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lunes, 15 de julio de 2013

Corazón, Natsume Soseki



Título original : こころ (Kokoro)

Año de publicación : 1914

Título en portugués : Coração

Presente edición : Editora Globo, 2008

Traducción : Junko Ota


Comenzar a conocer la obra de Natsume Kinnosuke 夏目 漱石 (1867 – 1916) era una de las varias deudas que me tenía pendiente con respecto a libros para este año, por saber que es uno de los principales escritores nipones de todos los tiempos, y ya que doy  prioridad a la literatura japonesa –como a la peruana y a la brasileña- no podía dejar pasar más tiempo en hacerme de alguna obra suya. En castellano es casi –el “casi” está porque nunca se sabe- imposible encontrar algún ejemplar, e incluso en portugués no es tan fácil la tarea: hasta donde sé hay solo dos obras editadas de él aquí en Brasil.

Esta obra es considerada como la principal de toda su bibliografía, escrita dos años después de la muerte del Emperador Meiji y dos años antes de la muerte del escritor. Está primero la historia del joven narrador con su admirado profesor, quien junto a su esposa vive de una manera aislada, triste, apesadumbrado, inclusive pareciera aburrido consigo mismo, hecho que ni el estudiante ni la mujer del profesor entienden realmente del por qué. El joven lo interrogará sobre el particular estilo de vida y su marcada misoginia, pero tendrá que alejarse y regresar al hogar para cuidar de su padre enfermo. Y durante ese alejamiento recibirá una extensa y sincera misiva donde el profesor le responderá, y aunque la curiosidad del estudiante –y mía como lector- sea tan grande nunca esperaría(mos) que su profesor fuese capaz de actuar de la manera que es confesada en la carta, tan franca y directa. Ahí ingresamos a otra historia, a la juventud de aquel profesor, a conocer el motivo de su desánimo por la vida en el presente, podemos apreciar cómo pensaba de joven y cómo en la actualidad él ve esos pensamientos y decisiones. Perteneciente a una familia acomodada aquel joven –futuro profesor- se muda a Tokio a estudiar alojándose en una pensión donde conocerá el amor y la pasión por una bella joven, hija de la mujer dueña de la casa donde se aloja. Sus dudas y timidez, el no saber cómo actuar ante una mujer alternan con la sincera amistad ofrecida a K, su rebelde amigo, quien anda sin rumbo ante la vida, engañando a su familia adoptiva y desperdiciando una gran oportunidad de adquirir una buena educación.

Es una trama muy psicológica donde Soseki tiene la virtud de hacer ingresar al lector al alma de los personajes; podemos conocer los más recónditos pensamientos y tribulaciones que los aquejan y, cuando se siente que la honra es maculada llegan a motivar a tomar decisiones tan duras que –quizá- solo un japonés baraja como opción. Aquel joven profesor es un signo de interrogación andante, y es por eso que en el presente –en la primera parte de la novela- la empatía con nuestro narrador es grande, por hacerle recordar a él mismo en su juventud; K, el amigo del joven profesor, ante los problemas que le vienen por su modo de actuar llega a recluirse y pareciera tener menos presencia que un espectro; la dueña de la pensión es calma y sabia en sus decisiones; y su hija es sumisa ante lo que el futuro le tiene preparado, pero en todos ellos -aunque inicialmente diferentes- se percibe el adn japonés, esa predisposición por pensar en el bienestar del prójimo anteponiéndolo inclusive al suyo propio.

Aquí muchas veces los silencios de los personajes en diferentes momentos dicen tanto como las palabras, desde una pregunta no respondida, un susurro de conversación escuchado y no entendido tras las paredes de papel y puertas corredizas, hasta un quite de mirada llegan a ser tan frías y hieren, porque invitan a la duda instalarse en la mente de los personajes.






Hasta el 2005 era todavía común llevar varios Sosekis en la billetera, y es que esta obra en particular es considerada en Japón de la misma manera como los latinoamericanos consideramos El Quijote, el Martín Fierro, Pedro Párramo, Cien años de soledad, y los peruanos añadimos a este grupo las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma, quizá porque está ambientada en tiempos de grandes cambios en la isla, pero no en la actitud de la gran mayoría de su gente, que inclusive poco más de un siglo después se mantiene intacta: son muy complejos e introspectivos pero siempre al final priorizan el honor y la severidad consigo mismos; no hay otra posibilidad, les viene en los genes. 

