe humana está siempre más allá del propio hombre: el forastero fue introducido a los aposentos reales. Y fueron sólo tres días. Todo el pueblo estaba amontonado en la plaza del mercado cuando las esposas salieron corriendo del palacio para anunciar que el rey ya se encontraba de pie.

La fiesta fue programada para la feria siguiente, pero la alegría se anticipó. Oyó regresaba a lo que alguna vez fue. Y hasta una lluvia serena llegó a reavivar el colorido de la sabana resecada.

En la fecha marcada, el rey reapareció, rodeado de pompa y aclamaciones. Se dirigió al trono, en el centro del mercado, y elevó la voz:

- ¡Que venga ante mí el forastero de la capucha roja y negra!

Cuando este se aproximó, el rey dijo:

- La gratitud de Oyó no tiene medida. Que el forastero diga su precio.

- Yo quiero el precio justo.

- El rey ofrece cien piezas de marfil.

- Es poco; y no cabe en mi morral.

- Las cien piezas de marfil y treinta catanas de fierro.

- Es poco; y no cabe en mi morral.

- Las cien piezas de marfil, las treinta catanas de fierro, más diez partidas de cuentas de vidrio y además cincuenta esclavos.

- Es poco; y no cabe en mi morral.


El rey estaba estupefacto:

- Entonces ¿no hay límite para la ganancia de este forastero?

- Yo anduve leguas y leguas y cuando llegué a este país vi un rey prácticamente muerto, un reino destrozado, un pueblo infeliz. Yo curé al rey, erguí el reino, salvé al pueblo. Yo quiero el precio justo.


Y por más que el rey ofreciera recibía siempre la misma respuesta. Desesperado, se levantó del trono y con un gesto amplio hizo una última ofrenda:

- ¡Pues quédese con todo este reino¡

A lo que el forastero respondió:

- Es poco; y no cabe en mi morral.

Hubo un breve silencio, y el viandante prosiguió:

- No puede vivir quien debe la vida. Yo quiero la cabeza del rey.

Nadie podía creer lo que acababan de escuchar. El rey se desmoronó en el trono, aterrado: - ¿Cómo puede querer mi muerte quien llegó a curarme? ¡Es un absurdo…, una cobardía…, una infamia…, una ingratitud!

- No –dijo el viandante-; es el precio.

Y Oyó no resistió, como no resistiría poco después al asedio Nupé. Comprendió que, en aquel momento, cualquier condescendencia sería una injusticia; que el bien ideal era una imposibilidad teórica.

Y el viandante caminó en dirección al rey, decapitándolo, luego guardó la cabeza en su morral y, antes de desaparecer en la curva de la estrada, carcajeó por última vez:

- Ko si oba Kan ofi Olorun.

Y tenía razón: no hay rey, sino Dios.

Elegbara es así.



(*) Ijebu-Odé : Ciudad del estado de Ogún en Nigeria.

4 comentarios:

Raquel Bazán dijo...

Realmente es muy poco lo que conozco de literatura brasileña. A mi país casi no llegan libros de autores brasileños.Jorge Amado es quien más difusión tiene. Con decirte que "La guerra del fin del mundo" de Vargas Llosa fue mi puerta abierta a buscar más sobre la literatura de ese increíble país...
También creo que a Borges le hubiera gustado ese relato.
Intentaré conocer más de este escritor y gracias por seguir compartiendo.

Manolo Malpartida dijo...

Hola Raquel,

Si en mi vida no se hubiera cruzado una brasileña probablemente tampoco conocería mucho de la literatura y cultura de este país. Es muy poco lo que se puede encontrar, inclusive en una Feria del Libro.

Gracias a ti por estar siempre cerca y comentar.

Carol dijo...

Pues es verdad que la literatura brasileña no tiene tanta difusión como debiera en España, yo he leído algunos autores que me han gustado bastante, así que apunto este a ver si me "encuentro" con él. Gracias por la recomendación. Un abrazo

Manolo Malpartida dijo...

Hola Carol,

No sólo es en España; en el Perú es muy poco lo que se encuentra. Creo que el tercer libro de Mussa, "El enigma de Qaf" fue traducido al castellano, y quizá por ahí te depares con él.

Gracias a ti por comentar,

Otro abrazo.