A hora azul
Editora Objetiva, 2006
Traducción al portugués : Eliana Aguiar
Recuerdo un
texto de Ribeyro acerca de lo deprimente que es para un escritor ver ejemplares
de sus propios libros acumulando polvo en los anaqueles de las librerías.
A diferencia de
los libros de Vargas Llosa –que en ediciones setenteras y ochenteras, y las
actuales de Alfaguara en portugués, se encuentran fácilmente- no es frecuente
encontrar obras de otros escritores peruanos en los estantes brasileños. Ya me
cansé de buscar la antología de Ribeyro de la Editora Cosac Naify pues nunca la
encuentro -salvo por internet, pero no sé, no le encuentro gracia comprar de
esa manera-, y así, hurgando, y sin imaginar que existía una edición brasileña
de esta, su obra premiada hace pocos años -se alzó con el Premio Herralde del
2005-, me deparé con el libro de Alonso
Cueto (Lima, 1954).
Nuestro
narrador, Adrián Ormache, uno de los personajes principales de esta historia es
un exitoso abogado perteneciente a un respetado bufete. Casado, padre de dos
hijas, su realidad es la clase alta limeña. Tras la muerte de su madre
encuentra entre sus cosas una reveladora carta donde ve cómo ella fue
chantajeada por un buen lapso de tiempo para que no sea develado los actos de
su marido -padre de Adrián-, comandante del ejército peruano en Ayacucho,
cuando fue destacado a combatir al terrorismo a esa ciudad. Esto, y el recuerdo
del último pedido de su padre antes de morir, tomado inicialmente como desvaríos
lo llevan a enfrentar una dura realidad: aquel padre respetado era uno de los
tantos torturadores-violadores a los que el pueblo ayacuchano se enfrentaba,
además de los terroristas de Sendero Luminoso.
Para un lector
extranjero, o inclusive algún compatriota que nació en la década del ’90, ya
que increíblemente hay muchos jóvenes que desconocen lo que ocurrió en otros
departamentos (estados) en el Perú: en las décadas del ‘70, ’80, e inicio de los 90’s muchas
ciudades y pueblos en la serranía peruana, y especialmente en Ayacucho, los
pobladores estaban en medio de la guerra: por un lado les caían los senderistas (terroristas de Sendero
Luminoso), a secuestrar para enrolar gente, pedir
comida, ganado, violar, y claro, matar; y en otro momento llegaban los del
ejército peruano, muchas veces abusando del poder, en tierras lejanas, y
causando igual o aún más desastre que los propios terroristas, pues si se
enteraban que algún poblador ayudó a los senderistas eran tildados también de
terroristas -y llevados para ser interrogados, muchos no volvían- pero si no lo
hacían esos terroristas los mataban. Además, estaba el problema del idioma:
mucha gente mayor por allá era sólo quechua-hablante, los más jóvenes eran
bilingües, y si en Lima, hasta en la actualidad hay actos de racismo hacia
compatriotas por los rasgos andinos y/o por el idioma, en aquel tiempo y en
esas circunstancias, en tierra lejana, era motivo suficiente para burlas y
humillaciones, y claro, Lima ni enterada, o no quería saber. Solamente cuando
los senderistas deciden llegar a Lima –el coche bomba de Tarata, en el distrito
residencial de Miraflores- las autoridades de aquel entonces deciden hacer
algo.
Narrado en
primera persona, Ormache nos va develando de a pocos la historia de su familia:
el divorcio de sus padres; la sintonía que había entre él y su madre; la rutina
en su vida matrimonial; la enorme diferencia entre él y su hermano; etc, todo
esto sin generar en ningún momento alguna somnolencia: la prosa de Cueto es muy
rítmica, por momentos intensa, agitada, y sabe sembrar de a pocos esas ganas de
querer avanzar más y más con la trama. Tanto la carta encontrada como los
desvaríos últimos de su progenitor le revelan a una mujer, Miriam, una de las
tantas secuestradas y violadas por el ejército, pero a diferencia de todas, el
Comandante Ormache se encandiló con ella -se encamotó pé (en el Perú, por joda, pero muchas veces por costumbre se usa el
“pé” al finalizar una frase. Sospecho
–aunque no esté seguro- que es un cambio grosero de la palabra “pues”)-, quedándosela, cuando lo normal
era violarla primero él, y luego dejarla para la tropa. Vivieron juntos un
corto tiempo hasta que ella pudo escapar de aquel infierno.
La meticulosa
búsqueda por parte de Adrián, cada detalle que lo lleve a saber de Miriam, y
todo lo que esto conlleva: el conocer realmente quién y cómo era su padre,
hasta llegar al objetivo, primero de saber si está viva, y luego el encontrarla,
es quizá la trama principal de esta historia. Y quizá porque si al inicio la
búsqueda es para silenciar toda esa información que macule su sacro santo
apellido, el motivo se irá transformando hasta querer saber más de sus raíces,
de él mismo, de ese extraño sentimiento de estar ante una víctima de su padre.