La presente edición de la Editora Globo es muy cuidada, desde los mínimos detalles –hojas, tapas-, hasta lo más importante, la traducción, empresa que estuvo a cargo de Junko Ota. Debería ser común mencionarlos –a los traductores- pues gracias a ellos podemos disfrutar la mayoría de libros que devoramos, pero quería hacer una mención especial en este caso pues aunque haya visto algún original en japonés nunca entendí ni papa; aquí el portugués encontrado en la presente traducción me resultó muy hermoso, transmitiendo toda la posible y singular elegancia de la escrita original del autor. Imaginaba cómo debió cuidar la traductora en encontrar las palabras más apropiadas para presentarnos esta importante obra. Esto me hace repensar en leer -pero en castellano- en un futuro “El complejo de Di” del escritor chino Dai Sijie, quién sabe si la traducción al portugués haya tenido algo que ver con la falta de alma y la desazón encontrada en aquella obra.

Como si fuera poco esta edición trae un bello y completo prefacio titulado “O fluir na pedra, o pesar na água” (“El fluir en la piedra, lo pesado en el agua”, en una rudimentaria traducción libre) del profesor Roberto Kazuo Yokota, lleno de rica información al respecto de su autor y la elección de su pseudónimo. Así se puede conocer cómo el autor de la presente obra influenció a escritores de la talla de Ryonosuke Akutagawa y Kenzaburo Oe, entre muchos otros. El joven y todavía Natsume Kinnosuke era muy interesado por la poesía haiku, renku y haitaishi, que en plena era Meiji era totalmente despreciada por ser consideradas anacrónicas y retrógradas. Ya en la universidad conoce los clásicos europeos y centra su atención en la literatura inconformista del siglo XIX. En 1900, a los treinta y tres años es becado por el Ministerio de Educación y viaja a Londres para estudiar Literatura y Educación en Lengua Inglesa, pero su experiencia europea es traumática, apartándose del mundo y viviendo encerrado en su habitación, aprovechando el tiempo se refugia en libros. Al parecer la intención de las autoridades japonesas era absorber en Kinnosuke toda la modernidad europea y llevarla a Japón, pero esta iniciativa tuvo un efecto contrario, enraizándose en él un fuerte nacionalismo y una visión crítica de lo que en aquel entonces era considerado de modernidad. Estas duras vivencias son vertidas en su segunda obra “La torre de Londres” de 1905. Regresa a Tokio en 1903 retomando su puesto de profesor en Lengua Inglesa en la Universidad Imperial de Tokio, pero también comienza su carrera literaria. Su primera obra es “Yo soy un gato” (es la otra obra que he visto en estantes curitibanos) también de 1905, y es ahí donde se apropia del pseudónimo Soseki con el cual lo conocemos hasta nuestros días.

Este término deriva del “Soseki Chinryu” que significa algo así como “lavarse la boca con piedra, hacer del agua tu almohada”, frase que a su vez proviene del antiguo proverbio chino “lavar la boca en el río, tener una piedra como almohada” que significa el dejar la ciudad e irse a vivir al campo, rodeado por la naturaleza. Kinnosuke, que había regresado de Londres ensalzando aún más sus costumbres y cerrándose a la modernidad, veía a su isla a inicios del siglo XX en plena modernización y en vías de industrialización, con nuevos medios de transporte y una acelerada urbanización que arrasaba rápidamente el mundo del campo y la naturaleza, es en éste contexto –y a contramano-, en su irreconocible país que decide cambiar de nombre. Soseki puede ser traducido como “obstinación”, en la actualidad como “obstáculo” o “estorbo”.

Si Akutagawa, Oe, Mishima, y Kawabata nos parecen enormes a los que tenemos la suerte de conocer parte de su obra, Natsume Soseki se devela como el sol sobre el que aquellos planetas giran.

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