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jueves, 28 de febrero de 2013

Hijos de la medianoche, Salman Rushdie


Título original : Midnight’s children, 1981 
Título en portugués : Os filhos da meia-noite 
Editora Companhia das Letras, 2006 
Traducción de la introducción : José Rubens Siqueira 
Traducción de la obra : Donaldson M. Garschagen. 

Salman Rushdie supo invertir muy bien las setecientas libras que recibió como adelanto por su primera novela, “Grimus” (1975) –que hasta donde sé no ha sido editada en castellano, ni por aquí en portugués- yéndose de aventurero, de mochilero –quizá- por la India, optando por quedarse en pequeños hostales y viajando de ómnibus, conociendo aún más ese rico universo que debe ofrecer un país tan extremo como aquel, y alternando experiencias adquiridas en el transcurso de ese viaje con ideas que ya tenía abortado años atrás nace esta novela, donde el realismo mágico se amalgama perfectamente con una realidad que en muchos momentos, para nosotros occidentales, puede parecer ficción pura, aunque no lo sea. 

En esta obra de Rushdie encontramos cómo el 15 de agosto de 1947 la India no sólo obtenía su independencia, también nacían 1001 niños a la medianoche de ese día, dos en particular, los más cercanos a esa hora exacta, uno de familia musulmana y otro de familia hindú, quienes son intercambiados por la enfermera que se encargaba de ellos en ese momento, cambiando así también el destino de esos niños y de esas familias. Tiene sentido este paralelismo, tanto la India como Salim Sinai y los otros mil niños que nacieron en esa primera hora de libertad estaban en pañales. 

El autor a través de nuestro narrador, Salim Sinai, uno de esos dos niños intercambiados en aquella fecha histórica, nos presenta diversas historias que él mismo va develando a su ahora esposa Padma en una narración nada lineal, con constantes saltos en el tiempo, regresando al presente, a veces incluso llevándonos a un desenlace futuro de algún personaje, para luego retornar rápidamente al pasado donde se desarrolla la acción de los hechos. La trama puede parecer algo confusa por momentos, más aún cuando en las primeras líneas encontramos a un narrador que no sabe cómo comenzar a develar su historia, encontrando luego la manera adecuada de hacer conocer a Padma –y a nosotros- su singular y enreverada historia. Rushdie es tan seguro de su argumento, tan bien articulado, que se arriesga a entregarnos un dubitativo narrador; Rushdie es un gran titiritero que sabe el momento exacto para jalar las cuerdas de sus variopintos personajes perfectamente perfilados, envueltos en una trama por momentos tan caótica como debe de ser cuando un país obtiene su independencia, con todo lo bueno y malo que esto acarrea: grupos políticos peleándose por el poder, subdivisiones, mala administración, crisis internas, matanza de gente inocente, guerras, y todo esto puede resultar súper aburrido si no fuera por las diversas pinceladas –en verdad, brochazos- de realismo mágico que el autor sabe dosificar a la dura realidad. 

Aquí, por ejemplo, el optimismo es una temible enfermedad de proporciones pandémicas. Por otro lado, tanto Salim Sinai como Shiva, los niños que fueron intercambiados a la hora de nacer, tienen poderes especiales: el primero, más humanista, comienza a cultivar la telepatía, ya el segundo, es más práctico y subversivo, quiere guerra, y usar a “sus hermanos” para ese fin, ambos pelean el liderazgo de todos los niños nacidos en esa hora por ser ellos los primeros en ver la luz exactamente a la medianoche de ese día; y los otros niños también descubren tener poderes tan diversos que pareciera una versión india de los X-Men: uno domina las perdidas artes de la alquimia, otro puede mudar de sexo al sumergirse en el agua, otro puede viajar a través del tiempo yendo al futuro o regresando al pasado pero con un gran problema de comunicación -ah…, si lo escucharan-; y una en particular: Parvati, la iluminada, poseedora de los dones genuinos de la hechicería, nacida tan sólo siete segundos después de Salim y Shiva. 