Y ahí encuentro
un punto de quiebre, pues cuando la narración nos devela ese tufillo
romanticón, de que nuestro narrador protagonista va cultivando un sentimiento
especial hacia Miriam, y lo más jodido de entender, que es recíproco: -no pé Cueto…, la jodiste, pensaba- hay un acto, donde Miriam lo ataca, intentando
cortarle el cuello a Adrián, que lo tomo como un fugaz escape a la realidad,
que es eso lo que en verdad ella quería, matarlo, que hay rabia y odio
contenido en su ser –totalmente justificado-, pero luego Miriam retoma su
apacibilidad, como sacrificándose por el bienestar de su hijo Miguel, no sólo
por la ayuda ofrecida por Adrián para él –lo sospecha su hermano-, sino también
ella entiende que por todo lo sufrido su dolor causa una profunda tristeza y
timidez que afecta la vida de Miguel, tornándolo extremamente retraído. Ese
giro en la historia lo encuentro magistral, el que Miriam planifique
rápidamente un mejor futuro para su hijo, salvándolo del retraimiento, cuando
se entera que está siendo procurada; no es que se enamora del hijo de su
violador-secuestrador, sino que lo usa para el bienestar de lo único importante
que tiene, su hijo, allanando el camino, haciéndolo su amigo, y más, para luego
¡paf!, suicidarse y dejarlo más confundido de lo que Adrián ya estaba.
Mientras leía
esos trechos recordaba algo que leí o escuché alguna vez: ¿por qué los huaynos
son tristes? Con todo lo que se sufrió –y muchas veces aún se sufre-, toda la
sangre que se derramó, y en Lima preguntándonos por la tristeza de los huaynos.
Otro tema
interesante es lo percibido de su matrimonio a raíz de esta búsqueda: cae en
cuenta que el amor inicial se ha transformado en costumbre.
En cuanto a la traducción de Eliana Aguiar: no pierde
el ritmo original del autor y sabe encontrar las palabras más adecuadas, tanto
del vocabulario de los personajes de la clase alta, como la de los inmigrantes
llegados a la capital. Respeta los términos como “fulbito”, “pollada”, “mototaxi”, etc, y especificándolos a pie de página. Sólo hay
tres términos que me dejan dudas:
-
- - “… e as mulheres, bem, as mulheres, às vezes ele traçava e depois dava para a tropa toda traçar e meter uma bala na cabeça em seguida, era o que ele fazia.” (Pág. 38)
- - “… e as mulheres, bem, as mulheres, às vezes ele traçava e depois dava para a tropa toda traçar e meter uma bala na cabeça em seguida, era o que ele fazia.” (Pág. 38)
En el idioma portugués usado en el día a día en Brasil
es común referirse de una manera coloquial o informal de “transar”, cuando se
refiere a “tirar”, “folllar”, “coger”. (Vamos transar? ¡Ya pé!) Ya “traçar”, al igual que en el castellano
“trazar”
se refiere a delinear, hacer trazos.
-
- “Bem,
vamos esquecer essa droga, vou pedir uma mazamorra.”
(Pág. 33)
La
especificación a pie de página para el lector brasileño del término “mazamorra”: “Geléia de milho, farinha de batata doce, açúcar, cravo, canela e frutas secas.”
“Milho” es
“maíz”, y hasta ahí todo bien. Habría
que especificar que no es cualquier maíz, es maíz morado (“milho roxo”), una variedad que –en nuestro caso peruano- sólo lo
usamos para aquel postre o para hacer la chicha morada. Pero, particularmente
creo que mejor iría el término “mingau” que el término usado “geléia”,
éste último es más asociado a postres hechos de frutas; aquí cuando se menciona
“geléia” se refiere a “mermelada”,
“compota”.
- “Estávamos na avenida Wiesse. Passamos
junto ao Parque Zonal Huiracocha com anúncios de volei e fulbito, o grande
letreiro do metrô e uma lanchonete.”
(Pág. 170)
En Lima. a diferencia de muchas ciudades
latinoamericanas, no hay –y probablemente no habrá en un futuro cercano- metro.
Lo que por ahí hay es un hipermercado de nombre Metro, (y por cierto, la
avenida todavía no se convierte en “Wiesse”,
aún es Próceres de la Independencia,
pero esto último –los nombres de las avenidas- es un detalle nimio) Claro, la
traductora no tiene cómo saber lo del nombre del hipermercado, pero me resultó
gracioso, cachoso, el alucinar por un momento con un metro en Lima, cuando lo que encuentre al
regresar serán las combis, mototaxis, y buses de hace tres décadas, de siempre.
Ah sí, “El Metropolitano” (buses
articulados con su propia pista, mismo Curitiba), bueno, ya es algo, pero
metro, en Lima, sólo supermercados.
2 comentarios:
Una situación parecida se vive desde hace tiempo en algunos lugares de México. Los habitantes de los pueblos se ven en medio de dos fuerzas antagónicas y son realmente las víctimas.
Me parece un libro muy interesante al tratar un tema desgraciadamente siempre actual.
En Ecuador, para Semana Santa se toma la colada morada, me gustó mucho. Parece ser la misma que mencionas como chicha morada.
Un gusto saludarte y hasta pronto.
Sí, lamentablemente en Latinoamérica toda muchos desastres se repiten. El libro es más que interesante, fue toda una sorpresa.
No tengo idea sobre aquella bebida ecuatoriana pero sé que en México hay también maiz morado.
El gusto siempre es mío Raquel.
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