Cuanto más cerca de la medianoche han nacido mejores poderes desarrollarán. Salim comienza a comunicarse telepáticamente con los otros niños instándolos a ayudar a su prójimo, ya Shiva los quiere usar para obtener poder, todas estas discusiones realizadas a partir del décimo cumpleaños de los 581 niños que sobrevivieron –de los 1001 que nacieron- llegando a esa edad. 

Con estos recursos Rushdie nos entrega esta saga familiar remontándose a la génesis de Salim Sinai, con una escrita pulcra, y para este caso, una traducción a la altura de tamaña novela y tremendo autor, hay que reconocerlo, pues aunque no haya ni ojeado alguna versión en su idioma original he podido leer un libro de Rushdie en castellano (“Los versos satánicos”) y tanto en aquel, como ahora con éste en portugués guardan esa pulcritud en la prosa, consiguiendo en ambos casos mantenerme enganchado al libro y a la trama. 



Rushdie critica duramente, a los ingleses, por ejemplo, por la masacre de más de dos mil indios en Amritsar por parte de los soldados del general Reginald Dyer en 1919; y a los indios, pues cuando obtuvieron su tan ansiada independencia no demoraron mucho en hacer ver a los suyos que no estaban preparados para tal cambio: los diversos grupos políticos se peleaban el poder; se defendieron con más fuerza las diversas lenguas que por allá se hablan, casi instintivamente, como para diferenciarse; se subdividió la India en nuevos estados y territorios administrados por el gobierno federal; enfrentamientos directos entre hindúes, musulmanes y sijs; poco más de un mes después de obtener la independencia se desata la –primera- guerra Indo-Pakistaní: todo lo que las autoridades de aquel tiempo hacían y planeaban sólo conseguía separar aún más a los indios, generando el caos en esa sociedad, y claro, más muertes. 

Critica en especial el mandato de Indira Gandhi –y que no tiene nada que ver con Mahatma Gandhi, quien también aparece en la trama- y su participación directa en aquella guerra, cuyos resultados acabarían por ver el nacimiento de un nuevo país, Bangladesh, el alfil de la India. 

Rushdie nos hace ver a aquellos hijos de la medianoche como una esperanza –“De Esperanza no tenía más que el nombre…” (*)-, y tras poco años de independencia, la pérdida de esta –“…como toda esperanza se esfumó.”(**)-; ellos son como todo lo bueno que se esperaba para la India y sus habitantes, pero que estaban muy lejos de obtenerlo. 

Y aunque es un drama, con muertes por doquier  y todo eso, por varios momentos reí mucho. Claro, no por esos hechos en sí, sino por la forma cómo está escrita, con un fino humor que disimula de gran manera los diversos momentos de tragedia que hay en esta historia; sólo me faltó que al pasar alguna página salten de ésta algún grupo de indios bailando eufóricamente alguna afiebrada coreografía. 

Todos esos fantásticos personajes mezclados con hechos reales de la historia reciente del país donde el autor nació confieren a la novela la estructura de un complejo entramado, siendo el humor el recurso utilizado como un camino de migajas para no perderse entre tanto caos. 

Salman Rushdie acaba de lanzar al mercado su autobiografía “Joseph Anton”, mientras tanto yo redescubro a un autor muy popular por su obra “Los versos satánicos” y la fatwa decretada a raíz de esa obra. Imagino que la mayoría de lectores inician a conocer la obra de Rushdie a través de aquel libro, como en mi caso, por la curiosidad y el morbo que despierta tanta publicidad que le hacen los iraníes, pero el leer esta novela me dejó con más hambre de Rushdie; él es más que aquel libro. Debería ser imprescindible, como Borges, como García Márquez, como Machado de Assis, como el respirar. 


(*) (**) Aquellas dos frases son del décimo tema, “Más guapa que cualquiera”, del cd “Enemigos íntimos” de Fito Páez y Joaquín Sabina. La canción no tiene nada a ver con la presente obra, pero recordé esas partes del tema mientras escribía esas líneas. Canción cantada a tres voces, junto a Andrés Calamaro: ¡mejor que Los Panchos!, aunque a mi viejita no le hubiera gustado tal afirmación. “Enemigos íntimos” fue uno de los cd’s que me llevé a la isla, por cierto, nada desierta.

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